En otras entradas hemos comentado la lúcida descripción que hace Javier Echeverría de la vida del telepolita en el medioambiente simbólico. He recordado estos días ese magnífico texto y reseño aquí otro de sus certeros análisis de la realidad medioambiental actual: el teleturismo.
La forma económica que sostiene a la Telépolis, de Javier Echeverría es el Telepolismo que tiene su base en el consumo productivo por el que muchas formas de ocio han sido transformadas en trabajo productivo, en muchos casos sin conciencia por parte de los ociosos de que, al disfrutar de sus horas de descanso, en realidad están trabajando: los prosumidores de los que ya hemos hablado en otras ocasiones.
En Telépolis, el turismo se encarga de hacer productivo el descanso semanal o anual del mismo modo que la televisión hace productivo el tiempo posterior a la jornada laboral. Para entenderlo debemos acostumbrarnos a contemplar a los grupos de turistas como cuadrillas de currantes que trabajan a destajo, de sol a sol, sin retribución, sin sindicatos y sin seguridad social.
El turista, en cuanto firma transporte, hotel y desayuno por un precio irrisorio, acaba su dura jornada de trabajo agotado y repleto de objetos, visitas y espectáculos que jamás hubiera pensado adquirir, realizar o contemplar tras consumir ofertas adicionales no incluidas en la oferta inicial. Es lo que se llama “haber pasado unas buenas vacaciones”. De hecho, el teleturista suele hacer propaganda gratuita de la empresa o de los locales o sitios visitados ante amigos y conocidos: no queda nada bien decir que han sido unas vacaciones horribles así que el éxito está asegurado.
Además, véase cómo con el número de visitantes a una ciudad, una atracción o un país, los convierten en marcas cuyos nombres propios adquieren valor añadido. Las ciudades se pueblan de museos, edificios y pabellones emblemáticos, construidos por arquitectos de prestigio, que no tienen otra función que revalorizar la ciudad como marca de modo que son los propios lugares y no las empresas las que acumulan el capital añadido. Cuantos más ojos, más fotos, más comentarios, más publicidad, más valor añadido. Son inversiones enormes, pero que se rentabilizan rápidamente por la visita-consumo del turista-trabajador.
Hagan turismo, pero no lo consuman o acabarán trabajando para las empresas que contraten.
¡Cómo me gusta el Gugennheim! Claro que le da un valor añadido a la ciudad, y que si te desplazas para visitarlo, además comprarás cosas y posiblemente regresarás a casa con bolsas, con marcas, … con lo que quieras y puedas. Y supongo que les dirás a tus prójimos que te ha gustado mucho.
Eso debió querer también Carlos III cuando mandó construir el Museo del Prado, dar un valor añadido a la Villa de Madrid. Un valor patrimonial, cultural, turístico, …..
Lo de ahora no es nuevo, lo que pasa es que es masivo, porque es más fácil, rápido y barato desplazarse para conocer lugares a los que hace tan solo unas décadas era impensable acceder.
El turismo es estupendo. El «teleturismo» me parece una construcción intelectual, sin más.
José Luis
Me gustaría saber, pepeboza, si hay algo en esta vida que yo haga con absoluta libertad.
Querida Amanda y querido José Luis. De eso, precisamente se trata. De hacer las cosas con libertad. El turismo también. En el mundo de consumo global en el que vivimos, sólo viviremos con libertad en la medida en que desvelemos los procesos ocultos que aprovechan nuestras necesidades y vivencias para convertirlas en simples productos. No se trata de no poder hacer turismo, ni de no disfrutar con el Gugennheim, ni de no poder ver la TV o usar cualquier tecnología… Lo que este blog defiende es que no nos conviertan en simples consumidores sino que mantengamos en todos los terrenos nuestro estatus de usuarios cada vez más libres. Una hermosa ciudad nunca debe convertirse en una marca para consumir, sino en un lugar para vivir o un destino para visitar.