Publica El Mundo una entrevista de Mar Muñiz a la psicoterapeuta infantojuvenil Lola Álvarez  (licenciada en Pedagogía, máster de Estudios de Observación Psicoanalítica y miembro de la Asociación de Psicoterapeutas de Niños y Adolescentes de Reino Unido, de la Fundación Británica de Psicoterapia y del Consejo Psicoanalítico Británico) que acaba de publicar ‘¿Qué me he perdido?’ (Planeta, 2024), una guía para detectar en los adolescentes problemas de conducta, de ansiedad, depresión, autolesiones, ideaciones suicidas, etc… Ese conjunto de problemas de carácter mental cuyo aumento por fin se asume en las tertulias como uno de los efectos tóxicos de las pantallas y la red.

Afirma la terapeuta en la entrevista que los adolescentes de hoy son mucho más vulnerables que antes a causa del cambio que ha producido la tecnología. Tienen un doble trabajo: construir y comprender su vida física y su vida virtual. «Todo lo que ocurre en redes o en los videojuegos tiene un impacto en cómo se sienten a diario, incluso a niveles muy básicos, como estar o no dentro de un grupo de Whatsapp. Tienen una existencia paralela que funciona 24 horas y no les da respiro».

La tecnología  a través de la cual todo el mundo se desnuda y se expone ha creado también la aparición del etiquetado de todo lo que nos pasa: «no dicen ‘estoy un poco deprimido’, sino ‘tengo depresión’ o ‘tengo ansiedad’». Se autodiagnostican convirtiendo en ‘enfermedad’ lo que no son sino estados de ánimo normales en el transcurrir del adolescente. Estos trastornos los utilizan para construirse una identidad que les hace más interesantes frente a los demás. Estar enfermo ha dejado de ser un problema para convertirse simplemente en ser distinto, en algo atractivo para llamar la atención. «Una niña me dijo en consulta que tenía «ansiedad» y «dismorfia corporal». Lo que le pasaba, en realidad, es lo que a muchos –y, sobre todo a muchas-: quería estar más delgada, sin más. Esta confusión es preocupante».

«Antes los adolescentes teníamos un póster en la habitación, pero ahora existe más interacción con los famosos, saben todo de su vida privada y buscan identificarse más con ellos. Si personas con ‘glamour’ tienen un trastorno se convierten en especiales, en sensibles, en interesantes. Hay una ‘glamourización’ de las ‘almas torturadas’ que banaliza los problemas de verdad. Es un círculo perverso.» Yo también puedo ser como ellos.

Algo parecido pasa con las autolesiones que ahora son mucho más frecuentes. El modo de afrontar la tristeza provocada por los altos y bajos de la vida cotidiana adolescente hablando con los amigos, la familia o simplemente saliendo por ahí, ha sido sustituido por la reclusión y la búsqueda de un dolor físico que tape el malestar psíquico que sienten. También aquí se ha producido un contagio de popularización a través de la red. Muchos copian estas conductas porque buscan cierto dramatismo. «El dolor puede ser ‘glamouroso’ y a veces se genera hasta competitividad entre ellos [aunque] es verdad que la mayoría de los adolescentes que se autolesionan tienen un problema real» y no es fácil combatirlo cuando se convierte en una costumbre porque es muy adictivo.

La representación mediática de las autolesiones de los menores en los medios de comunicación y redes’, un estudio realizado por el grupo de investigación Comkids de la Universidad Rey Juan Carlos, liderado por la catedrática de Publicidad Esther Martínez Pastor concluye que existe una comunidad digital compuesta por jóvenes que se autolesionan y animan a otros a hacerlo. En ella encuentran apoyo emocional pero, ojo, este acompañamiento también resulta nocivo y supone una vía de retroalimentacion.

Les comprábamos el móvil y los envidiábamos al verlos teclear tan nativos, tan digitales, tan felices. Resulta que no lo eran tanto. Resulta que la pantalla no es una persona, sino una cosa. Y la presencia ante las cosas es la soledad.

Referencias:

Artículo de El Mundo