Una reseña de Aceprensa pone sobre el tapete, una vez más, cómo la eficacia tecnológica puede convertirse más en un vicio que en una virtud. No es fácil comprender esto porque el espejismo de la rapidez, la comodidad, el automatismo, la simplicidad, la brillantez tecnológica… disipa cualquier oposición crítica a la hora de precisar qué se gana y qué se pierde con su aplicación. Cuando se usa la tecnología para “facilitar” el proceso de cualquier actividad humana, ocurre que la aplicación tecnológica lo que hace generalmente es eliminar ese proceso y, de ese modo, nuestra reflexión se ve obligada a analizar lo que no se ve, lo anulado, lo desparecido, la pérdida…, lo que está “tapado” por la novedad tecnológica. Las ventajas son evidentes; para describir la pérdida hace falta un esfuerzo ingente de sutileza.
Es lo que ocurre, por ejemplo, con el proceso de la lectura digital, frente a la lectura en papel. Las ventajas de la novedad, inmediatez, almacenamiento, iluminación, transporte, manejabilidad de la tableta o el e-book son tan visibles que invisibilizan la pérdida: no es fácil leer textos largos, lo leído se recuerda peor, la ausencia de la adquisición misma del objeto físico del libro en la librería con toda su liturgia de desplazamiento y relación, el ojeo de las estanterías y el hojear de los libros; su densidad, su peso, el espacio físico que ocupa; su relación física con el lector que lo posee, lo manipula, lo sostiene, lo marca, lo subraya, lo relee…; la resistencia física que ofrece frente a la suavidad táctil del cristal; la fijación y el contraste de la letra impresa sobre el papel y su relación con la mirada que no ha sido igualada técnicamente por ninguna pantalla; el esfuerzo de concentración de la lectura en papel sin la ayuda hipnótica de la luminosidad acristalada; la ausencia de coerción por parte de ninguna corporación que va fijando un perfil con cada elección literaria del usuario a través de la red; la pervivencia física de lo leído en el cementerio vivo y biográfico que es la biblioteca de cada lector, frente a la fugacidad y desaparición en el olvido de un gigantesco fichero virtual; la presencia de enlaces y otras distracciones cuando se lee directamente en la red… Todo se reduce a un tema de soporte desligado completamente de la operación mental de la lectura cuando lo que hay que preguntarse es hasta qué punto y en qué dirección el soporte modifica la sustancia misma de la operación mental de leer.
Pero la reseña referida al comienzo se refiere no a la lectura, sino a la escritura. Se trata del comentario a un artículo de Mark Bauerlein publicado en First Things y titulado Fenomenología de la mano, en el que el profesor universitario defiende la vuelta a la lentitud, el esfuerzo y la torpeza de la escritura manual frente a la rapidez y eficacia del teclado y el procesador de textos para aprender a redactar.
«¿Por qué, a pesar de todas las nuevas herramientas para corregir gramática y ortografía, los alumnos no escriben mejor?» –se pregunta. ¿Es posible que la herramienta tenga algo que ver? «El teclado no es la superación de la pluma. Es un avance paralelo, si no un retroceso». Cuando escribes una carta en el ordenador «Tú no haces la carta, el ordenador la hace. Se hace contacto visual pero no contacto táctil directo… En un sentido físico no es realmente escribir, como lo es trazar letras para hacer palabras. Es golpear unas teclas». De nuevo, ¿sólo se trata de un tema de soporte o tiene un alcance mayor en el proceso mental de la creación? «Las herramientas técnicas pueden llevar no a potenciar la mente sino a la alienación del trabajo» O, como dice, el articulista, «la tecnificación muchas veces aleja al trabajador del producto de su esfuerzo, de forma que ya no se reconoce como el autor de lo que ha hecho, lo ve como algo ajeno. Las palabras acaban perteneciendo a la máquina y no a ellos. Las virtudes del ordenador –velocidad, facilidad y simplicidad– son vicios cuando se refieren a la escritura. “La pluma personaliza la labor de la escritura, nos recuerda que somos responsables de lo que escribimos. Les dice a los jóvenes: ‘Estas son tus palabras. Ten cuidado con ellas’».
El trabajo manual de la escritura, la formación de las letras, el contacto directo con el papel, el tachar y corregir y escribir encima, la lentitud de ese proceso, acerca al redactor con lo redactado y lo hace más consciente de lo que escribe. Una vez más, el modo de hacer incide en el proceso mental de hacerlo. Más fácil, más limpio, más rápido, no es necesariamente mejor. Con la tecnología se cumple aquello de que, en ocasiones, lo mejor es enemigo de lo bueno.
«Un ágil portaminas Montblanc o una elegante pluma Parker, junto con una libreta y papel que motiven a los jóvenes a imaginarse como hombres y mujeres de letras, no como proveedores de contenidos».
Referencias
Pluma y papel, artículo de Aceprensa