Publicamos en su día algunos fragmentos valiosísimos de una entrevista a Sherry Turkle cuando publicó su libro Alone Together y nos quedamos esperando que lo tradujeran y publicaran en España. No ha sucedido. Seguimos esperando. Mientras, podemos acceder a más expresiones de ese Alone Together a través de algunas intervenciones breves de la autora en el MIT.
He aquí la primera. Debajo tenéis la transcripción completa con algunos subrayados en negrita que destancan lo que nos parece más valioso.
Sherry Turkle,
Alone Together
TEDx UIUC
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«Cuando ingresé en el MIT en 1978, Michael Desrtouzos, Jefe del Laboratorio de Informática, organizó una reunión, un retiro de varios días en el Centro de Convenciones “Endicott House”, en la que reunió a los grandes cerebros en el campo de ciencia de la informática de aquel tiempo para responder la pregunta de qué es lo que la gente querría hacer con lo que entonces llamábamos ordenadores caseros; el término ordenador personal aún no había sido introducido en nuestro léxico. Se trataba de los primeros ordenadores que no requerían ser armados por el usuario, los primeros ordenadores que uno podía comprar. Así que estos grandes científicos se reunieron y yo fui invitada a la reunión porque acababa de comenzar mis estudios acerca de los ordenadores y su relación con la gente. Se reunieron e hicieron un gran esfuerzo por contestar la pregunta planteada.
Alguien sugirió que los niños podrían aprender a programar y fue escuchado por el resto respetuosamente; otro sugirió que podríamos desear guardar nuestras agendas en los ordenadores y la gente se rió diciendo que de hecho el papel, el lápiz y las pequeñas libretas eran perfectas para eso y, además, la mayoría de la gente no tenía una gran base de datos sino sólo algunos nombres y direcciones… así que era una propuesta que no tenía mucho sentido; algunos sugirieron añadir un calendario, pero otros dijeron que no, que a nadie le agradaría usar su ordenador como calendario ya que resultaba mucho más práctico el pequeño Filofax que puedes hojear…
Les cuento esta historia porque creo que es muy importante conocer y recordar que no hace tanto tiempo estábamos tratando de encontrar la manera de mantener ocupados a nuestros ordenadores. Pero ahora sabemos, una vez que nos hemos conectado unos con otros, un vez que los ordenadores se han convertido en nuestro portal para estar los unos con los otros, que ya no tenemos que preocuparnos acerca de mantener ocupados a nuestros ordenadores, sino que son ellos quienes nos mantienen ahora ocupados a nosotros. Es como si fuéramos su mejor App.
¿Cómo ocurre esto? Estamos en nuestro correo, nuestros juegos, nuestros mundos virtuales, nos chateamos mientras cenamos en familia, mientras hacemos footing; mientras conducimos exponemos nuestras vidas yendo con el teléfono en la mano, incluso cuando nuestros niños pequeños van en el asiento trasero; nos enviamos SMS en los funerales; vamos al parque y empujamos los columpios con una mano mientras revisamos con la otra nuestro historial de mensajes…
Gran parte de mi investigación es observar familias y es esto lo que veo. Los niños a los que entrevisto dicen que sus padres les leen Harry Potter sosteniendo el libro con la mano derecha y mientras con la izquierda revisan sus mensajes en la Blackberry. Describen ese momento cuando van a recogerles a la escuela: no te dicen nunca que les importe, pero describen el momento en el que salen de la escuela esperando, ya saben, ese contacto visual y en vez de tener ese contacto visual con sus padres –que, después de todo, sí fueron a recogerles al colegio- ese padre está mirando su iPhone, revisando su correo en su Smartphone.
Así que desde que esta generación de niños conoció la tecnología, lo hizo como su competencia, y ahora han crecido y esta generación de adolescentes de hoy, que ha crecido con la tecnología como adversaria, tiene ahora su momento de vivir en la cultura de la distracción. Y ¿qué me dicen? Me cuentan que duermen con sus teléfonos móviles. Empiezan diciendo que los usan como despertadores, pero luego se sinceran y dicen que no sólo los usan como despertador, sino que quieren dormir con él por si reciben un SMS o tienen que comunicarse; y luego dicen que incluso cuando dejan sus móviles por obligación –por ejemplo en el casillero escolar– saben cuando tienen una llamada o un nuevo mensaje, lo sienten, pueden decir a distancia que han recibido un mensaje o una llamada… De hecho, adultos y adolescentes manifiestan sentir que su móvil vibra aun cuando no lo hace. Se trata de un fenómeno bien conocido como el efecto “llamada fantasma”, documentado en todos lados. Cuando se nos retira el teléfono, nos ponemos ansiosos, realmente imposibles. Hasta qué punto la tecnología moderna ha llegado a ser parte de nosotros que se ha convertido en un miembro fantasma de nosotros mismos.
Bien. ¿Dónde quiero llegar con esto? Hace sólo quince años, en los inicios de Internet, sentí una increíble sensación de optimismo. Vi un lugar donde experimentar nuestra identidad. Lo llamé “taller de identidad”. Un lugar donde explorar aspectos de uno mismo que eran difíciles de experimentar en el mundo físico real… Y todo esto sigue siendo válido y es maravilloso todavía… Pero lo que no vi venir –me gusta decir a mis estudiantes que no fui buena adivina–, lo que no vi venir y ahora tenemos es que esa conectividad móvil, ese mundo de dispositivos siempre encendidos y siempre con nosotros significaría que seríamos capaces de alejarnos del mundo físico en cualquier momento para ir a otros lugares y espacios a nuestro alcance, y que, además, querríamos hacerlo.
Entrevisté a un hombre que jugaba con sus hijos en el parque mientras hablaba con su amante virtual por el iPhone, él lo llamaba “mezcla de vidas”. Así que podría decirse que estoy hablando de las peripecias de esta mezcla de vidas. Hemos pasado de ser multitarea a vivir multividas.
La tecnología se presenta como el arquitecto de nuestra intimidad. Y hoy en día no es ningún secreto esta aspiración de sustituir la vida real por la vida en la pantalla. La tecnología se vuelve seductora al ser accesible a nuestras vulnerabilidades humanas.
Y resulta que somos, de hecho, muy vulnerables. Estamos solos pero sentimos miedo de la intimidad con nosotros mismos. La conectividad nos ofrece a muchos de nosotros la ilusión del compañerismo sin las exigencias de la amistad. No podemos hartarnos del otro si podemos tenerlo a cierta distancia en cantidades que podamos controlar. Piensen en Ricitos de Oro: ni tan cerca, ni tan lejos, justo en el lugar. Conexión a la medida: esa es la nueva promesa. La habilidad de escondernos aunque estemos continuamente conectados los unos a los otros. Dicho sencillamente: preferimos textear a hablar.
Las conexiones on line nos proporcionan muchas recompensas, pero nuestras vidas en continua conexión nos hacen también vulnerables. A menudo estamos demasiado ocupados comunicándonos para pensar. Demasiado ocupados comunicándonos para crear. Demasiado ocupados comunicándonos para conectar realmente con los demás de maneras que valgan la pena. En continuo contacto, estamos solos juntos.
Parafraseando a Thoreau: ¿dónde vivimos y para qué vivimos en nuestras nuevas vidas encadenadas? En otras palabras: ¿qué tenemos que hacer ahora que tenemos lo que decíamos querer? ¿Ahora que tenemos lo que la tecnología hace tan fácil?
En las empresas, en los círculos de amigos adolescentes y adultos, en el ámbito académico, la gente admite que prefiere enviar un SMS o un e-mail antes que hablar cara a cara. Algunos de los que dicen “vivo en mi Blackberry” son francos acerca de evitar el compromiso en tiempo real de una llamada telefónica. “Cuando envías un SMS –dice un joven– tienes más tiempo para pensar lo que escribes. Al teléfono puedes revelar más de lo que deseas”. Utilizamos la tecnología para disminuir el contacto humano, como en el ejemplo de Ricitos de Oro, para regular su naturaleza y grado. A la gente le gusta estar en contacto con mucha gente a la que mantener a distancia.
He aquí nuestra paradoja. Insistimos en que el mundo es cada vez más complejo, pero hemos creado una cultura de la comunicación que ha disminuido el tiempo del que disponemos para sentarnos a pensar ininterrumpidamente en su complejidad. Hemos subido el volumen y la velocidad de la comunicación, empezamos a esperar respuestas rápidas y para obtenerlas formulamos preguntas más simples, comenzamos a atontar nuestra comunicación, incluso en los asuntos más importantes. Shakespeare pudo haber dicho: estamos consumidos por aquello de lo que nos nutrimos.
Esta inundación de conexiones afecta al desarrollo de la identidad de muchas maneras. Sólo mencionaré aquí un ejemplo. La podríamos llamar “comparto, luego existo”. Muchos han pasado del “Siento algo, quiero hacer una llamada” a “quiero sentir algo, necesito enviar un mensaje”. En otras palabras: la validación de un sentimiento se vuelve parte de su formación.
Más aún: algo que no está siendo cultivado es la habilidad de estar solo consigo mismo. Existe una gran verdad psicológica: si no enseñamos a nuestros hijos a estar solos, sólo sabrán cómo estar solitarios. Al fomentar el hábito en niños y adultos de estar constantemente conectados, nos arriesgamos a perder esa oportunidad de acceder a la soledad que vigoriza y restaura.
Permítanme compartir algunas reflexiones finales. Primero, acerca de la metáfora de la adicción que estamos acostumbrados a usar y, segundo, sobre el momento en el que estamos y la promesa que se nos ofrece.
Primero, la adicción. La gente se siente ansiosa por esa pequeña luz roja en su Blackberry que le dice que tiene un mensaje esperando. Les pregunto por qué y me hablan de su móvil como si se tratara del lugar de la esperanza en sus vidas, el lugar del que algo nuevo vendrá cada vez, el lugar donde la soledad puede ser derrotada… Dicen cosas como “el móvil es donde está la dulzura”.
Somos vulnerables al sentimiento constante de conectividad que la tecnología nos ofrece. Deberíamos centrarnos en esta vulnerabilidad porque podemos trabajar en volvernos menos vulnerables. Aunque competentes, no admitimos la metáfora de la adicción, porque si eres adicto a una sustancia, sólo tienes una solución: tienes que deshacerte de esa sustancia. Y sabemos que no vamos a deshacernos de Internet, no vamos a deshacernos de las redes sociales, no provocaremos síndrome de abstinencia ni prohibiremos los móviles a nuestros niños. Estas tecnologías son nuestras compañeras en la aventura humana. Esta noción de adicción, con una solución que sabemos no vamos a poner en práctica, nos hace sentir desesperanzados y pasivos.
Sentimos que algo está mal , pero a la vez estamos en un momento de oportunidades. Toda tecnología nos da la oportunidad de preguntarnos: ¿está al servicio de la naturaleza humana? Una pregunta que nos hace reconsiderar cuál es la verdadera naturaleza humana.
Solo porque crecimos con Internet asumimos que Internet ha madurado con nosotros. Tendemos a ver la tecnología que tenemos como si estuviese madura. Hacemos como si nuestra forma de vivir con Internet fuese la única manera en la que viviremos en el futuro. Y eso no es cierto. Internet apenas está comenzando y es el momento de hacer las correcciones oportunas y de reiniciar algunas conversaciones que hemos dejado de lado.
Cortamos conversaciones y lo hacemos en nuestro detrimento al ponernos en “modo activo” en la red tanto a nivel profesional como personal.
En lo personal, la tendencia ha sido usar las redes sociales para interpretar nuestro “yo ideal”. Muchos me dicen que no les gusta mostrar fallos y puntos vulnerables o compartir malas noticias on line con amigos. Dicen cosas como que “no parece el lugar adecuado para hablar de los problemas”. Ni siquiera –en palabras de una mujer- “de la muerte de mi perro” y mucho menos de problemas más graves. Así que a mayor tiempo consumido on line, más nos acabamos guardando para nosotros mismos. Conforme pensamos, vamos actualizando nuestros estados y compartiendo algo de nosotros mismos con el mundo. Pero solo compartimos aquello que nos hace aparecer bien. Compartimos lo que es fácil de compartir.
Profesionalmente, también actuamos en nuestros correos y documentos laborales. Empresarios, abogados, consultores… me cuentan que no quieren dejar una huella electrónica que muestre que han pedido ayuda o han admitido errores o mostrado frustraciones en su ambiente laboral. De este modo, hacemos que los problemas sean más difíciles de resolver, dificultamos el ser aconsejados. Cortamos las conversaciones con nuestras amistades y en nuestra vida profesional que podrían mejorar nuestra vida y nuestro trabajo.
La senda por recorrer es desafiante pero clara. Tanto para las instituciones como para los individuos, para el dinero o para el amor, la siguiente tarea para todos nosotros es reiniciar esas conversaciones imprescindibles.
En vez de viernes casuales, deberíamos pedir jueves de conversación. Y no sería nada malo. Recuperar la conversación: esa es la próxima frontera.
Gracias.
Referencias:



Antes que nada, agradecerte la facilidad de la traducción. Sherry Turkle nos dice cosas interesantes; no muy profundas o bien ya conocidas, pero interesantes. Yo me quedo con esta: «La tecnología se vuelve seductora al ser accesible a nuestras vulnerabilidades humanas». También la idea de las «multividas» tiene su miga. Habla de la construcción del «yo ideal» que pretendemos lograr con el concurso de la virtualidad. Yo creo, que ese «yo ideal» es, como siempre, un «yo amado». Un «yo» que necesita ser algo para alguien. Por eso, aunque no tenga una relación directa con el texto de Sherry pero sí muy estrecha con la conducta general en las redes, me animo a «pegar» aquí un fragmento del discurrir de Pascal -al que ando releyendo estos días- acerca de cómo nos comportamos los humanos:
«Si alguno tiene cierto interés en ser amado por nosotros, se guardará mucho de hacernos algo que sabe que nos desagradaría; nos trata como queremos ser tratados. Nosotros odiamos la verdad, bien, él nos la esconde; queremos ser adulados, él nos adula; queremos ser engañados, él nos engaña. Por esto, cada escalón de buena fortuna que nos eleva en el mundo nos aleja siempre más de la verdad; porque nos cuidamos siempre más para no herir a aquellos cuyo afecto es más útil y cuya enemistad es más dañosa. Aun cuando el otro no tenga la razón, es conveniente dejar a salvo su amor propio. Así, la vida humana es una perpetua ilusión; no se hace más que engañarse y adularse mutuamente. Ninguno habla de nosotros en nuestra presencia como hablaría en nuestra ausencia. El hombre, pues, no es más que simulación, mentira e hipocresía, tanto respecto a sí mismo como respecto de los demás. No quiere que se le diga la verdad; evita decirla a los demás, y estas disposiciones suyas, tan lejanas de la justicia y de la razón, tienen una raíz natural en su corazón.»
José Luis
El gran valor del análisis de Turkle es que viene de una conversa. Creo que Paidós, que publicó su primer libro -La vida en la Pantalla- , hace dieciséis años y hoy agotado, haría bien en publicar una edición con ambos textos. Sería un documento básico para entender lo que ha estado ocurriendo. Frente a la fascinación tecnológica, Turkle ha experimentado en su trabajo, en su propia vida y, sobre todo, a través del crecimiento de su hija, muchos de los problemas que se esconden detrás de toda esa aparente facilidad de conexión.
Pascal, efectivamente, retrata bien una de nuestras vulnerabilidades a las que Turkle se refiere: nuestra necesidad de los demás llega al engaño y al autoengaño. Pero, más allá, las relaciones verdaderas, sólo se construyen desde la dureza, la belleza y la exigencia de la verdad.