“Ahora estoy en el despacho―me escribe mi hijo en un e-mail con cierta guasa irónica―, no hay nadie, así que puedo hacer lo que me dé la gana hasta las diez y media aprox. Momento que aprovecho para mirar Facebook, Twitter, Tuenti, blog y correo a ver quién me quiere, o cuál es la última chorrada de los tarados de mis webcolegas”.

Cabría preguntarse si hacer click en ese botoncito para buscar amigos no equivale a asumir que vamos por la vida mendigando un poco de cariño digital.