Asisto con asiduidad a un encuentro literario mensual al que un grupo de amigos liderado por el inconmensurable José Antonio Ramos hemos dado en llamar «Miguel Delibes«. La lectura de un libro nos sirve de excusa para encontrarnos y comer juntos saboreando la comida, la compañía y las palabras del texto que nos toca leer. En ocasiones, incluso las palabras del autor cuando José Antonio consigue traérnoslo de cuerpo presente.

Ha sido el caso este mes: tuvimos la ocasión de conocer personalmente a Arcadi Espada que acaba de publicar un extraordinario, recomendable, estremecedor y apasionante libro titulado «En Nombre de Franco, Los héroes de la embajada de España en el Budapest nazi».

Me tocó a mí presentarlo y esto fue lo que dije:

«Hoy tenemos con nosotros el privilegio de contar con un periodista y un ciudadano. Es decir una rara avis en peligro de extinción y que habría que  proteger si se dejara, cosa que dudo.

Es verdad que ambas palabras se han devaluado al hacerse multitudinarias. Hoy a todos –como en la mili el valor– se nos supone la condición de ciudadanos y, desde la Red, pareciera que todos somos también periodistas. Sin embargo, igual que el hábito no hace al monje, el nombre y la etiqueta tampoco construyen realidades.

Es más, si hay una época de escasez de ciudadanos y periodistas es esta inflacionaria de videopolítica, de portavoces, de asesores y de moquetas,   de debates gallináceos, de imágenes e imaginarios photoshop, de ruido y de noticias con vida de mosca –en expresión de nuestro invitado– que mueren sin dejar más huella que la frustración de no quedar desveladas ni resueltas al ser constantemente sustituidas por otras.

Si información es lo que no sabemos, nos sobran altavoces y nos faltan buceadores. Si la información nos libera porque nos contextualiza y nos dice de verdad dónde estamos en el laberinto, no nos hace falta que nos inunden de referencias y nos ahoguen en declaraciones; necesitamos de intermediarios que busquen, que no se conformen, que vayan más allá del titular, que interpreten, que pulvericen los tópicos en lugar de airearlos para indicarnos una salida.

En esta sociedad de apariciones y de apariencias, no necesitamos ver lo que pasa, sino entenderlo. Necesitamos de profesionales que desmitifiquen, que vayan contracorriente, que confíen aún en el poder penetrante de la razón y en la eficacia analítica y definidora de la palabra. Necesitamos, perdón por la fácil metáfora, espadas que atraviesen la carne y el hueso de la actualidad para llegar al tuétano de lo que pasa. Necesitamos  periodistas-ciudadanos comprometidos con las ideas y no con las ideologías.

Arcadi Espada representa muy bien ese perfil lúcido que acabo de describir y que, a mi juicio, lo convierte en imprescindible.

Yo discrepo con él en muchas cosas -antropologías y otros fundamentales-  pero es que, y eso es lo que le hace verdaderamente útil: no necesitamos periodistas con los que estar de acuerdo para asentir desde la irracionalidad o la sentimentalidad, sino intelectuales que nos permitan  e incluso que generen la discrepancia.

De nuestro invitado dicen que ha dicho: “La muerte del periodismo es la muerte de la democracia”. Yo le agradezco que, al menos con él, el periodismo siga vivo.

En cuanto a su libro, se trata de un ejemplo clarísimo de lo que acabo de describir: desde la provocación incorrecta del título, hasta ese inconformismo de ir filtrando la contaminación ideológica que traiciona la objetividad en la presentación de los hechos, todo es periodismo del bueno y buena literatura. Magnífico ejemplo de periodismo, de escritura y de cumplimiento de un deber moral: la búsqueda de la verdad. Un periodismo del pasado para poder estar en el presente de una manera más cabal, para poner las cosas en su sitio en una reconstrucción concienzuda, desconfiada, refinada de un rompecabezas de hechos y de personas que el tiempo no colabora a desenredar si no hay una intervención personal, decidida, esforzada que colabore a ello.

Arcadi Espada es esa persona. Que no deje de intervenir es mi deseo».