Juan Manuel de Prada: 'Las expresiones artísticas actuales ...

Parece que no he sido yo el único sorprendido por la “sorpresa” causada por la revelaciones de Snowden. Juan Manuel de Prada en su artículo del XLSemanal  se pregunta, como yo, si quedaba en el mundo algún iluso que ignorase la existencia de programas secretos de espionaje, califica las declaraciones de Snowden de perogrulladas y cita a un amigo suyo ingeniero que le instaló su conexión a internet: «nunca se ha inventado un procedimiento tan fácil ni tan barato para tener a la gente controlada».

Pero creo que ya es suficiente de ciberespionaje por ahora. Lo más interesante del artículo no es su tema central sino uno colateral que alude a las causas de las causas en el análisis de los efectos de la tecnología en los usuarios. Como el mismo dice ya trató este asunto en otro artículo que nosotros también comentamos aquí.

De Prada define muy bien uno de los rasgos que caracterizan una consecuencia que se deriva del uso de la tecnología digital: la «abreviatura moral». «La tecnología –dice– abrevia nuestras decisiones morales, hasta tornarlas banales». El hecho de que nuestras decisiones se lleven a cabo con un insignificante movimiento de nuestro dedo índice sobre el ratón o sobre el cristal líquido de una pantalla,  y que  la pantalla se interponga como un cristal protector, un halo de irrealidad, entre nuestro yo físico y el mundo que nos rodea contagia a todo lo que hacemos con nuestros gestos digitales de su misma insignificancia y trivialidad. Esa nadería de nuestro dedo, esa facilidad, convierten en nada lo que llevan consigo. La brevedad del acto abrevia, empequeñece  también el alcance de sus consecuencias. Nos libera del esfuerzo y reblandece la resistencia que opone el mundo físico a nuestros actos dotándolos de gravedad y relevancia, anula la distancia entre el acto y sus consecuencias. Es una liberación de nuestra propia gravedad que hace también menos grave lo que hacemos. Una “liberación” que nos induce a un nuevo  modo de “actuar” en el que la brevedad del acto digital hace que nuestros actos tengan también cada vez menos consistencia: si la elección de la película que queremos ver supone seleccionar, desplazarse, pagar, entrar y salir… no es lo mismo que si la elección depende de un clic. «Si mañanadice De Pradanos invitasen a degollar a ese jefe de personal que nos hace constantemente la puñeta, […] arrostrando las consecuencias del degüello, seguramente casi todos rechazaríamos la invitación. Pero si nos invitasen […] a presionar un icono de la pantalla táctil de nuestra tableta, asegurándonos que instantáneamente tales sujetos serán reducidos a fosfatina, no quedando además vestigio alguno de nuestro acto, sospecho que mucha menos gente rechazaría la invitación.» ¿Cuál es la raíz de la piratería –además del gratis total, claro– sino esa facilidad del clic que abrevia nuestro rasero moral hasta hacerlo desaparecer? «Si nos invitaran a recoger una copia pirata de tal película en un almacén de las afueras regentado por una banda de facinerosos chiquitistaníes no lo haríamos tan alegremente», ni lo juzgaríamos con la misma levedad.

En realidad esa banalización se ha dado en todo el progreso tecnológico relacionado con las pantallas. La televisión, al instalarse en nuestro salón, nos liberó del esfuerzo físico y relacional de salir a la calle para ir al cine o al teatro, al fútbol o a los toros. El mando a distancia  suprimió el esfuerzo físico de levantarse del sofá para cambiar de canal e hizo aún más epidérmico el ya superfluo acto de ver ese río de lava electrónica, obligando a televisiones y agencias de marketing a replantearse toda la estrategia de bombardeo publicitario. El ratón y el hipertexto, las ventanas de Windows, además de propiciar el surfing intelectual, antítesis de la hondura y la reflexión, convierten el gesto de la decisión en un instante mínimo e irresponsable. La pantalla táctil intensifica aún más la brevedad de esa distancia. Incluso la misma prevalencia y hegemonía de la imagen sobre la palabra ha impuesto un lenguaje en el que el pensamiento se abrevia en impactos visuales y en el que la sensación tiene más peso que la meditación.

Nuestras decisiones y nuestro pensamiento necesitan de un tiempo y una distancia que la brevedad digital  contribuye a anular, diluyendo con ellos la gravedad de nuestros actos y convirtiéndonos en abreviaturas de nosotros mismos.