Decía ayer Carlos Herrera en su burladero de ABC, que titulaba Realpolitik, esa náusea, que la tal Realpolitik es «un término acuñado a tenor de las políticas del alemán Metternich que viene a significar la primacía del interés práctico sobre la ética».
Así, desde Metternich, todos pensamos que existe la posibilidad de llevar a cabo una política de pasarela en la que mostrar la cara amable de los principios mientras, bajo la alfombra, se desarrolla la política real de los hechos. Dentro de esa concepción, la Realpolitik sería aquello inevitable a lo que nos vemos abocados al afrontar la realidad sobre todo en su vertiente diplomática. Tanto es así que el término «diplomacia» se asocia ya directamente con la falsedad legítima, la hipocresía institucionalizada y el engaño civilizado imprescindibles para la convivencia internacional. Entraría quizá también dentro de esa política real esa otra trastienda de la política de seguridad, del espionaje, los fondos reservados, el anonimato de las personas y los hechos de los que ni sabemos, ni podemos e incluso ni siquiera queremos saber nada los ciudadanos de a pie y en los que, cuando alguna vez son iluminados por la luz y los taquígrafos todo el mundo se tapa la nariz, silba y mira para otro lado.
Serían los males necesarios de la política, los daños colaterales del sistema democrático, una parte no pequeña de sus muchas imperfecciones. Pero un mal necesario sólo justifica su necesidad frente a la existencia de un bien verdadero. La aceptación de la Realpolitik siempre es a condición de que exista una política real y de que a través de esta, aquella esté permanentemente controlada. Y eso es lo que me preocupa.
Estoy lejos de la ingenuidad de creer o de querer que el mundo pueda ser de otra manera, pero lo que me inquieta es que el ámbito de la Realpolitik, de la verdad que debe ser ocultada, esté creciendo de tal manera que abarque cada vez más a toda la esfera democrática y que, de ese modo, deje de existir una política real que no sea Realpolitik.
Si, como hemos dicho muchas veces, los medios nos trasladan únicamente una política de moqueta, de mítines, de declaraciones, de salir en la foto, de actos programados a la hora del telediario, de convocatorias de ruedas de prensa, de gabinetes de imagen… si todo es Virtualpolitik, la política real no existe y entonces la Realpolitik es inaceptable porque está totalmente fuera de control.
Igual que la sombra sólo tiene sentido frente a la luz, cuando todo está rellenado con la falsa luz de los focos del espectáculo ya no vemos sino las falsas sombras de las bambalinas. Cuando nada es verdad y todo es política virtual, todas -la Realpolitik y la política real- son una broma del mal gusto y una náusea.
Busquen la información, no la consuman o serán consumidos por ella.
P.D.: Las víctimas del terrorismo de eta son un referente continuo que nos vincula a la realidad, salvándonos de la virtualpolitik. Si quieren un baño de política real, no dejen de leer el artículo de Maite Pagazaurtundúa, que recomienda hoy Santiago González.