Gustavo Entrala publica en su blog, Inspirinas, esta frase como «Una cita de esas que expresan la esencia de una época».
Como él dice, apelar a las emociones no tiene nada de nuevo. Se viene haciendo desde que los psicosociólogos descubrieron que estas existían y podían ser manipuladas. Es lo que viene haciendo la publicidad —marco, por cierto, en el que se mueve sobre todo el mismo Entrala— desde hace mucho tiempo, con tremenda fuerza y bastante eficacia para convencernos de que hay otros mundos siempre mejores que el nuestro a los que podremos acceder mediante el consumo. Lo ha hecho el cine desde que se inventó a veces con talento y otras veces sin gracia ninguna haciendo que empaticemos con los personajes que encarnan los actores conviertiendo a estos en mitos que luego nos venden café, dentífrico o incluso ideas. Siempre he sostenido por eso que el cine es ambivalente como educador porque no apela a nuestra inteligencia, sino a nuestro corazón y, de ese modo, lo mismo nos puede convencer de una cosa como de exactamente la contraria. Lo ha hecho — lo sigue haciendo— la televisión, cargada de colorines chillones, falsos debates, supuestos experimentos sociológicos y lágrimas, muchas lágrimas… para ganar audiencia.
En fin, se ha hecho siempre, sí, pero desde que los soportes audiovisuales desplazaron a la palabra del banquillo de la comunicación social y ahora también de la interpersonal, se ha hecho más y más profundamente.
Es muy penoso, muy fuerte y muy inquietante que internet, nacido para aumentar nuestro grado de libertad y de comprensión del mundo, no solo no haya conseguido revertir esa tendencia sino que haya terminado encabezándola hasta el punto de convertirla —a jucio de Gentrala— en «la esencia de una época ».
Referencias: