Susana me alerta sobre la publicación de un largo artículo en El País que puede interesar a nuestros lectores. Aquí está.

Nos cuenta que el profesor de la universidad norteamericana de Darmouth ,Hany Farid, a la caza desde hace años de rastros del uso de Photoshop en las imágenes del cuerpo humano, ha perfeccionado un programa informático capaz de detectarlas y señalar en una escala de 1 a 5 si estamos ante una imagen levemente retocada o se trata de una auténtica ficción. El programa atiende a dos baremos: las alteraciones geométricas (en piernas, brazos, caderas, pechos, pómulos, cuellos, ojos) y de tono y textura de la piel (el célebre uso del aerógrafo, que difumina la piel y elimina imperfecciones). Y parece que funciona bastante bien. «Reino Unido, Francia y Noruega —dice Farid— están considerando leyes que obligarían a que las fotos retocadas queden etiquetadas como tales. Nuestra tecnología podría proporcionar un modo fiable de distinguir cuándo se trata de un retoque insignificante [recorte del marco de la foto, una mera corrección de color, etcétera] y cuándo es una alteración esencial [disminución del peso corporal en un 30%, por ejemplo, o la eliminación de todas las arrugas e imperfecciones]».

Photoshop es la poción de la eterna juventud, dice el articulista, que ha creado un nuevo arquetipo de belleza imposible e inexistente, pero que encarnado en estrellas y modelos que prestan su identidad al papel cuché, acaba convirtiéndose en el espejo en el que se miran adolescentes y no tan adolescentes de todo el mundo.

A mí —ya lo he dicho muchas veces— me parece ya un fraude la mera comercialización de las estrellas, es decir de los mitos imaginarios —de imagen, literalmente— creados a partir de la apariencia imposible que producen todos los ingredientes de los que está hecha la ficción  cinematográfica (guión, tamaño, encuadre, profundidad de campo, color, iluminación… banda sonora…). Un negocio que mueve millones y que literalmente vende humo. No es lo malo que los mitos existan en la pantalla y en el imaginario colectivo—quizá hasta los necesitemos y por eso los creamos—, lo malo es que luego los actores que los encarnan se venden al mejor postor con el mito de sus personajes incorporado para vendernos a nosotros  la moto del perfume, de la pasta, del café en cápsulas o lo que haga falta.

Lo dicho: un fraude. Pues si eso me parece un fraude, qué decir del asunto del retoque.

Parece ser que diversos países están considerando si obligan por ley a los anunciantes a revelar qué fotos han sido alteradas informáticamente, para evitar la publicidad engañosa. Ya tardan. Algunos ingenuos siguen abogando por la autorregulación. No sirve. Nunca ha servido cuando hay dinero de por medio y aquí lo hay y mucho: unos 15.000 millones de euros al año sólo en EEUU mueve el sector de la belleza.

Cuenta el artículo algunos testimonios interesantes de gente del sector que va contracorriente. Uno de ellos es Seth Matlins, publicista que cuando le regalaron a su hija, Ella Rose, afroamericana como él, una Barbie blanca pensó que « mi hija no tenía por qué aspirar a parecerse a una muñeca como esa. Primero, porque era una Barbie blanca. Y segundo, porque las formas corporales de la muñeca son imposibles». Por eso creó hace un año la página web OffOurChests.com, repleta de historias personales y testimonios sobre los estragos que provocan las manipulaciones publicitarias del cuerpo y la imagen. Y por eso creó junto a su mujer, Eva, la iniciativa en favor de una Ley de Autoestima: «Necesitamos que el Gobierno federal obligue a los medios de comunicación y a las empresas publicitarias a que revelen la verdad, en etiquetas, sobre hasta qué punto se ha manipulado la forma humana en sus fotografías. Nos debería quedar claro ya que las empresas de publicidad no lo van a hacer por sí mismas».

Otro es el de la actriz Emily Blunt de 28 años  pidió públicamente en una entrevista concedida al diario Los Angeles Times que no la adelgazaran en las fotos. «Odio cuando te estiran las piernas y te las hacen tres veces más largas de lo que deberían ser. Pueden levantarte los pezones si llevas una blusa transparente. Pueden alzarte el trasero… Pueden hacer cualquier cosa. Entiendo que corrijan cosas como sombras, algo normal después de una sesión fotográfica, pero es muy injusto que presenten una imagen corporal que no es real. Los espectadores van a ver nuestros cuerpos en las películas, así que, ¿por qué esconder los defectos en una foto?»

Está bien lo de Emily, pero en la línea de lo señalado más arriba, debería limitarse a hacer cine que es su trabajo y no vendernos la moto con su cuerpo que, aún sin Photoshop ya viene deformado por la pantalla.