La agenda es ese instrumento individual de ordenación del tiempo y sus contenidos que, como casi todo, ha pasado mayoritariamente al soporte electrónico de cualquier plataforma móvil y de bolsillo.
 

La agenda nos ayuda desde que existe el tiempo, es decir desde que existe el reloj que lo mide, a llenarlo de una manera ordenada y eficaz. (La eficacia también existe desde que existe el tiempo porque obedece al resultado de la relación tiempo/rendimiento). Establecemos un orden y una jerarquía en los eventos que van a llenar nuestras jornadas.

 

Pero José Luis me envía un artículo que me recuerda que existe también la agenda de los medios, la agenda setting, por la que los medios deciden aquello que nos quieren contar y aquello que no.

 

La agenda mediática es la capacidad de los medios para decidir qué hechos son relevantes para contarlos y, en función de su relevancia, darles un espacio informativo u otro; es decir, la agenda marca qué es noticia y qué no lo es. Lógicamente, si los intermediarios eligen lo que va a ser noticia, nosotros, los destinatarios de la información, estableceremos nuestra agenda de preocupaciones con los temas que los medios decidan hacer visibles o destacados. O lo que es lo mismo: lo que es relevante para la opinión publicada, será lo que tenga importancia para la opinión pública. La agenda de los medios consigue que incluso los ciudadanos críticos lo sean sólo con respecto a los temas propuestos por los medios.

 

Aporta el artículo que me manda José Luis un testimonio muy ilustrativo: «Estamos agradecidos a el Washington Post, el New York Times, la revista Time y otras grandes publicaciones cuyos directores han atendido nuestros encuentros y respetado sus promesas de discreción durante casi cuarenta años. Hubiera sido imposible para nosotros desarrollar nuestro plan para el mundo si hubiéramos sido sujetos del brillo de los focos o la publicidad durante estos años». (David Rockefeller, C.F.R. and Trilateral Commission Founder). 

Porque si lo que los medios dicen conforma nuestras opiniones, más importante es para dirigirlas, lo que los medios callan. El silencio es la peor de las censuras o de las manipulaciones. «Cuando el adversario se resumía en un solo personaje, visible, grotesco o feroz, era posible desafiarlo. Ya no tenemos que luchar contra un tirano, sino contra una multitud confusa, cuya arma disuasiva no es un suplicio, sino el silencio. Estamos asediados por la radio, la pantalla, el periódico, los medios de información. Ahora bien, una información es incompleta, parcial, puesto que nunca lo dice todo. Y a mendo el silencio de la información cae sobre lo insoportable, es decir, sobre lo esencial. La obra maestra del arte de informar es engañar no diciendo nunca más que la verdad», dice Jean Guitton en el extraordinario librito El silencio sobre lo esencial.

 

Como dice el artículo, es mucho más útil el silencio que la calumnia porque la calumnia puede ser cuestionada pero no se cuestiona lo que se ignora o se desconoce

 

Quizá sólo podamos abarcar los hechos cuando el tiempo los convierte en historia, es decir, cuando los que los protagonizaron y los que los contaron -la historia siempre la escriben los vencedores- ya han muerto y no son relevantes.  Es entonces cuando la relevancia la marca la búsqueda de la verdad libre del peso muerto de la opinión. 

O quizá sea esta una de las grandes aportaciones de Internet: su resistencia al silencio.