
Tras contarnos la escalofriante historia de Lindy Chamberlain, llevada al cine por Meryl Streep, que fue condenada como asesina de su hija sólo con la evidencia de que, ante la opinión pública y un sistema judicial contagiado por ella, parecía demasiado fría y de que no aparentaba ser una madre que ha perdido una hija en trágicas circunstancias, es decir, no hacía demostración pública de su dolor, Carmen Posadas se traslada en su artículo a las esperpénticas escenas de emoción que suelen reproducirse en los platós de televisión, reino del circo de las apariencias.
Es patético el espectáculo al que nos tiene acostumbrados la televisión —nos dice— con inefables programas de eso que ha dado en llamarse “telerrealidad” y que no es más que teleirrealidad o, peor aún, telemanipulación». Constata una evidencia. Pero una evidencia que todavía mucho telespectador no advierte y consume, como si fuera la vida misma, un montaje construido televisivamente desde el casting hasta la cuidadosa guionización de todo lo que ocurre en el plató siguiendo el minutaje de los índices de audiencia. «Desde que existen, para convertirse en un personajillo mediático y ganar un pastizal, basta con acudir a uno de esos programas y gimotear o estallar en sollozos a la mínima provocación» Véanse las explosiones de emoción de los reencuentros, de los nominados a…, de los que alcanzan a ganar el concurso, o incluso de los que superan una prueba para pasar a otra. Pero no sólo: ya hemos comentado en otras ocasiones cómo hoy, la sola presencia de las cámaras en el escenario de una desgracia, suelen provocar unas demostraciones de sentimentalismo, llantinas y desmayos, que sin ellas —seguro— serían inexistentes o mucho más contenidas. Es el pseudoacontecimiento sentimental.
«Y es que a tener la lágrima fácil ahora se lo llama ser “una persona muy sensible”, y a soltar dos o tres obviedades y vacuidades como “para mí lo importante es la familia” o “a lo único que aspiro es a ser feliz” es considerado síntoma de que estamos ante una persona “auténtica”» También está el «no me arrepiento de nada» y el «yo es que soy una persona muy sincera» después de haber vomitado dos insultos a una tercera del plató. Es la moda de las emociones-espectáculo, de la impudicia pública. Tras siglos –dicen- de dictadura de la razón, ahora la inteligencia debe ser emocional; la muerte, las desgracias e incluso las dificultades que la vida nos pone delante, que antes había que afrontar personalmente, deben ser ahora atendidas por profesionales que te ayuden a evitarlas o, como máximo a asumirlas; la intimidad se expone sin ningún pudor en los platós y se renuncia a la privacidad en las redes sociales.
«Porque vivimos en un mundo en el que lo único importante es parecer. Lo que uno “sea” en realidad —un farsante, un tontolaba o un perfecto guarango— da igual, ya que nadie se toma la molestia de ver más allá de las apariencias. Por supuesto esta dicotomía entre ser y parecer ha existido siempre, pero ahora los medios de comunicación aumentan hasta proporciones grotescas lo epidérmico, lo banal, lo simulado.»
Cada nueva tecnología refuerza lo provocado por la anterior, pero todo va en la misma dirección: superficialidad, banalidad, epidermis. De nuevo los Bárbaros de Baricco. A mí —concluye— que soy una persona poco expresiva en mis sentimientos e incluso me avergüenza exhibirlos en público —como es natural…— me ha aterrado pensar a lo que me expongo por mi incapacidad absoluta de emular uno de esos estomagantes plañideros mediáticos que usan sus lágrimas de cocodrilo para hacer caja».
Lo de Carmen es excepcionalmente normal.
Referencias



LA SOLEDAD DA LUGAR A MUCHAS REACCIONES NO COMPRENSIBLES CON LA RAZÓN.LAS PRISAS, LA VIDA QUE LLEVAMOS EN GENERAL,SON LAS CULPABLES DE QUE NUESTROS SENTIMIENTOS ESTÉN A FLOR DE PIEL; LO QUE PROVOCA UNA TELEREALIDAD, QUE NO GUSTA, NI DEBE GUSTAR A LOS CULTOS. AHORA BIEN HAZ UNA VISITA A RESIDENCIAS HOSPITALES ETC Y MIRA EL MUNDO DESDE SU REALIDAD
Querido anónimo: la telerrealidad no debe de gustar a nadie porque es una mentira. Las residencias y hospitales son la verdad. Existen, para cultos e incultos.
El texto de Posadas,Anónimo, va mucho más allá de la tele: habla en realidad de la exacerbación de lo emocional en la sociedad posmoderna. No creo que las prisas tengan la culpa. Las prisas son otro síntoma del desnorte medioambiental: muchas prisas, poco tiempo, casi cinco horas de media de tv al día… En cualquier caso, en las residencias y hospitales no hay prisa y la tele, a pesar de las apariencias más superficiales, es un narcotizante y una aberración para ancianos y pacientes. Ya hemos escrito sobre ese consumo aquí en el BLog.
Lo peor de la telerrealidad, Amanda, no es sólo que es mentira, sino que se vende como verdad. Y, en eso tienes razón: pocas cosas más verdaderas que la ancianidad y la enfermedad.
Sí, sí, esta moda de la rebaja del umbral del llanto y del llanto directamente requerido es patética.
Muy bien Carmen Posadas, como siempre.
José Luis
PD. Menos mal que esta vez el capitán Casillas ha mantenido una sobriedad ejemplar.