Hace mucho que no escribimos un post. Mis amigos y seguidores nos preguntan. Simplemente es que creo que ya lo hemos dicho todo. O al menos, todo lo importante. El brillo seductor de las ¿NUEVAS? tecnologías ya no brilla y algunos relámpagos mediáticos -inteligencia artificial y sus variantes- añaden cantidad, pero no cualidad en la toxicidad relacional que venimos criticando en estas páginas. Ya veremos.
¿Qué hacemos de nuevo aquí, entonces? Hemos seguido leyendo y nos parece relevante el último libro publicado por Jonathan Haidt con un expresivo título, un clarísimo y explícito subtítulo, una portada con una imagen igualmente expresiva:
y, finalmente, un contenido claro y riguroso que no debería dejar lugar a dudas entre los expertos, los padres, los tertulianos y los medios y ¿los políticos?… Aunque nunca se sabe: la publicación de libros clave en cuanto al diagnóstico de la crisis existencial adolescente de un par de generaciones (La fábrica de cretinos digitales; Salmones, hormonas y pantallas, Un daño irreversible…) provocada en gran medida por la inteligencia del móvil es aplastante y no parece que haya ocurrido gran cosa salvo un aumento de cierta conciencia social entre algunos padres.
En libro de Jonathan Haidt, se afirma lo siguiente:
1. El impacto de la red en general y de las redes sociales en particular a través de los dispositivos móviles en las mentes de los jóvenes, sobre todo de la llamada Generación Z, es incuestionable.
2. La responsabilidad y la fuerza de ese impacto sobre esa generación en concreto, no está solo en la tecnología, sino también en un ambiente educativo social y sobre todo parental, caracterizado por la inseguridad y el miedo que ha sometido a toda una generación a una malsana sobreprotección alejada del juego libre lejos de la supervisión neurótica de los adultos.
3. El impacto es generalizado entre púberes y adolescentes, pero afecta mucho más a las niñas.
A lo largo de todo el texto, se pone de manifiesto lo que hemos explicado aquí tantas veces hasta desgañitarnos : el uso de dispositivos electrónicos y pantallas disminuye el tiempo de experiencias de exploración, estimulación y juego imprescindibles para completar el desarrollo adecuado de un cerebro que nace inmaduro; produce un deterioro del aprendizaje, de la adquisición y expresión del lenguaje, de la fundamental capacidad lectora y de la capacidad de mantener la atención, de la de demorar recompensas y controlar los impulsos; el uso de pantallas favorece un estilo de vida en las antípodas de las necesidades de desarrollo de un niño que precisa experimentar, manipular, investigar y descubrir el entorno y sus posibilidades, alentando el sedentarismo, la alimentación menos saludable, el sobrepeso, la obesidad, el mayor riesgo cardiovascular o el desarrollo de trastornos visuales, así como compromete la cantidad y la calidad del sueño… Por no hablar del grado de frustración de miles de adolescentes al competir con físicos imposibles y enfrentarse a la tensión de exposición pública 24/7 como si estuvieran en una pasarela de moda permanente, o la exposición de millones de chavales al porno desde edades inverosímilmente tempranas…
Pero, sobre todo, las pantallas conllevan una crisis de presencia, un obstáculo para las palabras, miradas y gestos necesarios para un desarrollo emocional que permita identificar y entender las emociones propias y ajenas y acceder a las herramientas de regulación emocional y de habilidades sociales.
Como se verá en las gráficas de más abajo, cada síntoma viene de bastante más atrás. A medida que avanza el entretenimiento tecnológico basado en la fascinación de la pantalla (cine, sobre todo TV, videojuegos…) desplazando el imprescindible juego físico, libre y grupal, el desarrollo de las habilidades sociales y el crecimiento armónico de los niños y adolescentes queda mermado. Sin embargo, se agudiza radicalmente a partir de 2010 con la generalización del smartphone y el acceso a las redes sociales, siendo mucho más intenso y brusco entre los adolescentes de 15 a 24 años, es decir: la generación Z, compuesta por los nacidos desde mediados o finales de la década de 1990 hasta finales de la década de los 2000 o principios de la siguiente. Los milenials pertenecientes a la generación precedente, nacidos entre principios de la década de 1980 y mediados de la década de 1990, aunque vivieron con intensidad la llegada de internet y el móvil recibieron mucho menor impacto, según Haidt, porque fue alrededor de 2010 cuando tras la presentación del primer IPhone por el glamuroso Steve Jobs, se generalizó rápidamente su uso, así como la penetración y generalización de las redes sociales . La mayoría de los niños pertenecientes a ambas generaciones ha utilizado internet desde muy jóvenes y sus miembros se engloban en la estúpida etiqueta de nativos digitales que, junto a la otra estupidez de la multitarea ya hemos criticado aquí en profundidad como conceptos falsos del ciberoptimismo que no han hecho sino enturbiar la comprensión de la toxicidad educativa de la mal llamada revolución digital.
¿Toxicidad? Veámoslo gráficamente:
Espectacular la caída brusca en la franja de edad de la generación Z hacia el individualismo y la soledad de la pantalla.
La crisis de la presencia –continuada, como hemos dicho, desde mucho antes de la aparición de la red y del móvil- de nuevo se agudiza a partir de 2010.
No es un tema baladí, sino la insana competencia con el PC, la PlayStation, la Xbox, la Nintendo y todo el ocio digital, pero sobre todo con el móvil que ha tenido lugar cada noche en las habitaciones de nuestros hijos e hijas.
Más de uno se pondrá muy contento de algunas de estas actividades «negativas» desciendan con la llegada de la tecnología, pero es una síntoma claro del aislamiento social y el retraso en el crecimiento orgánico sano de toda una generación de jóvenes que a lo mejor no se emborrachan, pero se entregan al botellón electrónico diario con consecuencias mas invisibles, pero a medio y largo plazo significativamente más graves.
Véanse:
Fijémonos en la diferente curva ascendente entre las chicas -en esta y en las gráficas siguientes- que pone de manifiesto el drama que están viviendo miles de chicas en las redes sociales. Quizá la mejor forma de explicarlo son estas dos imágenes que nos ofrece Haidt y que lo dicen casi todo sobre la frustración que afrontan las adolescentes:
Puede que los Z sean los mas afectados, pero mis hijos -milenials- me advierten de la abrumadora mayoría de jóvenes de su edad -entre los 30 y los 40 años- que acuden a las consultas de algún sicólogo. ¿Qué les está pasando?
Muy significativa la disminución de la ansiedad a medida que las generaciones afrontan las redes sociales, internet y el asedio del móvil con mayor grado de madurez.
Y, finalmente, la gráfica más dura:
Como hemos dicho, además de los móviles y las redes sociales hay otros elementos que coadyuvan a este desastre social. Jonathan Haidt, señala uno de ellos:
Evidentemente, ni son todos los que están ni están todos los que son. Seguro que hay jóvenes que en su entorno parental y educativo se han defendido mejor del asedio de las grandes corporaciones. Habría que caminar a que cada vez sean más los que puedan escapar de ese contexto de infelicidad y frustración. Ser conscientes de lo que ocurre es el primer e imprescindible paso.
Referencias