No puedo menos que insistir. No es suficiente para mí con una entrada. El texto que trajimose ayer merece un comentario hecho post porque ha estado acompañándome durante todo el día dialogando su autor conmigo como un alma gemela.  (Por cierto, no lo dijimos ayer y es de justicia: el texto lo conseguimos finalmente en una cuenta de Scribd de jaumefv al que agradezco su esfuerzo y su iniciativa).

El texto se abre y se cierra con una referencia climática que sitúa la anécdota en la realidad concreta de un país, un lugar, un aire respirado. Son personas concretas y no abstracciones lo que está en juego en él.  No es Secundaria, es la Universidad. La ignorancia es real. El vacío formativo es auténtico. La ausencia de referencias, de memoria, de contexto, de una generación es un hecho social de enorme trascendencia. No es sólo que no sepan –no es un problema de erudición, de datos, de nombres- es que no lo han aprendido en su momento y ese aprendizaje ha sido sustituido por referentes del espectáculo informativo audiovisual sin significado alguno. Las primeras preguntas sin respuesta efectivamente nos sitúan en el vacío, pero el cambio de tercio hacia  el sentido ese alguien que haya cambiado el mundo— nos pone al borde del abismo.

El profesor camina y contempla —como un poeta— de nuevo a las personas, valiosísima cada una, cada una un hermoso paisaje,  y ve en ellas el resultado de un proceso social del que somos culpables todos los que asistimos a él con esta asombrosa indiferencia. Y lo seguimos siendo porque lo seguimos haciendo y por eso su ignorancia es nuestra ignorancia.

Un proceso en el que lo visual ha ido desplazando a lo verbal de manera imparable bajo la boba sonrisa en la cara de muchos, el eslogan de las «nuevas tecnologías» en boca de la mayoría y la pasividad en la actitud de casi todos, olvidando que la palabra es imprescindible para entender y para entenderse, para saber y saberse, para ser. Una cultura de imágenes jamás tendrá la misma potencia  intelectual de una sociedad asentada en la palabra escrita. Una cultura de imágenes no es cultura sin una   palabra  sólida, sin un pensamiento fuerte que la sustente.

Las palabras más duras para la televisión. Nos recuerdan al Karl Popper de hace unos días: la televisión es más nefasta en el presente de lo que la Inquisición lo fue en tiempos pasados. La caja que cambió el mundo provoca un vacío cultural asustador. No quema libros sino el intelecto de las personas. La gloria de Occidente empezó con Gutemberg y terminó con la invención del mando a distancia para el televisor. Y la mejor: El cerebro de alguien que lee se transforma en una fuente; el del que sólo contempla pasivamente destellos visuales, en un triste charco. Definitiva.

Pero llegó Internet, ese acelerador de partículas que ha convertido todo en  vértigo de espuma superficial en el que nadan cómodamente los renacuajos del chismorreo.

Y así, con tanta imagen, hemos regresado al tiempo de los jeroglíficos en el que cada uno de nosotros vivirá aislado en su caverna informática dibujando bisontes virtuales.

Finalmente la vuelta a casa en donde tras la reflexión, está la realidad de esa hija una vez más persona con la que habrá que negociar la desconexión de la televisión que ve desde la alfombra. Reflexionar sí, pero sobre todo actuar: vivir en el mundo que nos ha tocado vivir sabiendo bien dónde vivimos.