Los Los Bárbaros, ensayo sobre la mutación, A. Baricco, Anagrama, Argumentos nº 378, Barcelona, 2ª ed., mayo 2009

Alessandro Baricco es un escritor que os recomiendo. Y este libro suyo es un libro imprescindible para todos aquellos a los que nos preocupa el estado del medioambiente simbólico.Es un ensayo brillante. Es su mayor virtud. Y su mayor defecto. Porque tras la brillantez de una prosa que deslumbra como un espejismo, uno no encuentra el descanso de la comprensión de una tesis construida. No hay oasis en el que refugiarse sino finalmente más desierto. Aunque un desierto lleno de preguntas que no calman la sed, pero nos ponen en marcha para buscar agua. Y eso es bueno.

A Baricco hay algo que no le encaja en la visión apocalíptica de la situación actual. A mí hay algo que no me encaja en el desarrollo de su libro.

Es un ensayo sobre ‘la barbarie’, pero no está escrito por un bárbaro incapaz de escribir un libro, ni, desde luego, para los bárbaros incapaces de leerlo.

Escrito en el periódico, trasciende al periódico porque en su aparente descuido estructural de columnas periodísticas independientes, está perfectamente planificado, cimentado como un libro al más puro estilo civilizado y de acuerdo a una lógica prefijada de antemano para componer finalmente una tesis global.

Detrás del coloquial y voluntariamente cercano tuteo con el que el autor se dirige a nosotros, hay una metódica construcción de una tela de araña argumental que es forzoso desentrañar, alejándose, si no se quiere acabar engullido por un conjunto de ideas que dudo estén pensadas mientras se escriben, como dice el autor en el inicio, pero que es imprescindible pensarlas mientras se leen y después de leerlas.

Extraordinariamente certero a la hora de la descripción de los síntomas,―«la superficie en vez de la profundidad, la velocidad en vez de la reflexión, las secuencias en vez del análisis, el surf en vez de la profundidad, la comunicación en vez de la expresión, el multitasking en vez de la especialización, el placer en vez del esfuerzo …., la brusca laicización de cualquier clase de gesto, el ataque frontal a la sacralidad del alma…»― no lo es tanto, a mi juicio al identificar las causas y al establecer finalmente el diagnóstico.

El cambio producido en el consumo del vino y del fútbol a los que alude para introducirnos en la idea de la metamorfosis, no los veo yo síntomas de una mutación individual y social, sino más bien movimientos estratégicos del mercado dentro de un marco más amplio en el que tiene mucho más peso, como él mismo dice, «el acceso generalizado al consumo» de prácticamente toda la población occidental con la consiguiente desaparición de la sociedad de clases y, sobre todo, con el advenimiento de unanueva era en la que el criterio económico ha invadido terrenos antes regidos por lo ideológico, lo político, lo cultural o incluso lo espiritual. No es la democratización del consumo, sino el dinero como ídolo exclusivo, el que extiende un determinado tipo barbarie en cada vez más ámbitos sociales.

En el paso del clasicismo al romanticismo que encarna la figura de Beethoven (con la consiguiente trampa de la incomprensión de los críticos de la época), tampoco creo que sea un buen modelo de lo que ahora está ocurriendo, ni por el tipo de cambio cultural –que es de otra especie-, ni por las dimensiones del compositor, al menos hasta que tengamos la oportunidad de juzgar la obra producida por esta supuestamente nueva generación nativa nacida con «el ratón en la mano» y surfeando alegremente de aquí para allá. Por otra parte, no creo que este paso sea el único que la humanidad ha dado a lo largo de la historia. Desde el Paleolítico hasta nuestros días, ha habido muchos cambios culturales e incluso muchas civilizaciones que han surgido, ardido, brillado intensamente y apagado después, dejándonos en una oscuridad en la que buscar de nuevo la luz con las brasas antiguas. No ha habido mutaciones, sino un largo recorrido del hombre mediante el esfuerzo y la razón que son pulmones que pertenecen a su naturaleza. No son producto de una histórica y eventual construcción cultural y no admiten branquias alternativas. Crisis, regresiones, silencios, degradaciones a menudo dramáticas, pero no mutaciones.

Elevar la situación actual de degradación del pensamiento a la categoría de «mutación» es darle carta de naturaleza como a algo inevitable. Una mutación no es gobernable si es una mutación. Ante una mutación, lo único que cabe es la resignación o quizá la esperanza del dejarse llevar por el tiempo hasta que salgan branquias.Yo sí que creo, en cambio, firmemente que «lo que llegaremos a ser es hijo de lo que quisiéramos llegar a ser» porque ese es uno de los más firmes pilares de la civilización, de la cultura y de la naturaleza humanas. Porque yo creo en esa naturaleza, en la profundidad de sus derrotas y en la altura de sus conquistas. El hombre y las sociedades que el hombre forma no mutan: se alzan o se degradan. Como dice el personaje de McCarthy que Baricco cita al final de su ensayo, «el corazón humano alberga una promesa» que es semilla para trascender el tiempo de su limitada existencia.

Y si ni el vino, ni el fútbol, ni el mercado del libro, ni la degradación de la cultura supuestamente construida por la burguesía emergente en la modernidad sirven para explicar el origen y el alcance de lo que está ocurriendo, mucho menos Google con su “revolucionario” sistema de acceso a la información que no al conocimiento. La nueva epistemología que intenta explicar Baricco sin conseguirlo es, a mi juicio, lo más inconsistente del libro. Porque lo que propone como alternativa mutante al método de conocimiento hasta ahora humano, se convierte en una penosa tautología de la nada: conocer desconociendo, profundizar surfeando, experimentar sin habitar la experiencia, esforzarse para huir del esfuerzo, comprometerse con la frivolidad permanente…

Es posible que en el diseño de Google sus creadores tuvieran en la cabeza el criterio de selección y búsqueda del ámbito científico al que culturalmente pertenecían, pero lo cierto es que el modelo que al final han creado, se parece efectivamente más al del consumo –vale más lo que más se vende y lo que vende más adquiere más visibilidad y, en consecuencia se vende más- que al de las revistas científicas en las que es la autoridad del que cita quien marca la diferencia y los comités de editors los que filtran la basura. Y si, aun así, no son pocos los fraudes que se han dado en el mundo intelectual de la ciencia, imaginemos lo que ocurre cada día en la democrática y abierta red.

Efectivamente: la calidad viene dada por la facilidad del encuentro y esta está basada en la cantidad. De nuevo la barbarie: calidad es igual a cantidad. La democracia ― un sistema político basado en la negociación y creado para limitar de forma muy imperfecta el poder político― se convierte en una dictadura de lo políticamente correcto cuando se aplica al saber o a la cultura, cuando es criterio para señalar lo que es importante y lo que no lo es, lo que es realidad o ficción, lo que es verdad o mentira.

Muchos teóricos de la comunicación―el profesor Sánchez Vacas en este mismo blog ( Nuevo entorno) o G. Siemens en Connectivism: A Learning Theory for the Digital Ageadvierten que las herramientas que usamos definen y conforman nuestro pensamiento. Siemens afirma incluso que “la tecnología está alterando (recableando) nuestros cerebros”. Creo que exageran. Es indudablemente cierto que la red ― como la imprenta en su momento― «no es un inocente receptáculo que cobija el saber, sino una forma que modifica el saber a su propia imagen. Es un embudo por donde pasan los líquidos, y adiós muy buenas, yo qué sé, a una pelota de tenis, a un melocotón, o a un sombrero». Eso no cambia nuestro modo de conocer, simplemente condiciona ―omitiéndola, dándole una forma u otra…― la información a la que tenemos acceso. Lo importante es saber qué pasa por el embudo, qué no y de qué manera para no depender únicamente de esa vía de acceso. Precisamente uno de los grandes espejismos de Internet es hacernos creer que fuera de la red no hay nada.

Baricco nos dice que los niños de hoy se aburren como síntoma de la mutación. Para él el aburrimiento ―ese precioso «pájaro encantado que incuba el huevo de la experiencia»según Walter Benjamin―no es un problema social, un síntoma de una enfermedad, sino una consecuencia de la mutación. Para él no existen los TDA,y los niños llamados hiperactivos son sólo niños con branquias a los que hay que echar al agua “del no-hacer-nada-que-no-quieran-hacer” porque si no se aburren. ¡Claro que los niños de hoy no soportan el aburrimiento!: y eso es porque no les han dejado incubar ese pájaro encantado… Una vez más la diversión, la fascinación de la pantalla ha matado en ellos la capacidad de disfrutar.

Y, por fin…, el tópico de los tópicos: ¡el MULTITASKING! Ya tardaba.¡Qué listos estos nuevos pececillos capaces de hacer todo y nada a la vez! Pero que, sin embargo, como el sistema educativo todavía es antiguo, protagonizan el fracaso escolar más grande de la historia. No son ellos, no. Es el obsoleto sistema. Tenemos que aprender a que estén en clase con la tortilla, el iPod y silbando mientras la wikipedia les enseña lo que hay que saber.Los americanos, dice Baricco, no saben todavíasi son genios o idiotas Esperaremos a ver qué se decide, pero yo, mientras tanto, desde el pequeño terrón de mi experiencia docente, me inclino más por lo segundo.

Y es que en absoluto «se ha vuelto clamorosamente absurda la desproporción entre el nivel de profundidad que hay que alcanzar y la cantidad de sentido que puede obtenerse». Porque la recompensa sigue siendo el ser persona. No hay otra forma. Lo que ocurre es que el esfuerzo ha quedado diluido en la distracción permanente de la pantalla, y en el estímulo constante de la zanahoria del consumo tras de la que el bárbaro gira y gira sin alcanzarla nunca. Si ya no vale la pena esforzarse para comprender un cuadro, leer un libro o escuchar a Beethoven, tampoco, supongo, para ser cirujano o ingeniero, así que cuando se nos acaben los cirujanos e ingenieros que proceden del sentido decimonónico del esfuerzo, apaga y vámonos a surfear hasta convertirnos todos más en náufragos que en peces.

No. Ninguna de estas cosas justifica la tremenda transformación social que estamos viviendo. Por el contrario, la ya citada supremacía de un capitalismo sin freno y, sobre todo, la irrupción de «tecnologías que comprimen el espacio y el tiempo» el absoluto dominio de la imagen frente a la palabra por la generalización de las pantallas en la vida cotidiana, y la penetración en el espacio doméstico de la televisión e internet a través de los cuales se han sustituido los principales referentes educativos ―familia y escuela― por una especie de anónimo educador universal y mediático y se ha generalizado una cada vez más intensa e hipnótica dependencia del plasma y el LCD como masivo ámbito para el ocio…: todo eso sí que me parece determinante no para explicar una mutación, sino para percibir un cambio climático en el medioambiente simbólico contra el que no hay que levantar muralla alguna ―entre otras cosas porque es imposible―, pero ante el que hay que oponer una resistencia activa basada en el cambio de gestos cotidianos en el uso de las tecnologías y en el consumo de las imágenes que poco a poco limpien la atmósfera simbólica. No ha surgido un nuevo modelo de conocimiento, sino que se ha enrarecido de tal modo el ambiente que, a la vez que aumenta exponencialmente el acceso a la información, cada vez es más difícil acceder al saber. No es que los pulmones ya no nos sirvan para respirar y necesitemos branquias, sino que hay que limpiar el aire de la contaminación que nos impide acceder al oxígeno del conocimiento.

Mientras termino esta reseña, mis hijos está viendo en la televisión con la contaminante publicidad añadida, la película de Kevin Reynolds, Waterworld, en donde también unas branquias mutantes marcan la diferencia. Pero allí la civilización ha quedado totalmente sumergida en la barbarie.

Para que no nos ocurra lo mismo yo os aconsejo, como siempre, que veais televisión, no la consumáis o seréis consumidos por ella. Podéis leer, entonces, un buen libro. Como este.

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