Utilizo, para evacuar mi comentario, la “lectura crítica completa” enlazada en este delicioso último post de los dedicados a la refutación del bueno de Serrés. Digo “bueno” sin condescendencia alguna porque, a pesar de sus disparatadas formulaciones y de la manifiesta inconsistencia de su tesis, no dejo de apreciar en su intento una conmovedora utopía que, con trazos de brocha gorda, rememora el irrenunciable anhelo de un mundo mejor.
Serrés, por su edad y al parecer por su idealismo, ha transitado, sin duda, por otras muchas utopías que, como todas, albergaban la semilla de la solución radical y definitiva del sufrimiento humano. Esencialmente al sufrimiento de la sociedad occidental del siglo XX que es en el que le ha tocado existir al autor. Hay en los sótanos del librito de Serrés, mucho de espanto ante lo que, a su entender, ha dejado y “ha hecho” su siglo con los nuevos “ángeles” y así pone en la voz de Pulgarcita su reproche general a las sombras de todo un siglo que, silenciadas las luces, ciertamente poco de ejemplar y bueno les ha legado.
Señala Ortega y Gasset en su ensayo “Historia como sistema” (creo que es ahí) que el progreso social surge de la dialéctica entre las tres generaciones coetáneas que en todo momento coexisten en cualquier sociedad. Abuelos y nietos contra los padres, verdaderos actores sociales. Nietos que aún no pueden actuar “en sociedad” y abuelos que ya lo han hecho, participan de un mismo estado de impotencia en el que encuentran la ocasión de apaciguar su “dolor inevitable” construyendo, aquéllos desde la idealización de lo que suponen factible y éstos desde la frustración de lo que no consiguieron, una suerte de “nueva moral” con la que enfrentarse a los adultos (sus padres e hijos). Adultos que determinan, interpretan y ejecutan “la ley”; adultos productores de las distintas y determinadas realidades sociales de cada época en las que poco o nada intervienen tanto la inexperiencia de los hijos cuanto la experiencia de los abuelos. Igualmente marginadas.
Lo exótico de Serrés, dando por sentado el rigor reflexivo que ha debido ejercer como hombre de ciencia o siquiera de pensamiento metódico, es su desinterés por el juicio crítico del estadío adulto de la sociedad (al que condena implícitamente de manera sumarísima) para ponderar ante los nietos la acción de sus padres, y su entrega a modo expiatorio a los nuevos “ángeles”, a los que para que la cosa no se tuerza (como a él y a su generación tantas veces le sucediera) les dota de una nueva naturaleza humana capaz de resistir, esta vez sí, la precariedad de toda existencia.
Un “abuelo” entrañable, conmovido y conmovedor, es lo que me ha sugerido la lectura de Pulgarcita, de Michael Serrés. Tus pormenorizadas, necesarias y acertadas réplicas al paso de su discurso me sugieren, sin embargo, las de un, con toda razón, atribulado “padre”. Al fin, la sociedad se cuece en la familia. Como siempre.
Precioso comentario de raíz orteguiana, pero quizá excesivamente equidistante. El abuelo Serres puede que esté conmovido, sí. Conmovedor y entrañable, algo menos. No me parece en absoluto conmovedor que un intelectual en ejercicio traslade a la opinión pública una visión tan deformada del impacto digital en la sociedad. Y no tanto por el papel de padre, que me atribuyes, sino por mi papel de Presidente de Asume desde donde tenemos que trasladar a la sociedad una visión cabal de lo que está pasando a nuestro alrededor y proporcionar criterios educativos para afrontarlo. A lo mejor es esa la posición del padre. Pero, así como en temas accidentales los abuelos pueden permitirse descansar de la tensión educativa, en temas cruciales, y este lo es, no creo que puedan refugiarse en su condición para abdicar de la tarea de educar.
«Excesivamente equidistante», ¿qué cosa? ¿la reflexión de Ortega, lo que escribo yo?
He releído detenidamente mi comentario sin encontrar en el mismo los términos de la aludida equidistancia. De un lado pondero la labor de réplica pormenorizada, necesaria y acertada que has realizado a los disparates e inconsistencias de la visión de Serrés. Réplica con la que sintonizo plenamente y en la que no he visto en qué podía yo agrandar, mejorar o discrepar, como sabes. De otra parte, y esto ya no es crítica, ver los sucesivos retratos del autor de referencia con que has ido ilustrando los post, unido a lo que yo observo como una «rendición» (que para mí es más «expiación») a los Pulgarcitos, concibiendo para ellos una nueva naturaleza humana distinta a la de quienes les han hecho sufrir con su mal ejemplo, bla, bla, bla,… me enterneció. Por eso vi en Serrés a un abuelo «conmovido y conmovedor», entrañable y humano, en suma. No veo, pues, dónde se haya podido dar esa «equidistancia excesiva» por mi parte. Menos mal que, tal vez, «quizá», como apuntas, pueda no haberla habido o no haber sido tan excesiva. La equidistancia nunca nos ha gustado, la denigramos como tibieza, lo hemos hablado en ocasiones, y si es excesiva, aún menos. Admito que verte (en el contexto de los escritos) como «un padre atribulado» pudo ser una licencia inconveniente por mi parte. No la repetiré.
Puedes repetir y tomarte las licencias que desees, amigo. Faltaría más.
Tu comentario me pareció plenamente oportuno e irreprochable y muy original la visión generacional que de Ortega aplicabas al modo de afrontar la reflexión tecnológica y vital. Tiene seguramente mucho de verdad. Y es también verdad, seguramente, ´que en la apuesta utópica del abuelo hay mucho de admiración por los nietos.
La «equidistancia», pues, no era tanto intelectual como afectiva. La entiendo, pero no la comparto; porque a mí no me despierta ternura alguna, sino estupor ante la falta de rigor del análisis de la realidad.
Utilizo, para evacuar mi comentario, la “lectura crítica completa” enlazada en este delicioso último post de los dedicados a la refutación del bueno de Serrés. Digo “bueno” sin condescendencia alguna porque, a pesar de sus disparatadas formulaciones y de la manifiesta inconsistencia de su tesis, no dejo de apreciar en su intento una conmovedora utopía que, con trazos de brocha gorda, rememora el irrenunciable anhelo de un mundo mejor.
Serrés, por su edad y al parecer por su idealismo, ha transitado, sin duda, por otras muchas utopías que, como todas, albergaban la semilla de la solución radical y definitiva del sufrimiento humano. Esencialmente al sufrimiento de la sociedad occidental del siglo XX que es en el que le ha tocado existir al autor. Hay en los sótanos del librito de Serrés, mucho de espanto ante lo que, a su entender, ha dejado y “ha hecho” su siglo con los nuevos “ángeles” y así pone en la voz de Pulgarcita su reproche general a las sombras de todo un siglo que, silenciadas las luces, ciertamente poco de ejemplar y bueno les ha legado.
Señala Ortega y Gasset en su ensayo “Historia como sistema” (creo que es ahí) que el progreso social surge de la dialéctica entre las tres generaciones coetáneas que en todo momento coexisten en cualquier sociedad. Abuelos y nietos contra los padres, verdaderos actores sociales. Nietos que aún no pueden actuar “en sociedad” y abuelos que ya lo han hecho, participan de un mismo estado de impotencia en el que encuentran la ocasión de apaciguar su “dolor inevitable” construyendo, aquéllos desde la idealización de lo que suponen factible y éstos desde la frustración de lo que no consiguieron, una suerte de “nueva moral” con la que enfrentarse a los adultos (sus padres e hijos). Adultos que determinan, interpretan y ejecutan “la ley”; adultos productores de las distintas y determinadas realidades sociales de cada época en las que poco o nada intervienen tanto la inexperiencia de los hijos cuanto la experiencia de los abuelos. Igualmente marginadas.
Lo exótico de Serrés, dando por sentado el rigor reflexivo que ha debido ejercer como hombre de ciencia o siquiera de pensamiento metódico, es su desinterés por el juicio crítico del estadío adulto de la sociedad (al que condena implícitamente de manera sumarísima) para ponderar ante los nietos la acción de sus padres, y su entrega a modo expiatorio a los nuevos “ángeles”, a los que para que la cosa no se tuerza (como a él y a su generación tantas veces le sucediera) les dota de una nueva naturaleza humana capaz de resistir, esta vez sí, la precariedad de toda existencia.
Un “abuelo” entrañable, conmovido y conmovedor, es lo que me ha sugerido la lectura de Pulgarcita, de Michael Serrés. Tus pormenorizadas, necesarias y acertadas réplicas al paso de su discurso me sugieren, sin embargo, las de un, con toda razón, atribulado “padre”. Al fin, la sociedad se cuece en la familia. Como siempre.
José Luis Rodríguez Rigual
Precioso comentario de raíz orteguiana, pero quizá excesivamente equidistante. El abuelo Serres puede que esté conmovido, sí. Conmovedor y entrañable, algo menos. No me parece en absoluto conmovedor que un intelectual en ejercicio traslade a la opinión pública una visión tan deformada del impacto digital en la sociedad. Y no tanto por el papel de padre, que me atribuyes, sino por mi papel de Presidente de Asume desde donde tenemos que trasladar a la sociedad una visión cabal de lo que está pasando a nuestro alrededor y proporcionar criterios educativos para afrontarlo. A lo mejor es esa la posición del padre. Pero, así como en temas accidentales los abuelos pueden permitirse descansar de la tensión educativa, en temas cruciales, y este lo es, no creo que puedan refugiarse en su condición para abdicar de la tarea de educar.
«Excesivamente equidistante», ¿qué cosa? ¿la reflexión de Ortega, lo que escribo yo?
He releído detenidamente mi comentario sin encontrar en el mismo los términos de la aludida equidistancia. De un lado pondero la labor de réplica pormenorizada, necesaria y acertada que has realizado a los disparates e inconsistencias de la visión de Serrés. Réplica con la que sintonizo plenamente y en la que no he visto en qué podía yo agrandar, mejorar o discrepar, como sabes. De otra parte, y esto ya no es crítica, ver los sucesivos retratos del autor de referencia con que has ido ilustrando los post, unido a lo que yo observo como una «rendición» (que para mí es más «expiación») a los Pulgarcitos, concibiendo para ellos una nueva naturaleza humana distinta a la de quienes les han hecho sufrir con su mal ejemplo, bla, bla, bla,… me enterneció. Por eso vi en Serrés a un abuelo «conmovido y conmovedor», entrañable y humano, en suma. No veo, pues, dónde se haya podido dar esa «equidistancia excesiva» por mi parte. Menos mal que, tal vez, «quizá», como apuntas, pueda no haberla habido o no haber sido tan excesiva. La equidistancia nunca nos ha gustado, la denigramos como tibieza, lo hemos hablado en ocasiones, y si es excesiva, aún menos. Admito que verte (en el contexto de los escritos) como «un padre atribulado» pudo ser una licencia inconveniente por mi parte. No la repetiré.
Un abrazo.
Puedes repetir y tomarte las licencias que desees, amigo. Faltaría más.
Tu comentario me pareció plenamente oportuno e irreprochable y muy original la visión generacional que de Ortega aplicabas al modo de afrontar la reflexión tecnológica y vital. Tiene seguramente mucho de verdad. Y es también verdad, seguramente, ´que en la apuesta utópica del abuelo hay mucho de admiración por los nietos.
La «equidistancia», pues, no era tanto intelectual como afectiva. La entiendo, pero no la comparto; porque a mí no me despierta ternura alguna, sino estupor ante la falta de rigor del análisis de la realidad.