El Archivo Histórico Provincial de Soria, acoge una exposición titulada «ECOS DEL AULA: IMÁGENES Y RECUERDOS DE LAS ESCUELAS SORIANAS». Entre sus materiales este tablón del Decálogo Pedagógico del Maestro Novel que recoge la imagen que encabeza este post y que paso a reproducir para que sea de más cómoda lectura:
«DECÁLOGO PEDAGÓGICO DEL MAESTRO NOVEL
- «En primer lugar, estudiaré el ambiente local en todos sus aspectos, a fin de conocer a los niños que me están encomendando: sus características, problemas, condicionamientos y posibilidades. Antes de juzgar, observaré, reflexionaré, conoceré y comprenderé.
- No censuraré jamás las costumbres y tradiciones del pueblo en que ejerzo mi misión educadora. Aun las que me parezcan injustificadas o ridículas obedecen a razones profundas y encierran enseñanzas estimables.
- Seré ejemplo en todo: desde la indumentaria y la conducta, al lenguaje y las maneras. Educaré – es decir, “edificaré”- siempre: pero más que con las palabras, con las obras.
- No aplicaré ningún castigo corporal. Ya oigo decir: “Es que a veces…”. Sí; a veces la reacción instintiva desemboca en la bofetada o el improperio. Pero educar es superar los impulsos y es pésimo educador quien no sabe embridarlos y contenerlos.
- Seré importante, pero no me daré importancia. No alzaré barreras que me separen de los demás, sean quien sean. El maestro no educa con lo que sabe, sino con lo que es. La impureza esencial de toda pose hace que el poseur resulte el anti educador por excelencia.
- La palabra es el instrumento didáctico primordial; pero no abusaré de ella. […]. Que el niño vea las cosas de que le hable, o sus representaciones. Que construya las realidades que describo, “viviendo” sus procesos dinámicos. Lo demás es palabrería.
- Huiré del formalismo, el esquematismo y la enseñanza libresca. Enseñaré para la vida y, siempre que sea posible, por la vida. […].
- De cuando en cuando, pero no con demasiada frecuencia, valoraré los progresos de los niños mediante exámenes y pruebas. La escuela existe esencialmente para enseñar y educar, no para examinar. Además, no olvidaré nunca que los resultados de la comprobación del rendimiento miden el acierto o desacierto del maestro, más que las virtudes y defectos de los niños.
- Tendré siempre presente el apotegma que dice: “Haz lo que haces”. […]. Tanto mis alumnos como yo terminaremos lo que empecemos, empleando el tiempo necesario para que los niños aprehendan y comprendan las nociones. Evitaré la precipitación, el mariposeo y la chapucería.
- Trabajaré y rezaré. Enseñaré a trabajar y rezar. […]. Enseñaré con amor. Por amor a Aquél que, desde el crucifijo, me conforta en mis desfallecimientos y me consuela en mis amarguras.»
El texto es del año 1965. No había entonces polémica alguna de si introducir o no las tabletas en el aula. Tampoco provocaba gran debate si era necesario o no prohibir o limitar el uso del móvil entre la población escolar. Ya se sabe: «Eran otros tiempos».
Me ha recordado otro texto que guardo en el que Enrique Monasterio nos explica cuál es la finalidad de un centro educativo:
«¿Para qué sirve un colegio?»
«Me lo preguntó Marta, entre lágrimas enfurecidas, cuando tenía nueve o diez años. Ahora está acabando la carrera y quizás no lea este artículo. Pero, por si acaso, le respondo: el colegio debe servir para aprender a leer, a escribir, a hablar, a pensar, a rezar, a amar y a contemplar.
SABER LEER no es recorrer las líneas de un texto o tartamudearlo en voz alta. Tampoco se trata de dramatizarlo, ni de rumiarlo con gesto ceñudo. Es sólo sintonizar con el pensamiento del que escribe. ¿Cuántos adultos creéis que estarían en condiciones de leer en voz baja un párrafo sencillo, digamos de veinte líneas, y a continuación explicar con precisión su contenido?
SABER ESCRIBIR no equivale a manejar un procesador de textos. En la era del ordenador, muchos universitarios presentan sus trabajos la mar de emperifollados y casi sin erratas; pero redactan como analfabetos. Escribir es encontrar el vocablo justo para el momento justo, es dejar en el papel una huella dolorida, alegre, melancólica, airada o cínica; pero en todo caso auténtica. O, simplemente, saber contar en diez líneas cómo es esta habitación.
SABER PENSAR tampoco es sencillo. El problema reside en que pensamos con conceptos, y los conceptos están unidos a las palabras. Ahora dicen que vivimos en la civilización de la imagen. Se nos pasará pronto, porque con imágenes no se piensa. Las imágenes necesitan de las palabras para tener sentido. La palabra llega al fondo del espíritu, llama a la reflexión y al trabajo, excita la inteligencia y demanda respuestas, emplaza al diálogo. Una palabra vale más que mil imágenes. Cada día manejamos menos vocablos. Eso significa que el pensamiento se empobrece, que somos más manipulables.
SABER HABLAR casi es lo mismo. Quien no sabe decir lo que piensa, lo más probable es que no piense lo que dice, o peor: lo más probable es que no piense. Hacen falta clases de expresión oral, o como quiera que se las llame, porque la máquina que Dios nos ha dado para pensar se alimenta y lubrica con palabras. Hablar es sobre todo comunicarse con el prójimo: tener engrasadas las entendederas y las explicaderas; estar en condiciones de transmitir, boca a boca, ideas y sentimientos, afectos y desafectos, alegrías y dolores. Por medio de la palabra uno aprende a ser persona: sin ella no somos capaces de amar.
SABER AMAR es algo más. San Juan lo escribe en su primera carta: hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y de verdad. Difícil asignatura. Y es que los niños no aman, se apegan. Los adolescentes, más que amar, se enamoran, que no es lo mismo. Entregarse, desvivirse, con ternura y dolor, con pasión y generosidad: eso es amor. En estos últimos años muchos padres y casi todos los colegios parecen haber renunciado a educar la afectividad de los niños. Quizá suponen que lo sano es dejarla a la interperie, para que se exprese indiscriminada y hemorrágicamente. O quizá han delegado en la tele tan ardua tarea. El caso es que el Planeta se está llenando de adolescentes crónicos, súper precoces en lo sexual e inmaduros en el amor.
SABER REZAR es tener el corazón abierto y los oídos limpios para escuchar al Señor. Rezar es entrar en la órbita de Dios y compartir la intimidad con Él. No hay forma más elevada de comunicación y de amor. Quien no haya rezado nunca, casi no es humano. Por eso un colegio que no fomente la oración, no educa: mutila y deforma.
Y, por último, CONTEMPLAR. Es la asignatura más importante. El Cielo será contemplación, y la tierra también puede serlo. Si enseñáramos a los niños a ver un cuadro o un paisaje; a gozar con una tormenta, un poema, un atardecer o una melodía; a mirar a los ojos de los amigos y de las amigas; a enamorarse de la belleza más que de la exuberancia metabólica del prójimo,….
¡Ay, si lográramos todo eso…! ¿Sólo eso? Bueno, si da tiempo, también matemáticas.»
Tampoco aquí se habla de ordenadores, tabletas, pantallas, libros o papel. A pesar de que los tiempos ya son otros.
Finalmente, no he podido menos que recordar una sentencia que se atribuye a Steve Jobs y que hemos repetido aquí múltiples veces:
«No es delante de una pantalla sino detrás, donde se forja el cerebro (y el corazón) capaces de utilizarla correctamente»



