Mi móvil es un Nokia como el de la imagen que encabeza el post. No recuerdo los años que tiene. ¿Diez? Tan viejo que ignoro hasta el nombre del modelo. Tan viejo que pertenece a esa generación primera de aparatos que todavía salían de la fábrica finlandesa sin haber programado su obsolescencia y —a pesar de golpes, roces, uso continuado, desgaste de la pintura— no parece que vaya a morirse de un momento a otro. Sin duda la lógica del mercado marca que es un aparato completamente desfasado y por tanto debe ser renovado. La publicidad y el entorno —muy marcado por la publicidad— hace años que me muestra nuevos aparatos con nuevas “utilidades”, formas y colores.
En una época en la que el desarrollo tecnológico va a la velocidad de la luz todo queda rápidamente envejecido. ¿Pero qué es lo que envejece un objeto electrónico, la industria y su capacidad de renovación o el usuario?
Es evidente que las empresas tecnológicas programan, no sólo la obsolescencia de sus aparatos —como el resto de la industria—, sino que en este sector más que en otros, se planifica muy bien la estrategia del lanzamiento de novedades en función de la saturación del mercado.
Sin embargo, como en todo lo relativo al consumo, la piedra siempre estará en el tejado de los usuarios. En este artículo de David Bretos en La Vanguardia se pone el dedo en la llaga al decir que un aparato puede quedar obsoleto para los fabricantes, pero si su propietario no necesita hacer más del 20% de lo que le permite hacer ese dispositivo, no debería existir obsolescencia alguna para él.
Por eso, entre los usuarios, están los fashion-victims que hacen cola en las tiendas para adquirir lo último de cualquier cosa la necesiten o no y que no son sino eso: víctimas de la moda y la publicidad. En la otra punta están los que buscan una herramienta adecuada a sus necesidades que pueden ser las que ofrece la última tecnología y están los que se crean necesidades que no son tales a la medida de las que la tecnología les ofrece como deslumbrante novedad.
En esta cultura de la moda, de la novedad, de la vida de mosca para todo —lo mismo da que sea información, objetos, relaciones…— la obsolescencia tecnológica viene sobre todo determinada por la percepción y el dominio de los usuarios sobre la técnica o, al contrario, por el dominio de la tecnología y el márquetin sobre los que la utilizamos.
Como en todo, de nuevo, equilibrio y dominio: ni el viejo Nokia, como yo; ni el último juguete vacío de sentido.
Mis alumnos dicen que tengo un zapatófono. Y no me extraña que piensen eso, ante los Ipod y BB que ostentan, previo pago de sus padres, claro… No se es nadie sin estar a la última tecnología, cierto.
Un saludo.
Yo te entiendo bien, Pepe. Si mi celular me hubiera funcionado 10 años, no me desprendería de él mientras pudiera. El punto flaco puede ser la inexistencia de baterías, por ello te recomiendo que te hagas con una cuanto antes.
Respecto a los fashion-victims, cada vez lo tienen más crudo porque en los 18 meses de fidelización salen al mercado una o dos novedades y deben pasar un tiempo sin estar «a la última». Mi super Iphone4 ya no es ná al lado de su nuevo hermanito el Iphone4S: ni 6 meses me ha durado la idea de primacía. Aunque me consuela mucho saber que como lo uso al 0,2% de sus posibilidades, no quedará obsoleto en muchos años.
José Luis
Pero hay un extraño placer en llevar la contraria a las tendencias, Negre. Cada vez que saco mi zapatófono, alardeo, mostrándolo, de mi libertad.
Así es, chileno. Pienso que nuestra generación tuvo una infancia y una adolescencia tan austeras que nos vacunamos contra el proceloso mundo de los deseos y el neuromarketin