En la época de la claridad y la transparencia digital, estamos ciegos, decíamos en el post anterior: hablábamos de la saturación de la información de la infoxicación. Y decíamos que, sin duda, la debilidad que con más claridad ha evidenciado el confinamiento con su necesidad de acudir obligatoria y masivamente a la información digital es precisamente su absoluta incapacidad para informar. No solo por la sobreinformación que en sí misma es un serio problema para discernir, seleccionar, reflexionar, y entender, sino por la invasión de fake news, de bulos, y de falsedades que enturbian de manera implacable y sin solución el medioambiente informativo. Nos sumergimos en el torrente digital buscando conocer para poder pensar y no conseguimos sino hundirnos en el desconcierto, darnos contra una pared de contradicciones, una sopa digital de ambigüedades, una nebulosa de incertidumbres. Estamos ciegos y, además, con la convicción generalizada y suicida de que nunca como ahora hemos estado mejor informados.

¿Cómo hemos llegado a esto? Sin duda la imposición del relativismo, la crisis de las ideologías y de las ideas, la sustitución de la palabra por la imagen…, han tenido mucho que ver, pero es clave entender cómo la estructura tecnológica a través de la cual recibimos la información ha acelerado y profundizado enormemente ese proceso, llevándolo al extremo de provocar una profunda crisis de la verdad.

 

 

De nuevo, un artículo del imprescindible Hugo Saez en Medium nos explica algunas de las claves de lo que está ocurriendo.

En 1971, cuenta Saez, el premio Nobel Herbert Simon sentenció que “En un mundo rico en información, esta riqueza significa la muerte de otra cosa: la escasez de lo que la información consume. Lo que la información consume es obvio: consume la atención de los que la reciben. Por lo que una riqueza en información crea una pobreza de atención.”

49 años después, es lo que hay. La llegada de internet y la popularización de los smartphones, han provocado que el volumen de información crezca de una manera incontrolable y que su presencia se nos imponga 24/7.

La gratuidad de la red hace, además, que no se desarrollen herramientas que faciliten y filtren el consumo de información, sustituyendo a los intermediarios mediáticos tradicionales, al no haber una forma clara de hacer dinero con ellas. Es la crisis del periodismo desaparecido que busca desesperadamente cómo sobrevivir asfixiado por la gratuidad del panperiodismo amateur de la red en la que cualquiera puede compartir de manera gratuita su visión del mundo y generar  audiencia. Mientras compañías como Google, Twitter, Facebook o Youtube, crean un modelo de monetización monopolístico cada vez más lucrativo, que cobra a las marcas y libera de pagos a los usuarios, el periodismo ha tenido que apuntarse necesariamente a ese modelo económico de banners y contenido patrocinado en sus versiones digitales convirtiéndose poco a poco en un sucedáneo de lo que un día fue.

Porque ese modelo, como dice certeramente Saez, «necesita ojos que lo vean para hacer dinero«: atraer a mucha gente la mayor cantidad de veces posible. De ese modo, las predicciones de Herbert Simon se hacen realidad: la abundancia de información ocasiona una escasez de atención. Es la “economía de la atención”: el pastel -la realidad, lo que ocurre…- es el mismo, pero cada día que pasa hay más comensales, por lo que las porciones se reducen más y más. Hay que captar la atención del usuario para que entre, cliquee, comparta y consuma la publicidad; es ella la que paga una información que debe renovarse sin cesar para, sin cesar, seguir atrayendo al saturado y feliz usuario. Un flujo de información rápida, constante, apabullante, inabarcable, en la que la investigación y el análisis, es decir el imprescindible contexto, pasan a un segundo plano cediendo a la opinión, la noticia y la inmediatez de la imagen. La explicación cede su lugar al tono -morboso, ingenioso, humorístico, provocador…- que atraiga las miradas y los clicks, apoyándose no en el deseo de saber o entender de nuestro cerebro, sino en su reacción a dos debilidades automáticas, la excitación y la ira: el viejo y sobreutilizado sexo de toda la vida y los titulares que despiertan emociones negativas son el reclamo. Si hay que inventar noticias, es decir fake news, para generar controversia, lograr más visitas y más tiempo de atención y más clicks para compartir, se inventan.

Si a eso le sumamos el sesgo de confirmación por el que nuestro cerebro nos lleva instintivamente a aceptar la información que encaja con nuestras ideas y creencias y rechazar o ignorar la información que no coincide con ellas, la realidad se convierte en una caricatura dibujada por nuestras convicciones. Son las “filter bubles” de Eli Paliser o burbujas informativas en las que nos instalamos individualmente aislándonos cada vez más del resto y de la realidad.

Las redes sociales se ajustan como un guante a ese modelo porque están diseñadas para ser ese guante. Google, Facebook, Twitter, YouTube y sus algoritmos nos “recomiendan” el contenido que nos gusta a partir de nuestras búsquedas para que permanezcamos durante más tiempo dentro de sus plataformas aumentando así sus beneficios por la publicidad que aparece en ellas, pero llevándonos a una espiral de informaciones sesgadas y radicales.

Cita Hugo Saez el experimento llevado a cabo por el Wall Street Journal mostrando como YouTube tiende a ofrecer contenido cada vez más extremo independientemente de la ideología con la que empieces la búsqueda y que resume así la socióloga Zeynep Yufekci en un artículo del NYT: En efecto, YouTube ha creado un restaurante que nos sirve comidas cada vez más azucaradas y grasas, cargando nuestros platos tan pronto como terminamos con la última comida. Con el tiempo, nuestros gustos se ajustan, y buscamos alimentos aún más azucarados y grasos, que el restaurante nos brinda debidamente. Cuando el departamento de salud y los ciudadanos preocupados se enfrentan a esto, los gerentes de los restaurantes responden que simplemente nos están sirviendo lo que queremos.

Esta situación –añade– es especialmente peligrosa dada la cantidad de personas, especialmente los jóvenes, que recurren a YouTube para obtener información. […] Este estado de cosas es inaceptable pero no inevitable. No hay ninguna razón para permitir que una empresa gane tanto dinero mientras potencialmente ayuda a radicalizar a miles de millones de personas, cosechando los beneficios financieros y pidiendo a la sociedad que cargue con muchos de los costos”.

¿Cuáles son esos costos? Evidentemente la polarización, el triunfo de lo extremo. Pero también y sobre todo el triunfo del emotivismo frente a racionalidad. Conseguir, debilitándola que renunciemos a la posibilidad de alcanzar la verdad. El desconocimiento de la realidad sustituida por “el relato”, el reino en el que Poncio Pilato se sentiría como en su casa. ¿“Verdad”? ¿“Realidad alternativa”? ¿“Postverdad”? La Verdad hoy es todo aquello que soy capaz de transmitir con eficacia, una mercancía bien vendida, una verdad de consumo: ¿Sexo?: el que elijo, no el que tengo. ¿Arriba? ¿Abajo?, ¿Noche y día?: todavía no los hemos discutido, pero todo llegará porque toda realidad se derrumba bajo los pies de la absoluta incertidumbre.

¿Alternativas? Como siempre: buenas prácticas. Salir de ese torbellino, dominar la tecnología, usarla en vez de consumirla. Seleccionar. Diversificar nuestras fuentes para rebajar nuestros sesgo de confirmación. Y, sobre todo, alejarnos de la «rabiosa actualidad», de la brevedad superficial del titular y del tweet, reflexionar, hablar de ello, vencer la pereza para masticar y digerir artículos largos o mejor aún, libros que nos proporcionen el contexto imprescindible para poder comprender quiénes somos y qué está ocurriendo. En definitiva: hacer el esfuerzo de profundizar.

Referencias:

Hugo Saez en Medium: la guerra por nuestra atención

La socióloga Zeynep Tufekci demostró como Youtube tiende a ofrecer contenido cada vez más extremo independientemente de la ideología con la que empieces la búsqueda.

 Vídeo demostración del sesgo de YouTube hacia posiciones extremas en Wall Street Journal

Eli Paliser, El Filtro burbuja. Cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos