Acabo de comprar en la FNAC el último de Byung Chul Han y, ¡OH, sorpresa!, con la compra, la librería me regala “Ciudadanos o espectadores, La batalla por el pensamiento crítico: populismo y desinformación” un breve ensayo de José Antonio Marina y Julio Ceballos. Este último, un descubrimiento que paso a compartir con vosotros: especialista en internacionalización, estrategia de negocio y desarrollo de mercado -dice la solapa correspondiente-. Desde 2006 trabajando en China asesorando a empresas occidentales en su relación con el mercado asiático. Autor de Observar el arroz crecer y el Calibrador de estrellas, que habrá que leer porque son claves para entender el mercado chino y D. Julio me ha perecido un magnífico escritor.
A Ceballos y Marina la editorial les hace responder a un breve cuestionario y la parte del primero es absolutamente brillante. 36 páginas de una descripción de la cultura contemporánea cimentada en la Red como hace tiempo no leía. Esta es una síntesis literal de sus respuestas. La negritas son mías.
¿Qué papel juega la desinformación en el ascenso de los populismos y los Gobiernos autoritarios?, dice la primera pregunta del editor. En su respuesta, Ceballos elabora un retrato fiel e inmisericorde de la realidad actual:
«[…]Nunca antes […] habíamos tenido acceso a tanta información. […] Jamás habíamos estado tan expuestos al desconcierto y a la confusión deliberada de la verdad. […] No somos más sabios ahora, con toda la información de la que dispones, hace un siglo con una fracción de ella.
[…] La razón cede a diario frente a la emoción; el dato, frente al dogma. La duda razonable […] se ha convertido en desconfianza neurótica, haciéndonos sospechosos de todo y creyentes de cualquier cosa. El ciudadano […] no sabe ya si lo que lee es cierto, si lo que ve es real, si lo que le cuentan es un bulo. Todo resulta verosímil y, entonces, nada lo es realmente. […]La desinformación […] no trata de tener razón, sino de tener relato. Lo que se impone ya no es la evidencia, sino le emoción. […] En entornos de incertidumbre y sobreinformación, donde ya no se busca saber, sino tan solo confirmar prejuicios, desacreditando al adversario, simplificando dilemas complejos. […] ¿Y cuál es la verdad? Da igual. Cambia cada semana, con cada tuit. La verdad, esa señora mayor que siempre llega tarde, ya no interesa. […] Unos cuantos bots y una buena campaña de memes simplifica, caricaturiza, exagera. No importa qué se dice, pero sí que se diga con convicción, que resulte ingenioso y se propague como un virus.
[…]El algoritmo —la pitonisa del siglo XXI— ya no predice el futuro: lo moldea premiando lo viral, no lo veraz, agregándolo a un gritería histérico en un entorno emocionalmente saturado. […] Te ofrece justo lo que necesitas para seguir creyendo que tú —y solo los que piensan como tú— tenéis razón. Y si eso implica tragarse una mentira, mejor. Porque la mentira, si es viral, vale más que mil verdades que no generan “me gusta”. El algoritmo […] convierte el pensamiento en un obstáculo. […] Los matices aburren y la complejidad espanta. […] Él no argumenta: dramatiza. […] En ese ecosistema, […] las verdades se relativizan, los consensos se diluyen y el espacio público se convierte en un campo de batalla emocional: cuanto más miedo, más votos; cuanta más indignación, más likes. Hoy el ciudadano ya no se informa: se indigna.
[Sin embargo] En democracia, la verdad no es solo un ideal filosófico: es una infraestructura vital.
[…] No basta con votar: hay que pensar. El antídoto es la educación. No para imponer certezas, sino para promover preguntas. Y eso requiere una cultura robusta. Hay que leer, dudar, preguntar. […] La democracia es como una bicicleta: si no pedaleas, te caes. […] La democracia—si quiere seguir siéndolo— debe reaprender a pensar. Y eso, en tiempos de ruido, es un acto subversivo.»
¿Hasta qué punto las redes sociales han contribuido a debilitarlas democracias occidentales? Es la segunda pregunta. De nuevo un conocimiento clarísimo de este fenómeno que venimos estudiando aquí desde hace años lleno de frases claves y poderosas.
«[…] Las redes han erosionado la democracia, no tanto por ser redes en sí, sino por lo que hacen con nuestra manera de estar en el mundo. […] Detestan la lentitud […] el único camino que conoce la libertad pues es ahí donde habita el pensamiento. Frente al frenesí digital, la democracia […] ha empezado a parecer lenta, anticuada, débil. […] Vivimos en una dictadura de la atención y esta se compra con gritos, insultos, escándalos y mentiras bien empaquetadas. Así, clic a clic, una nueva ciudadanía se ha ido conformando: fatigada, distraída, incapaz de sostener su foco sobre lo que importa, […] atrapada por lo que entretiene o enfurece. […] Necesitamos recuperar el tiempo, el pensamiento, y educar en la lentitud, el matiz, la duda.
[…] ¿Cómo pensar juntos si estamos atrapados en un universo donde todo dura ocho segundos y se mide en corazones o pulgares? Las redes han transformado la conversación pública en una bulla sin escucha, en una competición convulsiva. Hemos cambiado el debate por el espectáculo, la complejidad por el meme, el desacuerdo por el linchamiento.
[…] ¿Resulta posible hablar de democracia si nuestras emociones son programadas desde Silicon Valley? ¿Puede existir pensamiento crítico en un entorno diseñado para interrumpirlo? ¿Cómo recuperar el silencio interior en una sociedad adicta al ruido? […] Nuestros dirigentes […] han comprendido que ya no se premia la solvencia, sino la simpatía; que ya no se gana por visión, sino por carisma, ocurrencias y tuits. […] Las redes castigan la complejidad, penalizan la duda, se burlan de la prudencia. […] Necesitamos hoy más pensamiento y menos show. […] Necesitamos reclamar responsabilidad a las plataformas. […] Lo que debilita a la democracia no es esta o aquella red social, sino su arquitectura de incentivos adictivos, su opacidad algorítmica, su uso como herramienta de ingeniería social al servicio de actores que, en nombre de la conectividad y la participación, jamás rindieron cuentas ante la ciudadanía, y que no comparten ni nuestros valores ni nuestras leyes. […] Es su modelo de negocio.
[…] No se trata por ello de abandonar la tecnología, sino de reapropiárnosla, […] diseñar un ecosistema regulatorio, educativo y ético que civilice las redes, que las reconquiste. […] proteger nuestros datos, regular las plataformas, […] salvaguardando nuestra soberanía digital como se preserva el agua, el aire o la electricidad […] reclamar el control de lo digital, […] impulsar la lectura como acto geopolítico e incentivar el mérito» —dice más adelante contestando ya otras preguntas.
Y añade:
«La gran batalla de este siglo no será entre capitalismo y comunismo, ni entre Oriente y Occidente. Será entre sentido y ruido. Entre confianza y manipulación. Entre ciudadanos y espectadores.»
Y más adelante:
«Hoy el mayor peligro para nuestras democracias no es China, ni la IA, ni el cambio climático: es nuestra pasividad, nuestro conformismo, nuestra inclinación a elegir entretenimiento antes que entendimiento».
Y finaliza:
«Europa tiene que elegir. […] entre una ciudadanía viva o una ciudadanía zombi. Y esa decisión, todavía, depende de nosotros.»
Hay mucho más y todo valioso en las cinco respuestas que da a otras cinco preguntas, pero hemos preferido dejarlo aquí seleccionando lo que más directamente tiene que ver con nuestro trabajo de reflexión en torno a la tecnología. Os animamos a comprar un ensayo en la FNAC para que os regalen esta pequeña joya.
Referencias
Ciudadanos o espectadores, la batalla por el pensamiento crítico: populismo y desinformación en el siglo XXI, José Antonio Marina y Julio Ceballos, FNAC-Ariel





Brutal Jose!!! Brutal!!
Muy interesante! Un descubrimiento de un autor que no conocía que realiza análisis sin duda lúcido y certero.