Los estereotipos mediáticos, las referencias, los modelos se respiran y flotan en el medioambiente simbólico. Es lo corriente, lo convencional, lo normal. Están en nuestras conversaciones cotidianas, están asumidos por todos. Poseen un gran altavoz que testimonia su presencia y legitima su autenticidad: la televisión. Se mueven hacinados por entre los buscadores de Internet. Fácilmente accesibles y cómodamente enlatados, se digieren día tras día a través de los medios. Desde los contenidos de los medios y sus pantallas se dice repetidamente qué es lo bueno y qué es lo malo; qué es necesario y qué prescindible; qué es lo que se debe hacer y saber y qué no. Qué es políticamente correcto y qué no lo es.  Así lo nuevo se convierte en lo bueno; lo típico en lo característico; lo normal en lo auténtico. Lo complejo se simplifica y lo profundo se banaliza. Cuerpos danone, negros e hispanos peligrosos, italianos mafiosos, feministas gordas-descaradas-feas, católicos casposos y carcas, el homosexual sensible, positivo y monógamo, el emigrante delincuente…

Utilicen los medios, no los consuman o serán consumidos por ellos.