La semana pasada ha sido una semana de informes y estudios.
 
Yendo hacia atrás y resumiendo, el informe la Sociedad de la Información en España 2012 reflejaba  lo contentos que están los directivos de Telefónica ante el aumento generalizado del consumo  del tiempo que los españoles dedican a navegar por la Internet y la expansión continuada de la venta de dispositivos móviles para hacerlo: somos líderes en la compra de smartphones y en la rapidez de su obsolescencia para cambiarlos por otros. El anterior revelaba como los adolescentes españoles lideran el ranquin europeo de adicción a la red. Y el tercero como de alguna manera  ese liderazgo iba acompañado de la soledad ante las pantallas que se han convertido en el principal ámbito “vital” de nuestros chavales.
 
Antes, «el tiempo es oro» era una expresión propia del capitalismo productivo que quería significar que hay que ponerse manos a la obra para no perder el tiempo sin hacer nada. Llenar el tiempo de actividad para convertirla en riqueza.
 
Desde la aparición de la publicidad “moderna” con la sociedad industrial,  a la vez que se multiplicaba la capacidad de producir cosas y la necesidad de venderlas, y  sobre todo desde el invento de la televisión, la expresión ha encontrado su significado literal: el tiempo, el nuestro, es directamente dinero.
 
Algunas empresas, – A3, La Sexta, Cuatro, T5…, por ejemplo, –se dedican propiamente a producirlo: nos enseñan un anzuelo con un cebo en forma de producto audiovisual, nos sentamos a intentar consumirlo y ellos se dedican a embotellar el tiempo que dedicamos a esa actividad para vendérselo a los anunciantes en forma de índices de audiencia –antes pasiva y ahora social–.
 
Otras empresas –como Google o Facebook, por ejemplo,­– compiten ahora con las cadenas televisivas en ese mismo afán recaudador de nuestro tiempo de ocio y más contentas están cuanto más navegamos, cuantas más páginas abrimos porque, de nuevo, allí están los anunciantes, destino final de nuestra exposición pública de ese perfil que vamos dibujando clic a clic.
 
Otras –como Telefónica­, también como un simple ejemplo, – trabajan proporcionándonos conexiones, vendiéndonos o incluso regalándonos dispositivos electrónicos cada vez más sofisticados, más eficaces, más atractivos para que demos rienda suelta a ese afán de comunicación legítimo y natural que nos caracteriza y consumamos de nuevo tiempo, en este caso de conexión a la red. Por eso palmotean alegres viendo como no dejamos de aumentar nuestro consumo y nuestra dependencia, viendo como el exceso se convierte en rutina.
 
Antes el tiempo era oro porque había que aprovecharlo para producir riqueza. Ahora la riqueza de algunos se genera en el hecho mismo de que los demás lo perdamos. Antes la riqueza estaba en lo que llenaba nuestro tiempo. Ahora en aquello que lo vacía reduciéndolo sólo a tiempo.

Ahora sí que el tiempo, el nuestro, es, de verdad, oro, pero molido.