El pasado viernes tuve ocasión de realizar un corto pero intenso e interesante viaje a Madrid con mis alumnos de cuarto de Secundaria.
Celebrábamos la fiesta de San José de Calasanz intentando aprovechar el día visitando el Palacio Real, las dependencias del Senado y la catedral del fútbol: el Santiago Bernabéu.
Del viaje, poco que contar: el 80% por ciento de los alumnos inmersos en sus auriculares, la mayor parte insertos ya en móviles que integran música y vídeo. Algunos, como antaño, contándose sus cosas. Algunos multitarea haciendo ambas cosas a la vez.
El Palacio Real firmemente anclado en el pomposo neoclasicismo borbónico que lo concibió en el siglo XVIII, hermoso con el paso del tiempo, aunque mediatizado por unas visitas masivas hechas a toda prisa por guías oficiales muy afectadas por la rutina de la repetición de su discurso. El Senado —tan cuestionado el pobre— con una biblioteca impresionante que los alumnos identificaron como de estilo Harry Potter, y una sala de plenos también dieciochesca, espléndida, con bancadas corridas al estilo del parlamento británico y convertida ahora en museo de solemnidades arrinconada por el nuevo hemiciclo, vacío de contenido político, pero dotado con todas las nuevas tecnologías al servicio de sus señorías y de sus amplificadores de la prensa.
Pero la visita auténticamente mediática fue el Bernabéu —que se escribe así, con tilde, no sé por qué; algo de su origen valenciano—. Allí todo es mediático: su capacidad masiva de la primera vista que el tour te ofrece desde lo más alto de las gradas (foto); su mítico y mitificado museo de las estrellas (foto, foto, foto); la organizada peregrinación desde las gradas hasta pisar el césped (foto); el poder sentarse en los asientos —de cuero, más propios de un avión que de un banquillo— donde se sientan las estrellas (foto), o probar a sentir con la imaginación lo que otros sienten en las gradas de los VIPs de tribuna (foto); el foso por donde acceden al campo los modernos gladiadores (foto); el vestuario (foto); la sala de prensa (foto en el lugar de Mou); hasta desembocar en la tienda de cuatro plantas que las dos marcas — Adidas y Real Madrid— llevan a medias. Las dimensiones mastodónticas, los dos restaurantes exteriores y con vistas al campo, el temblor y la curiosidad morbosa que el visitante medio tiene allí como lo tendría ante cualquier estrella televisiva o cinematográfica… todo nos habla allí de un fenómeno creado por los medios, amplificado por los medios, alimentado por los medios hasta convertirlo en —¡ojo al dato!— el primer destino del país en número de visitantes nacionales y extranjeros, por delante del hasta ahora indiscutible Museo del Prado. Una inmensa máquina de hacer dinero por la que los gastos monstruosos de las nóminas de sus estrellas, no son un gasto, sino una inversión perfectamente calculada.
Por supuesto que en la base de esa inmensa maquinaria periodístico-empresarial está el fútbol de verdad, pero ¿dónde? En una entrada titulada Marea Roja, ya distinguimos entre «el fútbol, es decir, el deporte; el «fúbol», o sea, el espectáculo; y el FÚTBOL, la virtualidad que han creado los medios convirtiendo el espectáculo en un inmenso negocio de ficción». Seguíamos allí diciendo: «Ocurre que las tres realidades se entremezclan y se confunden en nuestra conciencia y ya no sabemos de qué hablamos cuando hablamos de fútbol que deja de ser un simple ejercicio de equipo en el que gana el que participa para contaminarse del irrespirable ambiente del «fúbol» y del FÚTBOL. […] ¿Es fútbol aquello de lo que escriben y comentan los mediadores —esos inocentes mensajeros— que antes se llamaban periodistas y ahora son, como dice Verdú, media workers, es decir servidores de los grandes negocios de las corporaciones mediáticas? ¿Son deportistas esos profesionales del balón que protagonizan videoclips disfrazados de robothéroes y cobran cifras que deberían calificarse de escandalosas si la palabra escándalo tuviera todavía algún valor dentro del circo mediático? ¿Son clubes deportivos esas marcas generadoras de negocio?».
La visita al Bernabéu me hizo sentir que no, en vivo y en directo.
He preguntado a los parroquianos de mi bar de cada día, cuál era el lugar más visitado de España, y casi todos me han dicho que el Museo del Prado, algunos que la Alhambra o la Sagrada Familia, y nadie me ha creído al decirles que era el Santiago Bernabéu.
Yo ya me creo todo, Pepe.
José Luis
Increíble, pero cierto… y muy significativo ¿no?