No salimos del entorno “sacerdotal” de estos últimos post porque este fin de semana he tenido el privilegio de entrar en la iglesia de la Cartuja de Aula Dei para ver las pinturas del joven Goya y de los más experimentados hermanos Buffet. Pero más que las pinturas impresiona la proximidad del entorno vital de veinte hombres, veinte cartujos, que allí viven retirados del mundo. Y también , por tanto, no sólo de la tele, sino de todo el entorno del medioambiente simbólico que nosotros tomamos falsamente como referencia imprescindible en nuestras vidas.
En la cartuja, la mirada y el tiempo transcurren en otra dimensión: en 1984, tras una estancia de seis meses en un monasterio cartujo, el director Phillip Groening pidió permiso a la orden para poder rodar allí. Le dijeron que era demasiado pronto. Quizás más adelante. Dieciséis años después recibió una llamada. Había llegado la hora. Los preparativos llevaron dos años, el rodaje uno y la postproducción dos más. Han transcurrido, por tanto, veintiún años hasta su completa finalización: El Gran Silencio.
«Separados de todos, estamos unidos a todos puesto que es en nombre de todos que nos mantenemos en la presencia del Dios vivo.» Estatutos 34.2
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Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Ellos encuentran la paz en el silencio, y a nosotros, hay que ver cuanto nos desasosiega…
Es interesante la observación de Amanda. Vivimos en el ruido del mundo y el silencio nos provoca pavor. No es insignificante este efecto del Medioambiente en las personas. Antes que los contenidos, antes que las ideas, antes que la violencia, et… el ruido y la incapacidad del silencio y la soledad son una minusvalía social del mundo desarrollado, es decir, mediático.
Tal vez, de lo que hablan Amanda y Verbum no sea tanto del silencio como de la incomunicación.
Tal vez, nuestros cartujos encuentren paz, sosiego, por estar «comunicados» en el silencio. Un silencio que sirve a la vida.
Igual que han vaciado su mirada para poder ver, han callado su voz para poder escuchar.
El nuestro, el de los atareados urbanitas, es otro silencio, es sólo una pausa dentro del ruido al que esperamos volver cuanto antes para sosegar nuestra soledad. La que da estar incomunicados, fuera del mundo. Es un silencio que no sirve para vivir.
Sin duda Pepe acierta.