¿Cómo fotografiar el humo?
En todo caso podemos «imaginar» sus efectos.
Las estrategias del márquetin antitabaco van del prohibido mirar de algunas legislaciones europeas, que excluyen la publicidad explícita del tabaco o incluso lo esconden en las tiendas donde lo venden; al horror de ver, que fija la mirada en el miedo provocado por la inclusión de instantáneas especialmente vomitivas de patologías relacionadas con el hábito de fumar en las cajetillas de tabaco.
Las unas quitan de la vista el objeto para que desaparezca del imaginario colectivo y así acabe desapareciendo del espacio físico real; las otras relacionan el tabaco con la enfermedad y la muerte.
Las dos son interesantes desde el punto de vista del poder sugestivo de la imagen. La primera porque manifiesta que lo que no se ve puede acabar por dejar de existir y al contrario, lo que se bombardea visualmente puede llegar a adquirir una relevancia que en realidad no tiene. La segunda pone de manifiesto, por un lado, ese poder de contagio de valores que tiene la imagen ― y que la publicidad emplea constantemente en todas direcciones― y, por otro, una vez más, la debilidad de lo verbal frente a lo visual: no han sido suficientes los mensajes verbales por muy duros y morbosos que sean y hay que dar la batalla irracional del impacto del miedo al que ya nos hemos referido aquí alguna vez.
Las imágenes no tienen ni demasiado interés, ni demasiada calidad. Me interesaba ver cómo representarían visualmente la muerte:
Y, curiosamente, al otro lado de la línea, la vida:
Muerte y vida. Tabaco, imágenes y algo más: La Razón señala, con razón, la incongruencia de un gobierno que utiliza en un ministerio, el de Sanidad, la imagen de un feto humano de 14 semanas que debe ser protegido del tabaco de sus madres, y el de otro ministerio, el de igualdad, que promociona el derecho de esas mismas madres a acabar con la vida de ese mismo feto. Se les pide a las madres que no fumen para proteger la salud de su hijo no nacido y a la vez se les otorga el derecho de decidir que no nazca. Se les pide que cuiden su desarrollo y se les permite en cambio interrumpirlo. Algo más que una imagen que tiene derecho a no ser ahumada, pero puede en cambio convertirse en humo.
¡Qué melancolía!
¡Qué melancolía!
Vean imágenes, pero no actúen dejándose llevar por ellas: no sería una actuación verdaderamente libre.
Fotografiar el humo está al alcance de cualquiera, como sabemos. Lo que pasa es que el humo «no dice nada» y, en consecuencia, de nada persuade. Otra cosa es su efecto. Ese cadáver azulado, ya es otra cosa. Sería uno más, uno cualquiera, de no ser por el apoyo textual «fumar acorta la vida». La persuasión se ha logrado, en este caso, por la suma de una imagen referida a un texto al que ilustra, más el texto que se sirve de una imagen para «concretarse». Veo más potente lo verbal que lo visual. Y más aún la suma de ambos.
En el segundo ejemplo, la imagen es perfectamente anodina, no ilustra al texto, ni le sirve a éste para hacerse concreto. No hay precisión visual. No se hace evidente si el halo es humo o luz rebosante. Y el resultado es que una lectura discontinua, separada. Sigue ganando la palabra.
No olvidemos que vemos las imágenes con palabras.
No digo yo que no haya razón para llamar a este gobierno «incongruente», pero sí pienso que a este gobierno «le pone» que lo descalifiquen, porque entonces parece hacer lo que hace (lo que le da la real gana) con mayor justificación.
«Y el resultado es el de una lectura ….»