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Recién finalizado el Endsviolenceday o Día Internacional de Eliminación de la violencia contra la Mujer y a punto de llegar a las conclusiones del juicio a «la manada»  –¿o habría que decir ‘piara?– de San Fermín, los distintos colectivos se manifiestan justificadamente escandalizados ante el número de muertes por la violencia machista y la otra manada –¿o habría que decir ‘horda?–, la de las redes sociales,  hierve –como siempre– de indignación ante el espectáculo de las víctimas y la víctima, dispuesta a linchar con el escarnio público a los cinco presuntos animalitos  haciendo circular incluso sus fotos, nombres y apellidos saltándose todas las reglas de protección de la privacidad o cualquier atisbo de respeto a la presunción de inocencia.

¿Inocencia? Emplear ese término en este caso debería resultar dudoso o incongruente en una sociedad sana y abierta, pero aquí y ahora da qué pensar sobre la deformación desorientada en que vive la tribu en el terreno de lo sexual. Efectivamente se trata de juzgar si los hechos son constitutivos del delito de violación o un acto de fornicación colectiva. Es de suponer que la cibermanada da por hecho que se trata de una violación y  por eso se indigna. Pero ¿y si se tratara de una fornicación consentida, como muchas otras que se llevan a cabo en  la bacanal sanferminera? No pasaría nada: solo se trataría de cinco jóvenes y una chica que se divierten sanamente como es lógico y normal a su edad y nivel hormonal. Que una hembra de dieciocho años se vaya a San Fermín, se encuentre con una manada de cinco machos y se deje hacer por ellos uno detrás de otro en un portal no es delito y no debe escandalizarnos. Entonces todos serían inocentes’, ellos jurídicamente y todos moralmente, porque en el terreno sexual no hay reglas, ni un determinado concepto de la sexualidad humana, ni una posibilidad de educación afectivo-sexual que vaya más allá del haz lo que quieras, como quieras y con quien quieras, siempre que efectivamente lo quieras. Es decir: si la barbaridad del portal hubiera sido una fiesta sanferminera, la manada dejaría de estar compuesta de animales y la víctima dejaría de serlo y todos deberíamos estar tranquilos respecto de la educación afectivo-sexual de la pandilla.

Sin embargo, se reclama más educación sexual aunque los ya viejos “póntelo, pónselo” preventivos y el actual y pertinente No es no no hayan conseguido en años disminuir ni las ETS, ni los embarazos no deseados, ni –si se me permite emplear un término condenado por sexista–la vulnerabilidad femenina, tal y como demuestran las cifras de agresiones y de acoso que nunca han sido tan altas como ahora y que ponen de manifiesto que el famoso «empoderamiento» femenino ha convertido a las mujeres de hoy en más víctimas de lo que fueron nunca las de ayer.

Se demanda educación en la escuela, pero, mientras tanto, el acceso temprano al teléfono móvil está haciendo que, para muchos chavales a partir de los once o doce años, el consumo de pornografía sea la escuela en la que aprenden que el papel de la mujer es el de convertirse en un juguete sexual para la satisfacción masculina; es el dispositivo a través del cual las chantajean afectivamente para que exhiban su cuerpo en el sexting y el medio con el que controlan –machismo 2.0– qué dicen, qué hacen o qué se ponen cada fin de semana. Y para muchas chicas, supone el aprendizaje de que efectivamente deben convertirse en un objeto de consumo y sumisión para que no las tilden de retraídas y timoratas o simplemente para que las quieran, y de que su aspecto físico es lo más importe de su persona sometiéndose a una fortísima presión para su exhibición pública  24/7 en las redes.

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Se reclama educación, pero, mientras tanto, las dating apps convierten, en muchos casos, las relaciones humanas en un puro mercadeo sexual.

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Quieren que las escuelas eduquen, pero mientras tanto se programa en la escuela divertida que es la tele – por poner un solo ejemplo, de hoy mismo cuando escribo– las ‘50 sombras de Grey que nos enseñan cincuenta maneras de sometimiento femenino -eso sí, consentido- ante el varón;  y el izquierdista, liberal y demócrata Hollywood –auténtica universidad del entretenimiento con sus pelis y sus series– nos da una visión genital, reductora y deformante de la sexualidad y esconde bajo la alfombra sus escándalos de acoso sexual y pedofilia.

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Quieren que eduquemos a nuestros alumnos e hijos, pero la publicidad nos bombardea cosificando a las mujeres utilizándolas como reclamo y llenando de estereotipos  reduccionistas nuestras pantallas.

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Pretenden que las escuelas eduquen, para que los alumnos vivan en plenitud su identidad de hombre o mujer, pero los políticos dictan leyes que bajo la excusa de proteger a determinadas minorías, instauran una auténtica policía del pensamiento que impide la reflexión y el debate libres sobre la sexualidad humana imponiendo una determinada y única visión de la persona bajo los esquemas del lobby LGTBIQ…

Desean que las familias eduquen, pero la presión de lo políticamente correcto provoca que determinados conceptos como la vulnerabilidad femenina; la masculinidad;  la feminidad; el pudor; la intimidad; el respeto; la fidelidad; la espera, el amor; la fecundidad; la paternidad y la maternidad y, en fin, el infinito, complejo y profundo universo de la persona humana…, sean automáticamente proscritos al terreno del tabú o de la obsolescencia ideológica.

La tribu se manifiesta en la calle, se metamorfosea en horda en las redes, llega, en ocasiones, a convertirse en manada e incluso en piara multiplicada en selfis, imágenes y pantallas y así no es fácil llevar a cabo la imprescindible tarea de educar. Quieren que la educación, de nuevo, lo solucione todo, pero bajo la falsa bandera de la libertad compiten con la educación y no nos dejan educar.