Se me ha puesto muchas veces en cuestión el nombre del blog. No es muy comercial. Nadie lo entiende. En la última Asamblea de la Asociación se estableció, de hecho, la necesidad de cambiarlo precisamente para hacerlo más comprensible, más popular. Se hará, aunque contra el cariño que el administrador le ha cogido ya en estos años.

Medioambiente Simbólico“: ese “aire” no físico, sino mental que todos respiramos y que llena no nuestros pulmones sino nuestra cabeza, nuestro corazón, nuestra alma de símbolos, es decir, de ideas, pensamientos, imágenes que acaban constituyéndonos y, en ocasiones dominándonos sin que nos demos cuenta de su dominación. «Las ideas se piensan -decía Ortega- en las creencias se está». Las creencias de Ortega y de Marina son las moléculas que componen ese aire que respiramos.  Un aire, una atmósfera, en la que también se está produciendo un cambio climático de enormes proporciones y consecuencias para cada uno de los usuarios que lo respiramos a través de los medios, a través de las pantallas. Un aire que, como hemos ido viendo a lo largo de estos cinco años, no siempre es limpio, sino que puede estar contaminado.

Me lo ha recordado mi amigo Pepe Martín al indicarme la conveniencia de la lectura de la primera Encíclica del Papa Francisco, “Laudato si”, en la que habla del Medioambiente con mayúsculas, pero en la que dedica también algunas líneas a este otro medioambiente más invisible que constituye la materia de nuestro blog:

«47. A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento»

Y más adelante, profundiza:

«102. La humanidad ha ingresado en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una encrucijada. Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor, el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente, la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías. […]».

Una maravilla. Pero…

«no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. […]»

Y es que

«el problema fundamental es otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional.[…]»

El tecnoptimismo generalizado que admite como bueno todo lo que proviene de un avance científico o tecnológico y que afecta no solo al medioambiente sino a la vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones.  Y es que no se trata sólo de cómo utilizamos la tecnología, sino de la tecnología misma:

«Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar

El ciberoptimismo y la adoración tecnológica son hoy un modelo cultural dominante contra el que es muy difícil oponer resistencia: cualquier crítica es tildada de demonizadora o tecnófoba. Cuando, al revés, la recepción y el uso de la tecnología nos exige un distanciamiento crítico que garantice nuestra libertad personal en su uso.

«108. No puede pensarse que sea posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra»[87]. Por eso «intenta controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad alternativa de los individuos se ven reducidos.»

Por eso nos advierte el Papa de la urgencia de llevar a cabo un cambio cultural que adopte otra visión más objetiva, más verdadera, más crítica en definitiva, que someta la tecnología a un uso verdaderamente humano:

«114. Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano».

Eso es exactamente lo que pretendemos aquí.

Referencias
Laudato si