Resultado de imagen de exhibicionismo emocional

Ya se sabe el infinito valor de las emociones en la sociedad contemporánea que aquí hemos puesto tantas veces de relieve  sobre todo en relación a la hegemonía de la imagen frente a la palabra, ahora multiplicada exponencialmente a través de los «avances» tecnológicos digitales: las pantallas chorrean emotividad, sonrisas y lágrimas a borbotones y se insiste una y otra vez en que «una imagen vale más que mil palabras«,  y así nos va. El emotivismo es una auténtica plaga contemporánea que no solo tiñe de rosa-emoción todo lo que toca, sino que, sobre todo licúa y debilita el pensamiento y, lo que es peor, la esencia de las relaciones personales.

El últimamente excesivo Juan Manuel de Prada en su columna del XLSemanal, nos deja unas cuantas perlas al respecto de lo que está pasando ante nuestras narices y, sobre todo, ante nuestras miradas:

«Uno de los fenómenos más obscenos y característicos de nuestra época lo constituye, sin duda, el exhibicionismo de sentimientos y emociones que tradicionalmente se habían mantenido alejados del escrutinio público y cuya manifestación ostentosa se hubiese considerado hasta hace poco degradante. Así, vemos a famosetes de la más diversa índole airear sus podredumbres de alcoba en los programas de máxima audiencia; vemos a los politicastros soltar lagrimillas en las ruedas de prensa; vemos a gentes anónimas proclamar en sus muros de feisbu sus desgracias más vergonzantes.»

Nada más necesario que la comunicación personal cara a cara de la propia intimidad a través de la amistad, al amor u otros vínculos profundamente humanos. Pero la virtualidad digital no es comunicación personal. Es un simulacro en el que el hombre contemporáneo individualista cree haber encontrado la panacea para aliviar su frustrada necesidad de encuentro  personal desbordándose de emocional babeo en los realitis de la pantalla y en las pantallas de la red.

«encerrado en la concha de su individualismo […] buscó expansiones caricaturescas que supliesen la figura del amigo, el consejero o el confesor, sentándose en el diván del psicoanalista; después, cuando comprobó que el psicoanalista no bastaba para sanar su herida, perdió por completo el decoro y necesitó exhibirse ante propios y extraños, en un ejercicio grosero de afirmación. […] proclamando a los cuatros vientos nuestras miserias, esperando la limosnilla de una palmadita en la espalda o un emoticono en feisbu.»

Frente a la inteligencia de las emociones que tanto se predica, lo que se ha generalizado es la Estulticia Emocional pública, generalizada y compartida;  la extimidad tecnológica, el exhibicionismo continuo y zafio de lo mejor y lo peor. Estamos enganchados al cotilleo disfrazado de información. Estamos conectados efectiva y continuamente -veinticuatro horas sobre veinticuatro pendientes de nuestro móvil con la cabeza baja sin mirar al de enfrente o al de al lado- y a eso le llaman comunicación.  ¡Que razón tiene el que dijo que Internet hace más listo al listo, pero también más tonto al tonto! Entre otras cosas porque multiplica su visibilidad exhibicionista emocional, casi siempre estúpida y, además, la publica y la comparte.

Referencias:

Artículo de Juan Manuel de Prada en el XLSemanal