

Decíamos ayer que lo que hoy verdaderamente educa es lo que vemos en las pantallas. Pantallas grandes, pequeñas pantallas o pantallas diminutas. Ni padres, ni maestros. Los que imponen su criterio educativo son señores como el conductor estrella de un programa basura de la TV, como Jorge Javier Váquez que sentencia en XLSemanal:
«¿Vejatorio mi programa? Yo tengo la obligación de conseguir audiencia. Y ya está. […] ¿Vejatorio? Pero, vamos a ver, es que yo he hecho de todo. Yo mismo. Yo tengo la obligación de distraer al personal. Y si tengo que quedarme en calzoncillos, me quedo. Y si tengo que colocarme el traje de la Pantoja, me lo pongo. Que me lo puse. Me venía pequeño, se me salían las carnes por todos los sitios, me da igual, me lo puse. […] Me da igual. Es un trabajo. […] Es que tenemos la obligación de entretener a la gente que nos está viendo. Y hacer lo que sea. Es que me da igual.»La entrevistadora objeta: “Dice que no tiene que ser un modelo para nadie, pero el propio medio, la televisión, lo convierte en un modelo. Bueno o malo, pero un referente…” Y el ínclito contesta: «No entiendo por qué se exige eso a los presentadores o a los programas de televisión.» La periodista le aclara: «Por la enorme difusión de lo que hace y dice; porque la fama que esto le genera, por no hablar del dinero, hace que mucha gente quiera ser usted.» A lo que JJ sentencia: «Yo creo que no es así. Pero aunque fuese… […] No puedes salir a trabajar pensando que eres un modelo para nadie. Si no, a la hora de hacerte el contrato dirían: estos son los preceptos que tienes que acatar… afortunadamente no te dicen eso. Te dicen que entretengas y consigas audiencia. Y ya está.»
Con un par. Eso es tener claro sus criterios educativos.
Mientras tanto, leo una breve sentencia del Juez Emilio Calatayud:
«Con las formas de ser y actuar que plantea, la televisión está creando una juventud. No refleja lo que es la juventud en la sociedad».
Parece que no sólo la sociología del post anterior nos está dando la razón. También la judicatura, aunque sea un juez que se ha hecho precisamente famoso no por aplicar la ley, sino por aplicar el sentido común.
Sin embargo me temo que, incomprensiblemente, ni a la sociología, ni a nosotros ni al juez nos van a hacer demasiado caso. JJV seguirá reinando en el share diario de las cadenas de televisión y nadie le dirá que acate ningún precepto salvo el único posible hoy en la competición: ganar audiencia.



Cada día veo un poco, solo un poco, más claro que el problema para llegar a conclusiones operativas en el estudio de los medios y sus efectos, está en el indefinido e inevitable enfrentamiento entre el «tamaño» de las diversas «realidades» tomadas como «refrentes». La reflexión del juez Calatayud lo indica perfectamente: las formas de ser y de actuar que muestra la televisión están creando UNA juventud, pero no refleja lo que es LA juventud en la sociedad.
Es la dificultad para concretar quienes forman esas entidades, a saber, «UNA» y «LA», la que nos vuelve locos a los que queremos dirigirnos a ellas.
Posiblemente, no lo había pensado antes así, lo esperpéntico del señor JJV sea la función que le han asignado en su contrato (que ejecuta a la perfección) y no tanto su persona misma. Si le encargaran presentar un programa de música coral infantil y lo hiciera con el mismo empeño que pone en su programa actual, es seguro que el aludido desprendería angelicales efluvios y simpatía a raudales… y sería un «referente» bueno, positivo.
José Luis.
Exacto: el problema desde hace años es el objetivo con el que se hace televisión -un servicio público aunque sea privado-: ganar dinero. A costa de lo que sea.