Hace cuatro años se destacó ampliamente la fuerte influencia de las redes sociales en la victoria del Presidente norteamericano Obama. Con el ciberoptimismo habitual, se analizó pormenorizadamente la magnífica campaña presidencial y la estudiadísima y eficaz estrategia del Partido Demócrata con todo un equipo de ciberespecialistas que manejaron muy bien los tiempos de campaña y los metadatos de los votantes a los que dirigieron selectivamente e-mails, mensajes de Facebook, Twitter e Instagram. Como ganó Obama, los ciberutópicos alabaron el papel de Internet una vez más con los consabidos “un antes y un después en la historia de la política internacional”, “nada va a volver a ser lo mismo”, etc… tan frecuentes en el ámbito del solucionismo tecnológico.
Dado el buen resultado en aquellas elecciones, en estas últimas se supone que el ciberequipo demócrata tendría que haber sido aún más importante en dinero, medios y personas –seguramente lo habrá sido- y, por lo tanto, aún más eficaz. Sin embargo, nadie ha hablado de ello. Esta vez parece que la eficacia ha sido nula y los elogios entusiastas de la red han desaparecido… de la red. Es más: la denuncia del FBI y la Administración Obama de cibermaniobras rusas para influir en el resultado electoral favoreciendo a Trump con intoxicaciones (¿?), hackers y asaltos a la informática del partido de Clinton, que pondría de manifiesto de nuevo la importancia de Internet en la política, no ha sido glosada por casi nadie, en general de forma bastante confusa y, en cualquier caso, a nadie se la ha ocurrido decir que este supuesto hackeo es un logro más de la nueva sociedad tecnológica y en red.
Hay pues, dos maneras de afrontar la influencia de la red y las redes en la política y en la sociedad. Por un lado está claro que se destaca masiva y mediáticamente cuando esta influencia va en determinada dirección, pero no, en cambio, cuando se produce en dirección contraria. Es el caso también del “destacado” y aireado papel de las redes en la llamada Primavera Árabe –más virtual que real- y el silencio ominoso de todos tras el fracaso de dicha Primavera en el mundo físico real en el que se producen vigilancias y censuras gubernamentales, cárcel, muertes y cruelísimas guerras en las que la red sigue siendo fundamental en otra dirección, pero aparentemente pierde toda capacidad de influencia. Es el caso de la eclosión del 15M, pero no de su lánguida desaparición de la actualidad. Es el caso del avance de partidos alternativos y supuestamente asamblearios como Podemos, pero no del triunfo electoral del PP frente a la izquierda o de la derrota del PSOE. Muy importantes para la victoria de Obama, pero nulas en la victoria de Trump –salvo el pirateo ruso, claro-. Parece pues que las redes son determinantes para que triunfen determinadas tesis más o menos progresistas, pero no para respuestas de carácter conservador.
Y es que Red y redes, en el lenguaje de la utopía solucionista cibernética, son sinónimos de participación, de nueva democracia, de progreso, de juventud, de “¡nuevo!”… y no de ciberterrorismo, de pirateo informático, de robo de datos, de control gubernamental, de inseguridad, de amenaza,… y en modo alguno puede haber nada que enturbie la proyección social publicitaria de dicha imagen positiva. Se trata, en definitiva, de una muestra más del márquetin mediático que, ni siquiera creo que de manera consciente, eleva una vez más a categoría la anécdota tecnológica en una especie de autoafirmación no de lo que es, sino de lo que según los parámetros del optimismo tecnológico, debería ser.
Sin embargo, la realidad se impone alejándose del buenismo y la demonización. La tecnología es lo que es, nos facilita la vida proporcionándonos herramientas que llegan más eficaz y rápidamente a donde nuestras limitaciones lo dificultan o impiden, pero produce también los daños colaterales que produce. Dejemos de proyectar una imagen idílica, pero por eso falsa, de la red y la tecnología y contrapesemos siempre con la crítica necesaria que la ponga en el sitio que realmente se merece. Es lo que intentamos aquí, a pesar del aparente negativismo que puede aparentar nuestro análisis como resultado de buscar ese contrapunto necesario a la presión medioambiental reinante. No criticamos el ciberoptimismo por ser tecnófobos, sino por por afrontar nuestro medioambiente simbólico con veracidad y equilibrio de modo que el usuario y el ciudadano sepan a qué atenerse para utilizar la tecnología con criterio, eficacia y libertad.