En este país idiota y sectario en el que nos ha tocado vivir, sólo los investidos por el certificado progresista que autentifica su pedigrí ideológico, tienen autoridad moral para utilizar libremente cierto vocabulario. Así «telebasura»  no es vocablo que tenga valor alguno cuando lo utilizan las Asociaciones de Usuarios de la Comunicación, pero cobra una enorme relevancia cuando la usa un verdadero «pata negra» del círculo de intelligentsia progresista.
 
Es el caso de Juan Cueto, en El País  que, en un artículo del 2007 que rescato ahora de la red, hace unas cuantas  jugosas afirmaciones con las que desnuda la telebasura nacional sin concesiones.
 
El título ―«España, líder mundial de la telebasura»― es ya inequívoco y absolutamente definidor de su contenido.
 
La entradilla ―«En esta faceta […] España aventaja a EE UU y Europa»― es demoledora.
 
Nos cuenta luego que telebasura hay en todas partes, pero es preciso que los telespectadores nacionales sepamos que aquí «el caso es para echarle de comer aparte y que no tiene precedentes por ahí fuera»
 
Que «no es cierto que las pantallas generalistas de Europa produzcan y emitan el mismo nivel de telebasura (realitys, testimoniales, género people,  chismorreos, todo ese magma de producción propia y muy barata) que actualmente emiten las televisiones españolas».
 
Que «es rigurosamente falso que nuestros espacios basura de mañana, tarde, noche y madrugada tengan equivalente en las teles generalistas de Italia, Francia, Reino Unido, Alemania y ni siquiera en los llamados países del Este que recientemente han inaugurado libertad catódica».
 
Que «la especulación de ciertas empresas privadas de televisión (dos, fundamentalmente) en busca de las grandes audiencias y sin la menor cortapisa ética o moral, desde aquella invitación al todo vale si lo sanciona el audímetro, […] se inició cuando el Ente de la dictadura dejó de ser monopolio».
 
Que «No es de recibo que en ciertos países de la UE existan espacios televisivos en los que todavía rige el principio posmoderno del «todo vale» y en el resto de la Unión les está prohibido a los empresarios del sector lo que aquí les está permitido: aumentar salvajemente sus audiencias, su cuenta de resultados, produciendo y reproduciendo un junkspace (espacio basura)de sesión continua y programa doble sin el menor control e incumpliendo sus propios autocontroles».
 

Que «tampoco en ninguna TV generalista norteamericana se permitirían la mayor parte de esas telebasuras que aquí nos parecen tan normales».

Que el código de autorregulación es un papel mojado que las cadenas «se las han arreglado para torear sin el menor problema de conciencia».
 

Por último, ya en el capítulo de propuestas, rechaza ―lo contrario sería pedir demasiado realismo para una sola vez­― cualquier sistema de control o regulación como los que en otros países funcionan y consiguen su objetivo, aunque espera que los nuevos modos de ver la tele (internet, telefonía, etc) acaben con la tiranía de los audímetros y «y liquiden definitivamente el potente mito primitivo de «La Televisión», pronunciada la palabra como aquí todavía se pronuncia: en mayúscula trascendental y en idiota singular».

 
Y, finalmente, apuntándose curiosamente a la estrategia que hemos seguido tradicionalmente los usuarios,  que empecemos «a echarle la culpa de nuestra telebasura no sólo a las empresas que la fabrican, sino a la publicidad que la paga» avergonzando a dichas empresas publicando sus nombres en la web2.0 para que se descalifiquen a sí mismas.
 
Es consolador saber, por fin, por boca progresista que le telebasura –como Teruel― también existe. Y, sobre todo, es revelador del país en el que estamos saber que existe mucho más.
 
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.