No quisiera frivolizar con el diagnóstico del Trastorno de Déficit de Atención (TDA) que de unos años a esta parte invade nuestros centros educativos. Para nada. Sé que este trastorno está descrito, sé que hay casos flagrantes, sé que se trata químicamente y sé que a estos alumnos hay que darles en clase un trato preferencial acorde con su dificultad. 

Pero igual que supongo que no están todos los que son, intuyo que no son todos los que están y que hay un cierto abuso en el diagnóstico y una cierta tendencia de los progenitores a acudir al psiquiatra o al psicólogo cuando sus hijos no estudian, no rinden, no se concentran  excepto cuando están mirando una u otra pantalla. 

Deduzco que no puede ser casual que los diagnósticos y la generalización del TDA y de su primo hermano el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad) aparezcan y se desarrollen en un entorno en el que la atención es un bien cada vez más escaso bombardeada por miles de estímulos que luchan por atraerla y fijarla a través de las innumerables pantallas que nos rodean. Por eso no podría decir que sé, pero sí que sospecho, que en muchos casos, este trastorno de la atención es parte de un déficit de atención generalizado provocado por las tecnologías audiovisuales que se interponen entre nosotros y la vivencia directa de la realidad.

Me atrevería a afirmar que la dispersión de televisores por toda la casa, el crecimiento de la superficie de los centros comerciales dedicada a los ciberjuegos electrónicos en detrimento de los juegos tradicionales, que indica un evidente aumento de la tendencia paterno filial a la introducción en casa de este tipo de entretenimientos,  y la inadecuada compra temprana del móvil con conexión a internet,… me parece, digo, que a lo mejor algo pueden tener que ver con la pérdida progresiva de la capacidad de atención de los chavales que, como casi todo, o se entrena o desaparece.  

Pero lo realmente grave es que el déficit de atención no es un problema infantil o que afecte solo a la población escolar, sino que aflige a toda la sociedad adulta permanentemente absorta en las pantallas: pendiente de las alertas de los distintos grupos del Whatsapp, ensimismada ante las actualizaciones de los perfiles de Facebook, agobiada por mantener el ritmo en Twitter o en Instagram, incapaz de soportar la lectura de un texto de más de 140 caracteres y bombardeada por las imágenes de series, concursos, reallities y publicidad del matarratos televisivo.

Son las armas de distracción masiva tecnológicas las que nos tienen perpetuamente distraídos provocando el actual cataclismo de la atención que nos afecta a todos: primero a los padres y luego, solo luego, a los hijos.

Por eso, finalmente, pronostico que hasta que no asumamos primero que existe un TDAP (Transtorno de Déficit de Atención de los Padres), lo diagnostiquemos como una patología social generalizada y empecemos a cambiar algunos de nuestros hábitos relacionales como adultos, no podremos frenar el crecimiento desaforado de la patología descrita para muchos de nuestros hijos.