Nos cuenta en él que desde que existe el teléfono, pero exponencialmente más agudizado ahora por la extensión de los móviles, ha adquirido una importancia creciente una nueva relación educativa paterno-filial a distancia: la educación telefónica. «Piensen —nos dice— en la cantidad de horas que nos comunicamos con nuestros hijos a través del teléfono móvil y la poca importancia que les damos a esos contactos».
Justificamos la compra del aparatito, con argumentos de tanto peso como el clásico y antieducativo “Todos lo tienen” o ese otro absolutamente falso de que “De ese modo los tenemos localizados”. Tranquilizamos con ambos nuestra conciencia, aunque, cada vez que colgamos el móvil, se nos quede un poco cara de tontos y un regusto amargo de que algo no estamos haciendo del todo bien en nuestra tarea educativa. Porque en el fondo sabemos que se trata de un sucedáneo de comunicación que se caracteriza por ser casi siempre necesariamente breve, débil, superficial y a menudo inoportuna y algo forzada. «Si el mismo asunto de la llamada fuese tratado en una línea bidireccional, cara a cara, a través de la palabra, tendría efectos bien diferentes en acciones, sentimientos y actitudes», dice Herrera.
¿Cómo decirlo?… ¿hummm? Esto que dice Herrera… no lo dirá en serio ¿cierto?
Y, más a más, a los chicos y a las chicas de esas edades y aún a los jóvenes, por lo general, no les gusta hablar con sus papás por el celular, precisamente.
José Luis
Jose Luis, unos días en Costa Rica y ya le llamas ‘celular’…
Muchas veces lo que se expresa de palabra, con teléfono interpuesto o no, es rápido, de trámite, superficial como decís; sin embargo la posibilidad de permanecer junto a los hijos sin irritarse, sin aburrirse, sin corregir o demandar, sin sentir que nos quitamos espacio y vida podría entenderse como buena comunicación. Y ésta va por delante del hecho educativo aunque además sea inherente a él.
José Luis, cierto lo que dice Susana: ya has cogido (perdón, tomado) vocabulario de allá. Muy bien, muy bien.
Yo creo que, más bien, habría que educar en que a los niños y jóvenes de hoy les hace falta el móvil porque les hemos creado esa necesidad. Los padres de mis alumnos dicen «es por si pasa algo», a lo que siempre les digo «si pasa algo, tenemos nosotros teléfonos en el centro, no se preocupen, que no nos los han quitado».
¿Qué hace un alumno mío de 12 años recién cumplidos con un Smartphone? ¿Qué necesidad tiene? La de sus padres, supongo, de comprarles el cariño. La atención a los hijos requiere tiempo, cara a cara, como decís, y de calidad. No se suple con esta educación de la que habla Carlos Herrera.
Aunque como texto, no está mal.
Un abrazo.
Del todo de acuerdo con tu matización: no es el celular lo que influye (mejorando o empeorando la comunicación familiar), sino la palabra y la actitud en la convivencia.
Estoy en Chile, Susana: nada que ver con Costa Rica. Esto es una isla continental. Aislados -y protegidos- por los cuatro costados (Andes, Pacífico, desierto norteño, y hielos subantárticos)viven los chilenos sin prestarle demasiada bola a la civilización del llamado primer mundo, excepción hecha, naturalmente, de su Alexis Sánchez que en inacabables vallas publicitarias les dice a sus compatriotas que lo mejor es Movistar. Pero solo llevo aquí siete días y estoy en fase de impregnación medioambiental. Espero destilar en breve algo razonable sobre este entorno tan singular.
José Luis
Eso es, Negre, ese perdón está muy bien traído… ¡jajajá! Pues sí, «celular» me parece harto más preciso que «móvil».
De acuerdo: la culpa del uso de celulares por niños de tan tierna edad es de los padres y solo de los padres y punto.
¿Superada prueba 26 de enero?
Otro.
José Luis
El hecho de que no les guste, José Luis, aun da más la razón a Herrera. Un adolescente nunca está en disposición consciente de recibir «comunicados» de sus padres, Pero el móvil, lejos de poner eso de manifiesto, lo oculta porque nos lleva, como muchas otras tecnologías de la comunicación a la ficción de que estamos permanentemente on line. Lo que ocurre es que, también como siempre, ya puestos, es bueno plantearse utilizar el móvil de la manera más educativa posible.
Cierto, Susan. La comunicación mejor no siempre es la hablada -muchas veces es la peor opción. Lo que es imprescindible es el estar. Lo malo es el espejismo de interconexión que nos venden con el celular, que dice el chileno.
¡Ah! ¡Negre! ¡Cuanta razón tienes! Y no sólo con el móvil: ¡cuánto objeto sucedáneo de cariño y justificación de la mala conciencia del no estar rodea a nuestros alumnos! El medioambiente está cargado de necesidades artificiales que sirven para ocultar decepciones educativas y afectivas.
No sé si los Andes, el Pacífico, el desierto y los hielos serán suficientes para impedir que el medioambiente chileno escape a la contaminación consumista del mercado-mundo. Si fuera así, igual me mudo, amigo.
Ya, ya, claro. Aquí consumen también, faltaría más. Hay incluso superficies parecidas a Plaza. Pero las gentes (incluso las consumidoras) respiran respeto y naturalidad. Aquí la pobreza y la riqueza no aíslan a las personas de un modo tan evidente y general como allá: hay matices humanos interesantes que se preservan. (No me extiendo).
Dando un paseo por la Universidad de Concepción pude leer en uno de los varios estandartes que adornaban el vial central: «La izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas». Me pareció insólito algo así en nuestra España, y además me «sonaba». Al final del paseo, de un enorme campanil (torre para reloj), pendía la estela de Nicanor Parra y su «Hombre imaginario» escrito íntegramente. Pero es que en el concierto del foro que el grupo Congreso y la orquesta sinfónica de la universidad dieron al aire libre, la gente cantaba, uno tras otro, a sus poetas… de memoria.
Saluditos
José Luis