Juan Pablo Vitali, escribe en elmanifiesto.com un artículo del que reproduzco aquí algunos párrafos.
«El hombre posmoderno se aburre. Tiene de todo para entretenerse pero se aburre, cada vez más y de forma angustiante. Se alcoholiza, ingiere medicamentos de todo tipo para “equilibrarse”, se conecta a las máquinas, ordenadores, teléfonos, televisión. Viaja abarrotando los circuitos de turismo. Pero se aburre.[…] 

Y no es sólo la falta de vida espiritual lo que nos desequilibra, sino la ausencia de una necesaria “dimensión social”. No es bueno que el hombre esté solo, por más que tenga una vida interior intensa. Solo, de a dos o en un pequeño núcleo familiar, una persona puede sobrevivir, pero no alcanzar la dimensión total de la personalidad, que es también indefectiblemente social. Se necesita un entorno comunitario. No se es fuerte sin él, no se puede sobrevivir adecuadamente sin tenerlo. […]

Y eso es así aunque estemos rodeados de mucha gente, con la que el tipo de relación es solamente un contacto fugaz, un usarse para el aturdimiento, para el placer instantáneo, para la corrupción de los sentidos, para disfrutar del consumo poniéndolo a consideración de los ojos del otro, en una perversa ceremonia muy propia de la sociedad en que vivimos. […]

Para ese compartir la conexión, el aturdimiento y el consumo, es lo mismo cualquiera, no hace falta el sentido de comunidad. Luego del momento de “instantánea felicidad”, debemos crear otro instante igual y así hasta el infinito […]»

Y eso en la sociedad del entretenimiento, del consumo, de la información, de las redes sociales, del móvil que nunca se apaga, de la información en vivo y en directo, del twiteo, de la conexión permanente de la «sensación de vivir«.