Insiste XLSemanal en la descripción pormenorizada de la Nube real, ese conglomerado de ordenadores que conservan, guardan, almacenan, ¿custodian…? todo lo que los usuarios hacemos en internet. «Esta máquina lo sabe todo sobre usted» titulan insinuantes para describir las trece plantas en que residen los megaservidores de Google instaladas por todo el mundo.
Nosotros, por nuestra parte, no desperdiciamos la ocasión de romper la sugestión de la palabra “Nube” que sume al usuario en la creencia mágica de que sus datos personales, sus búsquedas por la red, su intimidad de ordenador y despacho, no están en ninguna parte o, si lo están, habitan un lugar tan indefinido y etéreo como su nombre. Y no. Resulta que el cielo digital más que nube es ladrillo, nave industrial refrigerada, microchips, hiperordenadores y empresa gestionadora de datos.
En cuanto uno navega por internet sorprende la cantidad de información que queda almacenada: el historial de las búsquedas, las citas guardadas en el calendario, el número de nuestro móvil, los lugares en los que hemos estado con él, la hora, la fecha y duración de las llamadas, la direcciones IP desde las que nos hemos conectado, las fotos subidas, los vídeos vistos, o los datos de la tarjeta de crédito»
«Tenéis un iPhone? ¿una Blackberry, ¿usáis Gmail? Pues estáis jodidos» dicen que dijo Julian Assange, que otra cosa no, pero algo sabe de esto.
«Aquí tenemos la más amplia base de datos del mundo sobre la gente -la gente somos nosotros, todos, los usuarios que estamos en la nube y en las nubes-. Todo accesible a los servicios de inteligencia», dicen que dijo Andrew MCLaughlin, ex asesor de Obama.
Hace poco, Google actualizó su política de privacidad por la que, al aceptarla, asumimos que la empresa puede cruzar nuestra información privada para su propio provecho, diciéndonos que es para el nuestro. Y sin mentir. Porque cuanto más sabe de nosotros, más puede personalizar la búsqueda de información.
Pero más sabe de nosotros pudiéndoselo comunicar a otros.
El cielo está enladrillado, ¿quién lo desenladrillará? Me temo que no va a haber desenladrillador que lo desenladrille porque la cosa cada vez va a ir a más.
Creo que el fenómeno de que se trata empieza a requerir una respuesta personal, una valoración individual, un criterio propio, es decir: no me parece útil enfrentarse al fenómeno globalmente, porque, si el resultado de esa potencialidad puede afectarme a mí, debo ser yo quien elabore una «actitud» (la mía) ante ella. La mía, es que no sólo no me importa ese conocimiento externo sobre, en realidad, «cuatro cosas de mí», sino que me parece del todo inevitable (para que el uso de la Red siga siendo gratuito) y aún ventajoso: si la máquina lo sabe «todo de nosotros», sabrá que yo soy un buen chico, y sabrá, también, quién no lo es; quiénes son los delicuentes, los estafadores, los pederestas, los comisionistas, los corruptos,….. Es decir: la máquina me protege del mal o, al menos, de los malos en bastantes ocasiones.
José Luis.
Bien está que por seguridad, es decir, por la comisión de actos delictivos por parte de delincuentes y terroristas, paguemos un precio en forma de pérdida de derechos y libertades. Pero que por el derecho a comunicarnos tengamos que renunciar al secreto y el sigilo en nuestras comunicaciones, nuestros intereses, nuestras aficiones, nuestros datos personales -una bolsa en absoluto pequeña, nada de «cuatro cosas», y que cada vez será más grande- como un daño colateral inevitable, no es de recibo.
Yo quiero seguir teniendo plenamente el derecho inviolable al secreto de mis comunicaciones, ahora más que antes, cuando sólo se podían intervenir los teléfonos o abrir las cartas, porque ahora el volumen de comunicación es increíblemente mayor.
El problema, José Luis, no es que lo sepa la máquina, sino quienes la gestionan y manejan. El ladrillo de la nube no es una abstracción sino una empresa que, entre otras cosas, vive de mis datos personales.
Y, sobre todo, como asociación, nuestro deber es hacer consciente al usuario de cuál es la situación para que no actúe con ingenuidad y conseguir que haya legislaciones que blinden la transparencia de nuestros movimientos en la red.
No afecta sólo a los que quieren ocultar algo. Afecta a todos los que tenemos derecho a continuar teniendo ámbitos no públicos de actuación en nuestra vida personal. Para detener a los malos sería muy eficaz poner unas cámaras en cada vivienda o incluso -como en la película Minority Report- tener la tecnología necesaria para detenerlos antes de que cometan sus delitos, pero sería a costa de una pérdida absoluta de nuestro derecho a la intimidad. Cuando el Gran Hermano lo controla todo es muy difícil ser malo porque te pillan fácilmente, pero ¿a qué precio? Y es casi peor cuando el Gran Hermano no es un dictador político, sino un conglomerado comercial.