Acaban de publicar un estudio del Max Planck Institute de Berlin según el cual ver porno acaba empequeñeciendo el cerebro. Al menos es lo que se desprende de una comparativa entre consumidores habituales de pornografía y otros hombres que no lo son. La única duda es si los primeros tenían ya el cerebro pequeño y por eso veían más pornografía o es el porno quien provoca ese empequeñecimiento a través de la neuroplasticidad.
Otro estudio, este de la clínica británica Portman, señala el componente adictivo del porno y su relación con un progresivo desinterés por el sexo real, impotencia y eyaculación precoz en sus consumidores más compulsivos que, según parece, acaban siendo casi todos.
Es obvio que cuando hablamos de porno, hablamos naturalmente de ciberporno que es la forma más habitual de consumo ya que el anonimato y la accesibilidad proporcionada por la red la han convertido en el soporte ideal para este tipo de negocio. De tal forma que, como dice Gary Wilson en la charla TED del siguiente vídeo, «El generalizado uso del porno en internet es uno de los experimentos globales de mayor impacto llevado a cabo en toda la historia» del que forman parte casi todos los jóvenes con acceso a internet a partir de los diez años. Una pornografía de una accesibilidad, una intensidad y una potencia y, por tanto, unos efectos incomparables con cualquier otra época anterior: soledad y anonimato, voyeurismo, facilidad del clic y de las búsquedas, múltiples pestañas abiertas, la constante novedad y la sorpresa -si es que en esto hay algo nuevo bajo el sol-… todo esto introduce al chaval -y al adulto- en lo que Wilson llama harén ciberpornográfico, una espiral adictiva con alto nivel de tolerancia -es decir, de necesidad de más para conseguir lo mismo- y, sobre todo, contrapuesto completamente al mundo real mucho más rico, pero también, como siempre, mucho más complejo y exigente: interacciones con una persona real, conexiones emocionales, cortejo, tocar y ser tocado, olores, feromonas, darse y ser recibido, comprometerse… Unas diferencias tan radicales que tienen enormes consecuencias en cada persona y en la sociedad que todas formamos. El vídeo hace referencia a la disfunción eréctil -«Se comienza con una disminución de la reacción a los sitios porno. Después hay una disminución general de la líbido y finalmente llega a ser imposible una erección«- y otros síntomas psicofísicos y psicosociales graves. Pero hay más: mirar imágenes pornográficas cambia también la imagen de la mujer real que, igual que en la pornografía,se tiende a ver como un objeto; un fetichismo que introduce a la mujer en un nuevo estado de sumisión que afecta a millones de chicas desconcertadas por una falsa visión de su sexualidad moldeada en la pornografía y por las que la sociedad y las feministas deberían dar la batalla.
Esta infografía intenta exponer gráficamente los números
En el libro Los Costes Sociales de la Pornografía, se lee que la pornografía daña la ecología moral de la sociedad y desgarra vidas y comunidades. Sin duda es uno de los fenómenos cibertecnológicos que más enturbia el Medioambiente Simbólico, aunque apenas si se hable de él. Toda nuestra cultura, a partir de la introducción de internet como vehículo se ha «pornificado«, dice Pamela Paul en el libro citado y Judith Coche, una psicóloga clínica profesora de psiquiatría en la universidad de Pensilvania afirma que «nunca había visto algo así antes de la aparición de internet … tenemos entre manos una epidemia. El crecimiento de la pornografía y su impacto en los jóvenes es realmente peligroso. Y lo peor es que no somos conscientes de lo que está ocurriendo«.
Hace no tantos años, las revistas eufemísticamente llamadas «para adultos» -no es sino un eufemismo llamar adulto al consumidor de pornografía- se vendían por ley envueltas en un plástico para que los menores no tuvieran acceso a ellas para hojearlas. Hoy ¿en qué plastico podemos envolver el ciberespacio?
Tanta preocupación por el sistema educativo, por acertar con las metodologías, con adecuar las aulas al nuevo mundo digital y tecnológico, mientras miles, millones de cerebros infantiles, aún sin acabar de desarrollar, están destinados a conformarse de acuerdo a unos parámetros dictados en gran medida por una mirada equivocada que no sé si hará sus cerebros más pequeños, pero seguro que empequeñecerá al mínimo sus corazones haciéndoles profundamente infelices e incapaces de proporcionar felicidad. Díganme si esto no es un asunto de seguridad nacional. «Y lo peor es que no somos conscientes de lo que está ocurriendo«.
Referencias:
Artículo en el que se cita el estudio de la clínica Portman en La Razón
Watching pornography damages men brains, The Thelegraph
Los costes sociales de la pornografía, James R. Stoner,Donna M. Hughes (extracto digital)
Este comentario me nace desubicado. Alude tanto a una parte del artículo de Agustín de Foxá (felizmente traído por Fernando) que me quedó por comentar en el post anterior: la de la materialidad o espiritualidad de una sociedad en función del predominio de la imagen o la palabra, la visualizad o la escucha, el ojo o el oído. Alude también al presente, y pudiera encontrar sentido en ese anunciado post sobre la base del artículo de Foxá: «Pueblos que hablan poco».
Seguramente es tan fácil ver como oír. Pero creo que supone menos esfuerzo «mirar» que «escuchar». Me refiero a esfuerzo sensorial. Al menor trabajo neurofisiológico que pueda requerir la adquisición de una imagen, frente al posiblemente mayor que exija la adquisición de un discurso. Hablo desde la mera intuición que proporciona la experiencia común de requerirnos más atención -más esfuerzo, más trabajo neuronal- la adquisición con sentido de un contenido verbal respecto de uno visual. Y este aspecto, el de «poner atención» para salvar esa pequeña-mayor dificultad implica el concurso de la voluntad y de este resulta la construcción personal -poco a poco- de una cierta entidad espiritual de quien personalmente se ha esforzado.
No hace un año tenía yo la suerte de cenar al lado de Juan Luis Arsuaga, director y factótum del yacimiento de Atapuerca. Hablábamos sobre el hombre primitivo, la expresión de su deseo sexual, deseo que a su parecer se iniciaba, obviamente, en su programación genética ¡pero! requería para concretarse y completarse de la «imago» o construcción previa de la imagen de lo deseado. De ahí, y a través de sucesivas ejemplificaciones, deducía que el hombre sigue pensando y razonando en términos fundamentalmente visuales: orden, tamaño, lugar, color, etc. Así, cuando nos sentimos por debajo o por encima, por detrás o por delante de algo o de alguien; lo más pequeño engendra a lo más grande; la vida para algunos es de color rosa y para otros de color negro ó las están pasando moradas; tal idea encierra a tal otra o no cabe dentro de ella aunque otras pueden encajar o acoplarse perfectamente; ….. No se trata de que el logos no sea capaz de alcanzar la abstracción pura, ni de que algo no pueda ser conceptualizado, pero sí de que para esas operaciones necesitamos apoyar nuestro pensamiento, a modo de muletas, en elementos de visualidad.
Paradójicamente, si para pensar necesitamos visualizar, para ver no necesitamos pensar. Quedaría explicado, en tal modo, cómo la tendencia «natural» a seguir la ley del mínimo esfuerzo casa perfectamente con nuestra preferencia por el uso, abuso y consumo de imágenes frente al de palabras. El ojo gana al oído. Aunque el oído nos haga «más plenamente humanos» que el ojo. (Por cierto: tras un breve paseo por webs de «Pensamiento Visual», afirmo estar seguro de que tal nueva «ciencia» no le interesaría en absoluto a Juan Luis Arsuaga. A mí tampoco).
«Ciberporno» resultará, seguramente, un post «políticamente incorrecto» en cuanto que habla de la realidad (esa dimensión proscrita de lo compartible en sociedad) y a mí me ha gustado muchísimo. Entiendo que da información y que hacerlo -en detrimento de dar opinión- es la forma de presentar adecuadamente la cuestión, así sea para debatirla como para simplemente conocerla. Apunto sólo y brevemente, que todo lo que se expone supone una conducta generalmente oculta: la parte «indigna de mi vida» que conviene que quede ignota. Pero ocultar supone fragmentar la propia integridad, y es tal vez el inicio de la senda del engaño por la que un día empezamos a transitar por mera conveniencia (evitar el enfado o al castigo de nuestros padres, o la vergüenza ante nuestros seres referentes) y que pronto se transformó en el camino de nuestra desintegración.
José Luis
Lo que a mi juicio tiene la imagen no es tanto su facilidad de descodificación, que puede ser tan compleja o más que la de un texto, sino, como vienes a decir tú,la enorme capacidad de atracción y fijación, su impacto en nuestra atención para la que, efectivamente no se exige tanto esfuerzo como en la recepción de un mensaje verbal oral o escrito.
No estoy seguro de que para pensar necesitemos visualizar. A eso lo llamaría yo más bien imaginar… Precisamente la dificultad del pensamiento está en que no puede apoyarse en imágenes sino en conceptos, en abstracciónes. En cambio, sí es plenamente correcto el que para ver no necesitamos pensar. Siempre pongo el ejemplo sacado de mi experiencia profesional de lo fácil que es «ver» un spot publicitario y lo costoso, largo y difícil que es «pensarlo», es decir, deconstruirlo, analizarlo; es decir: verbalizarlo.
Lo del ciberporno, amigo, es espectacular. No se da cuenta la sociedad del enorme impacto que está teniendo en millones de personas. Esto no es el encuentro furtivo con lo «prohibido» de la pubertad o adolescencia de cualquier época. Esto es una plaga, una epidemia de efectos nefastos a medio largo plazo en las relaciones humanas y sociales. Estoy leyendo despacio el libro que señalo en el post. Muy recomendable.
«Visualizar». RDAE, 3. Formar en la mente una imagen visual de un concepto abstracto.
La idea de Arsuaga -de la que yo participo- es que el pensamiento lógico (y ahí van la abstracción y la conceptualización) opera en términos visuales o con el concurso de elementos de visualidad. Lo que no quiere decir mediante imágenes.
Me gusta tu imagen: «encuentro furtivo». Creo que la práctica del ciberporno, por lo general, se hace de modo furtivo (a escondidas) y constituye, en efecto, una epidemia de des-integración personal que afecta a las relaciones humanas y sociales. Y que tal práctica suele inaugurarse a temprana edad, con o sin el concurso de la dimensión «ciber».
José Luis