Hablábamos de patologías sociales que difícilmente una escuela contagiada podía solucionar y hete aquí que Carmen Posadas en el XLSemanal se queda patidifusa cuando se entera de la moda de las «pelu parties», una orgía de procedimientos de belleza que a 70€ por niña constituye lo último en regalos de primera comunión, es decir un ejemplo fetén de situación socialmente patológica para ilustrar nuestro último post.
En el artículo, las pelu-parties son la punta del iceberg de toda una sintomatología más amplia y profunda: el adelanto de la pubertad y, por tanto, de la adolescencia entre ocho a veinticuatro meses entre las chicas y chicos del mundo occidental y el retraso de su finalización indefinida entre los adultos –muchos de ellos su propios padres– que no se resignan a madurar y adentrarse en la vida adulta: niños que quieren ser adultos y adultos que no quieren dejar de ser adolescentes.
Puede que los regímenes alimenticios tengan algo que ver –circunstancialmente, podrían tener una cierta influencia en el cambio biológico de los niños, ninguna en el de los adultos–, pero estoy convencido de que en el primer caso se trata sin duda de una somatización y en el segundo de una identificación a partir y con un modelo cultural creado en el medioambiente simbólico por las pantallas y su imaginario poblado de referentes adultescentes hipersexualizados.
Niños y niñas que se convierten en púberes y adolescentes no a partir de experiencias vividas, sino de vivencias vicarias contempladas en las series, las películas y la publicidad; amplificadas, verbalizadas y justificadas, en las revistas y las tertulias y finalmente reconstruidas en la realidad de una sociedad que no aprende de la experiencia sino de la sugerencia.
Niños y adultos con mucha información adquirida con las nuevas tecnologías –dice Posadas– y muy poca formación porque apenas tienen vivencias propias; que pasan muchas horas desviviéndose viendo vivir a otros a los que convierten en sus modelos y que, por tanto acaban modelándolos. Niños y adultos llenos de emociones, pero sin inteligencia emocional; llenos de derechos y sin obligaciones; con mucha libertad y poca autonomía; de mantequilla ante la frustración; maduros en lo externo, en su aspecto físico, en sus apetencias sexuales, pero emocionalmente niños; frutos precoces los unos, sin madurez ni sabor que acabarán pudriéndose demasiado pronto, según cita de Rousseau cuando hablaba de la necesidad de vivir con plenitud y a su tiempo, las distintas etapas del desarrollo humano; frutos verdes e inmaduros los otros, caricaturas de adultos que no permiten que el tiempo y la experiencia vayan tejiendo el telar de su madurez.
«La solución no es fácil –termina Posadas; ya lo creo que no– pero se me ocurre que esos atribulados padres preocupados porque sus niñas de diez se comportan como lolitas y no asumen su edad, tal vez deberían empezar por dar ejemplo y asumir ellos la suya». Entre otras cosas, asumiendo su responsabilidad educativa plena para aprender ellos y enseñar a vivir a sus hijos en un medioambiente simbólico lleno de pantallas.
Está muy bien traída la pieza porque, como señalas en la introducción, es un perfecto ejemplo de lo tratado en «¿Quién enseña a quién? Desde luego la cuestión de establecer una taxonomía aplicable a encontrar el origen o causas por las que alguno de los actores (sociedad, familia, escuela, medioambiente simbólico) influye o determina, en este caso negativamente, determinados efectos en los otros es poco menos que inabordable. Así, hoy, es difícil, por ejemplo, esperar que los padres asuman su responsabilidad educativa cuando, seguramente, son ellos los educados por los hijos; o bien, en tal caso, es plausible esperar la convicción de los padres de que en efecto se ocupan de educar a sus hijos pues les procuran cuantas tecnologías les demandan y les regalan ilusiones como las «pelu parties», etc, etc. Naturalmente, si decimos que todos estamos «en la contaminación», nadie aparece como causa de los efectos y todos podemos decirnos «parte del problema». Es decir: la solución no nos pertenece. Como si hubiera de llegar de afuera. Pero sabemos que tal pretensión no se puede cumplir, es inútil concebirla. De todas formas, sabemos que las cosas sólo se solucionan a partir de un diagnóstico acertado. Pero como lo acertado es múltiple o relativo………. A veces, las cosas también se arreglan mediando la divina providencia. Yo espero de ésta más que de los hombres. Hoy en día.
José Luis
Hombre de Fe, amigo.
Pero al mazo dando. Denunciar que los medios educan -y digo «denunciar» porque aunque parezca imposible de creer hay que seguir haciéndolo en tono de denuncia- es diagnosticar. Y establecido el diagnóstico, póngase el preceptivo tratamiento.
Las cosas no son así y ya está. Las cosas son así porque dejamos que lo sean. Esto es lo desesperante de este trabajo de reflexión y diagnóstico: que el enfermo podría curarse, pero no quiere ni oír hablar de ello.
Obsérvese que digo «mediando», es decir: la denuncia es parte importante de «al mazo dando» para que la Providencia actúe. Jeje. Creo que eres mucho más optimista que yo en el asunto de que se trata. Me explico: para mí hay ya y desde hace algún tiempo suficientes diagnósticos, así los particulares de autores preocupados por el análisis del paradigma tecnológico (verdadera transición al «homus digitalis») como de organismos e instituciones, públicas y privadas, a las que les compete el fenómeno, de entidad y certeza más que suficiente para que la instauración del «preceptivo tratamiento» se hubiera ya producido. Entonces ¿por qué no se produce, por qué no se ha producido? Obviamente, las razones son tantas que de nada sirve exponerlas, pero en suma y por intentar una síntesis de las mismas, es posible que hace tiempo que la acción política, mundialmente considerada, haya dejado de perseguir «el bien común» de las sociedades que administran, entendido este «bien común» como el bien personal de cada factor particular de la suma, el bien de cada persona. ¿Por qué puede ser esto así?: tal vez porque la monetización de la vida actual, la crisis del sistema económico, la satisfacción de las prestaciones del estado del «bienestar», la creación de actividad económica, ajustar y corregir la deuda pública (y privada) de los estados, etc, etc, sea HOY lo perentorio (para los políticos, claro), …….. y cuestiones como la que nos ocupa aquí en este blog, sea para ellos, como muchísimas otras de capital importancia, asuntos concernientes a la «libertad» personal, al «derecho a decidir» de cada ciudadano, a la «moral» personal, a las «creencias», ……. En definitva: cualquier diagnóstico, así fuera el más «inmejorable y cierto de todos, será siempre cuestionado, contestado, relativizado; y cualquier «tratamiento», más aún si se presenta como «preceptivo», será combatido para que no sea instaurado.
No es que el enfermo pueda curarse y «no quiera ni oír hablar de ello» (que en parte, también), es que los medios de comunicación (imprescindibles al caso) tienen dueño(s) y… no les interesa que aquí se cure nadie: todos enfermitos estamos mejor.
josé luis
Sin esa visión, que no es optimista, sino realista, de que las cosas pueden cambiar, no tendría ningún sentido mantener abierto este blog ni mantener activo el trabajo asociativo. Si pensamos que no hay nada que hacer, no habría que hacer ya nada.
De verdad no creo que el diagnóstico esté hecho. Para nada. Creo que no llega a la sociedad. Y creo que terminará llegando. Por eso seguimos aquí. Hay mucho trabajo que hacer.
Y bien que haces. Y que no vea yo que te relajas. Mi visión no anula a la tuya. Para nada. Mucho menos que tú, yo también trabajo para «la causa» y deseo que «la causa» se alcance. Que sea menos optimista no quiere decir que no lo sea en algún grado. Soy optimista porque sé que es mejor trabajar que no hacerlo; perseguir metas que no tenerlas; que en el camino mismo se encuentra el sentido de las cosas, de esta nuestra también; que es un horror ser un pesimista inactivo, paralizado. Eso es lo que creo que soy yo por lo genera: un pesimista activo (por si acaso se arreglan las cosas ¿no?). Para mí, ser pesimista u optimista, no se circunscribe a temas o asuntos concretos; lo veo más como una tendencia psicológica general, de enigmática o misteriosa constitución, con la que los individuos nos enfrentamos a los asuntos en general. El realismo, sin embargo, no sería tanto psicológico como lógico, en tanto que exige un conocimiento de la realidad afectada. Podría pues actuarse como un realista optimista en unos asuntos y un realista pesimista en otros. ¿Qué te parece?
Un fuerte abrazo.
Bien definido. Sin embargo, creo de verdad que el diagnóstico no está bien definido, no tiene pegada, no llega. Tenemos qué encontrar el lenguaje que lo haga llegar.