Vemos la televisión libremente porque podemos apagar y no verla… Podemos apagar y no verla, pero no lo hacemos.
¿Libres 18 millones de personas que deciden hacer todos los días lo mismo a la misma hora?
Entren en cualquier bar y allí está formando parte del escenario cotidiano del pincho, tortilla y caña. Asómense a cualquier casa a la hora del telediario y la verán allí comiendo con nosotros. Miren por la ventana a partir de las nueve de la noche y verán brillar bajo las estrellas el temblor de las pantallas en las fachadas de todas las casas como una luminaria.
¿Lucha por las audiencias? Las cadenas no tienen que competir para que la gente no vaya al cine o lea o hable entre sí, en vez de ver la televisión,…esa batalla la tienen ya ganada. Las cadenas luchan por llevarse un trozo de la tarta del tiempo que, de un modo diario, obligatoriamente libre —diríamos de nuevo paradójicamente— le dedicamos a la televisión.
Los científicos deberían investigar, no sólo sobre los adictivos físicos que llevan el tabaco o los alimentos. También sobre los adictivos sicológicos que pueden llevar las pantallas. Así veríamos por qúé 18 millones de personas ven la televisión durante tantas horas de su vida.
No sé. «Podemos apagarla, pero no lo hacemos». En principio no parece que se derive de ahí un secuestro de la libertad (vía adicción psíquica ni orgánica, es decir, vía patológica) porque ese «podemos» ahí resta, esperando nuestra voluntad de apagar o encender el artilugio audiovisual. ¿Porqué pués, «no la apagamos»?
Sin querer escurrir la realidad de lo que nos dice el post, puede afirmarse que: a) 18 millones parecen muchos. Si se otorga a cada televisor una media de dos coma y pico (tal vez de 2,5) espectadores, resultaría que todos los 45 millones de españoles ven a diario la televisión y es poco probable que sea así. b) Si no es un tema de libertad en sentido estricto, encender la tele con tanta «facilidad» ¿qué es? En mi opinión es un mero signo de los tiempos en las sociedades avanzadas. Signo que significa un recóndito deseo de conocimiento que aflora con más fuerza (porque de él se carece) paradójicamente en esta etapa del desarrollo al que llamamos «sociedad del conocimiento». No es necesario decir, es obvio, que ese anhelo de «conocer» queda diariamente frustrado porque los contenidos emitidos devienen en «conocimientos» trufados de intereses, mentiras, vacuidades, ideologías, y en definitiva contaminado y hasta podrido por «el poder» (los poderes). c) debe considerarse que la repetición cotidiana de cualquier tipo de acto, pronto se conforma en «hábito». Los «hábitos» son difíciles de desactivar. Cuando son buenos los procuramos y nos ayudan notablemente a ser como queremos ser, cuando no lo son luchamos por sustituirlos, reducirlos, anularlos, …. pero no es fácil. Nada más. No es fácil.
De pequeño, durante las comidas en familia, mi padre escuchaba las noticias en Radio Nacional, y todos callábamos si él hacía un gesto «pidiendo» silencio. Luego, a veces, nos decía: «ya podéis hablar». Por la noche, por fortuna, no coincidían el horario de la cena y el noticiario radiofónico. Pero ése era el «hábito» en casa. Querido por mi padre, menos voluntario por los demás (tal vez), pero el hábito tuvo una entidad extrapersonal, fue el de la familia entera. Supongo que con la tele las cosas siguen parecidamente.
José Luis.