
He encontrado por la red este sugestivo artículo de Manuel Hidalgo en El MUNDO y me apresuro a trasladarlo al blog: que aproveche.
Un estudio realizado por el canal Nickeolodeon indica que tres de cada cuatro niños españoles, de entre siete y 14 años, quieren ser famosos de mayores. He aquí un bonito efecto de la telebasura.
Antiguamente, los niños pequeños querían ser bomberos, misioneros, policías o trapecistas. La fama no entraba en sus cálculos salvo en los casos de la muy extendida y perenne ambición de llegar a ser futbolistas, pero, aun así, la figura del futbolista no se contemplaba tanto asociada a la fama como por su ropaje de héroe de una épica contemporánea.
Los padres sonreían con condescendencia ante estas ocurrencias de los niños y, pasado un tiempo prudencial, comenzaban a inocularles el propósito que movería a varias generaciones de españoles: ser universitario. Ser médico, abogado, arquitecto o ingeniero.Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, en concreto, era una gran cosa.
Los adolescentes de la guerra, que no habían estudiado, querían estudios superiores para sus hijos. Los padres de la larga posguerra y del desarrollismo deseaban que sus hijos no fueran ignorantes y, sobre todo, que no conocieran la miseria de los 40 y 50, que engrosaran a toda costa una creciente clase media aspirante a una posición desahogada.
Hoy, los niños quieren ser famosos y, lo que es peor, sus padres también quieren que sean famosos. Los maestros han percibido con horror que los padres -y muy especialmente aquellos que pertenecen a la antes llamada clase obrera- no inculcan a sus hijos la idea del estudio, el esfuerzo o el cultivo de una vocación profesional, sino que, subyugados por la propuesta televisiva del famoseo gratis total, les empujan, si pueden, hacia el atajo fácil de la televisión, el cine, la publicidad, la moda, las revistas, la canción o los concursos en su versión de triunfo rápido, gloria barata y dinero fácil. Los que llegan y los que no, van formando un contingente de putones y de macarras.
Esta fama, por supuesto, nada tiene que ver con el prestigio, la idoneidad o, mucho menos, la excelencia. Se trata del concepto vacío que bien conocemos o, mejor dicho, únicamente lleno del material de su cáscara. Llegar a ser famoso es lo sustantivo y los medios para lograrlo -incluidos los peores- son lo adjetivo y secundario, y nadie piensa, por supuesto, en que su hijo llegue a ser un arquitecto famoso, un científico famoso o un pintor famoso. Basta con que sea famoso a secas, y donde esté un casting que se quite una beca.
¿Censura? ¿Autocensura? Dejémonos de historias. Tenemos que saber si queremos hacer algo para que la actual y las siguientes generaciones de niños no se malogren por caminos prostituidos, si queremos hacer algo para proponer -que no imponer- modelos valiosos que nos ayuden a salir adelante como país. ¡Claro que hay que proteger a los niños de la telebasura! Y me temo que también a los padres.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Referencias:
http://www.elmundo.es/papel/2004/11/05/opinion/1715232.html
Que me perdone Manuel Hidalgo, si nada más empezar le corrijo -¡qué fácil es corregir a los demás!- un texto que creo que no aporta nada y «ensucia» algo su estupendo artículo. Yo suprimiría: «Los que llegan y los que no, van formando un contingente de putones y de macarras».
Dicho esto, mi opinión es que nada como la necesidad, y la carestía, para tensar los resortes de la supervivencia: esforzarse, trabajar, pensar, anhelar logros conseguidos con mérito. La vida colchón de los niños de los 80, pero mucho más la de los 90, es la causa, no hay otra. Los adultos que ganan dinero o sueldos en las cadenas de televisión, son los que han propuesto a los niños todo el fenómeno que Hidalgo describe perfectamente. Son ellos los que se han inventado el negocio, por lo tanto los culpables en primer término. También tienen una gran culpa, los poderes del Estado, especialmente el ejecutivo, porque literalmente. no han hecho, ni hacen, ni harán nunca nada, por proteger a la infancia de semejante holocausto espiritual y, sin embago, la Constitución está escrita y obliga a todos los españoles a cumplirla y hacer que se cumpla. Y los últimos culpables en el orden, pero los primeros en la inmediatez del deber de corregir este expolio mental, son los padres. Cierto es que éstos no disponen, en su inmensa mayoría, de destrezas y argumentaciones para disuadir o corregir los consumos audiovisuales de sus hijos, pero no nos exime de actuar en el grado que sea posible. Quiero decir: si un padre o una madre, saben o intuyen que lo que sus hijos están viendo por la tele no es bueno para ellos, -y es realmente fácil «saberlo»- no necesitan más destrezas, ni más autoridad, para proteger a su hijos, impidiendo que sus hijos siguan vieéndolo. Es lícito, legal y muy aconsejable, que los padres se crean que apagar la televisión, no es una agresión a sus hijos, a su integridad, sino un acto de responsabilidad paterna y aún de amor a ellos.
Lo propio sería que el pueblo pusiera bombas -de capacidad destructiva total- en los centros de la alienación general de la persona. Lo malo es que está castigado por la ley. Pero ¡oye! tantas cosas que hacen estos Centros de exterminio audiovisual están penadas por la ley …….. ¡joder, y quedan impunes!
José Luis.