Algo está cambiando en el ciberoptimismo reinante -ya era hora, aunque mejor tarde que nunca- cuando nada menos que un editorial de El Mundo, periódico de tirada nacional, denuncia las mentiras del todopoderoso dueño de Facebook e Instagram. Merece la pena su reproducción completa:
Hay algo peor que ignorar los graves riesgos para la salud de la clientela derivados de la actividad de una empresa: encargar un estudio para evaluarlos y, cuando los resultados disgustan a la directiva, enterrar el estudio y seguir adelante con el plan de negocio. Esto es exactamente lo que hizo Mark Zuckerberg cuando un informe interno reveló el impacto psicológico que Instagram, propiedad de Facebook, tiene sobre sus usuarios, especialmente sobre chicas adolescentes. El aumento en las tasas de ansiedad y depresión registrado en esa franja de edad en los últimos años es un hecho probado. En los casos más extremos se traduce en mayores índices de depresión e incluso puede llevar al suicidio, que en España es ya la primera causa de muerte entre los jóvenes. Hoy contamos el caso de un menor adicto a un videojuego online que lleva dos meses internado en un hospital de Castellón.
Pese a esta evidencia acreditada por los propios servicios de Facebook, Zuckerberg declaró en marzo de 2021, durante una audiencia en el Congreso de EEUU sobre salud mental y juventud: «Las investigaciones que hemos llevado a cabo muestran que usar aplicaciones sociales que conectan con otra gente pueden tener efectos positivos en la salud». El dueño del gigante tecnológico no solo mintió sino que afirmó lo contrario de lo que sigue ocurriendo.
Las grandes compañías tecnológicas no solo son noticia a menudo por su tramposa habilidad para eludir el pago de impuestos justos allí donde cosechan los beneficios de su actividad. También por haber favorecido la difusión de bulos con intención política capaces de decantar unas elecciones o polarizar la sociedad. Últimamente también son noticia, y ya era hora, por el efecto perverso que, a causa del diseño calculadamente adictivo de ciertas aplicaciones, pueden ejercer sobre la salud psíquica de sus usuarios, en especial sobre mentes en formación y especialmente vulnerables.
Internet y las redes sociales constituyen el mayor avance tecnológico de la reciente historia humana, y sería estúpido oponerse a él. Pero también lo es cerrar los ojos a sus efectos indeseables cuando se detectan. Instagram es una red orientada específicamente al exhibicionismo físico y de ciertos modos de vida que resultan inalcanzables o que distorsionan por contraste la autopercepción de la mayoría de usuarios. Zuckerberg lo sabía, pero le importaron más los ingentes ingresos publicitarios que esa red le genera.
Y no sólo un editorial. Le acompaña otra columna de opinión firmada por Rafael Moyano titulada Redes que cita al Wall Street Journal como al que ha destapado la mentira publicando los resultados del estudio interno del mentiroso que, entre otras perlas, decía que «Un 32% de las chicas dicen que cuando se sienten mal con su cuerpo, Instagram les hace sentirse peor».
Moyano afirma que debería aparecer un anuncio de prevención y riesgo cuando abres la aplicación de Instagram parecido a los que adornan las cajetillas de tabaco. Aquí hemos abogado muchas veces porque ese anuncio estuviera en las paredes de las tiendas de móviles, en la publicidad de los dispositivos y en las cajas en los que los venden. No se trata de prohibir, sino de advertir de los riesgos y las dificultades. Los consumidores tienen derecho a decidir libremente sabiendo a qué se exponen y qué están comprando exactamente.
Pero a pesar de estos datos, a pesar de estas opiniones, me temo que aún falta mucho para que esta corriente que se va abriendo paso llegue a los hogares y a los padres que los habitan. Hoy mismo, he tenido un diálogo delicioso y estremecedor con una niña de siete años que me ha enseñado ufana el móvil que llevaba en la mochila con una funda en forma de ratón de grandes orejas afirmando que su prima de nueve años todavía no lo tenía.
Referencias
Redes, Rafael Moyano
Editorial de El Mundo