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Hubo una vez un sueño que se llamó INTERNET que, tal vez, aún exista: un Internet democrático, que, sin prescindir de los necesarios intermediarios, posibilita la participación política, el intercambio filosófico, el encuentro con posturas ideológicas diversas que enriquecen la nuestra; un Internet estimulante, educativo lleno de posibilidades; un internet del conocimiento que nos da acceso a toda la información de manera rápida y eficaz; un Internet inteligente que une, enseña, te vincula con gente interesante, te informa; un Internet provocador que te saca de la zona de confort; un Internet que es oportunidad generadora de puestos de trabajo para el futuro; un Internet creativo, en el que expresarse, que sugiere, que descubre talentos….; un Internet cultural con acceso a toda la música, la imagen, el arte, la literatura; un Internet solidario en el que intervenir para mejorar el mundo que nos ha tocado vivir; un Internet conectivo que nos acerca lo lejano y nos permite compartir nuestra vida con los demás; un Internet apasionante que nos hace disfrutar y ser mejores personas.

Sin embargo, treinta años después, el panorama es mucho más sombrío. La red nos ha enredado con efectos tóxicos insospechados en aquellos comienzos ciberoptimistas. Una red cotidiana, ubicua, que lo ha penetrado todo: una red distraída que llena la pantalla de notificaciones urgentes para atraer nuestra atención y que nos impide concentrarnos en nuestra actividad; una red matarratos, del cotilleo, el postureo, el pasatiempo, el navegar de un vídeo a otro, sin rumbo y sin control…; una red aislante que anula nuestra presencia, que nos saca del entorno inmediato y cercano, alejándonos de lo próximo, adueñándose de nuestro tiempo; una red adictiva que excita nuestras pulsiones emocionales y sensoriales para hacernos incapaces de escapar a la gratificación instantánea del “dame más” y “dámelo ya”…(videojuegos, pornografía, juego on line…); una red invasiva de nuestra privacidad que vigila y almacena la huella digital que dejamos con nuestros datos para poder “dirigir” mejor nuestras decisiones y vendernos al mejor postor convirtiéndonos en “productos”; una red mentirosa llena de robots, noticias falsas y falsas identidades; una red individualizadora de algoritmos que refuerzan nuestros prejuicios ofreciéndonos solo una cara de la realidad, introduciéndonos en una burbuja cada vez más alejada de la verdad; una red peligrosa habitada por trolls dispuestos a seducir, a embrollar, a engañar, a hacer daño a víctimas ingenuas que piensan que todo el mundo es bueno (la Deep Web, la delincuencia, la suplantación de personalidad, el fraude, la mentira…); una Red perjudicial, aburrida, agobiante, fuera de control, que nos domina dificultando nuestro desarrollo personal desde edades demasiado tempranas.

¿En qué Internet estamos? Según sus fundadores, más en el segundo que en el primero. Hace poquitos meses, en Lisboa, ante un público compuesto por viejos gurús de la Red que una vez fueron jóvenes soñadores de aquel Internet posible, Tim Berners-Lee pide  a gobiernos, empresas y ciudadanos  que le ayuden a arreglar «el desastre de Internet».

Entre los asistentes estaba el columnista y escritor Douglas Rushkoff  que opina que «nuestras tecnologías, mercados e instituciones culturales, que una vez fueron fuerzas para la conexión y expresión humanas, ahora nos aíslan y reprimen […] Imagino que somos más vulnerables al inexorable poder del capitalismo corporativo de lo que creíamos. Resultó más fácil que las empresas se adueñaran de Internet, que que Internet se adueñara de las empresas […] No necesitamos una revolución, necesitamos una renacimiento: el renacer de viejas ideas, como el peer-to-peer [es decir, la conexión directa entre ordenadores sin servidores intermedios] en el nuevo contexto de una sociedad digital

Y también estaba otro de los grandes, Jaron Lanier, que dejó estas afirmaciones: «Internet nació con un pecado original que degeneró en usuarios infelices, medios de comunicación en extinción y grandes monopolios dispuestos a permitirlo todo con tal de seguir extrayendo oro en forma de datos: un modelo económico basado en la economía de la atención, la gratuidad y la publicidad que en su momento parecía algo no solo inofensivo, sino ideal.[…] La gente en muchos países solo sabe conectarse entre sí para beneficio de una empresa de publicidad en California. Es terriblemente triste y representa un fallo profundo. Las redes están diseñadas para engañarte, para manipularte; tienen un efecto negativo en tu bienestar emocional, en la política, en el mundo. Dejamos Internet muy incompleto, no hicimos lo suficiente. Debíamos haber construido funcionalidades como WhatsApp, formas de tener una identidad consistente, de almacenar y controlar tus propios datos, pero, como no lo hicimos, dejamos espacio a los estúpidos monopolios. Eso fue un enorme error».

La articulista de El País que hace la crónica del evento describe: «[…] La llegada de los móviles y la ubicuidad de la conexión atrajeron el ansia de las empresas por devorar nuestro tiempo y nuestros datos; [Eso] y nuestra complicidad por dejarles hacerlo [es lo que nos ha llevado a que] la herramienta que iba a cambiar el mundo haya servido para manipular elecciones, provocar matanzas, destrozar caminos neuronales, hundir economías».

Finalmente, en el  preámbulo del  Contrato para Internet presentado por los organizadores, se puede leer: «Los beneficios de la web vienen acompañados de demasiados riesgos: nuestra privacidad, nuestra democracia, nuestros derechos»

¿Y aún hay compañeros del ‘activismo asociativo’ que califican de demonizador el advertir sin tapujos a los usuarios de  todo esto? ¡Por favor!…

Usen la tecnología, no la consuman o serán consumidos por ella.

Referencias

El Desastre de Internet, El País, 13 del 9 de 2018