Un documental de la Noche temática de RTVE sobre el fenómeno de la alfombra roja: toda una industria enraizada en el fenómeno de la fama, su enorme complejidad y el negocio que supone. Muy interesante.
La Noche Temática de RTVE repuso antesdeayer un programa dedicado a la moda con dos documentales muy interesantes, uno de ellos dedicado a la directora del Vogue americano en plena faena de la edición del número de septiembre y otro que es el que nos ocupa titulado «The red Carpet» (La Alfombra Roja) dirigido por Olivier Nicklaus y producido por LALALA Productions, Canal + y Sundance Channel.
Podéis verlo en los cinco fragmentos que tenéis más abajo y transcribo aquí algunas de las ideas vertidas en él.
La alfombra roja es un microcosmos que refleja muy bien la sociedad contemporánea. Las estrellas pasaron de las escalerillas de los aviones en los años 60 a la alfombra roja, hasta entonces privilegio exclusivo de la realeza, convirtiéndose así en los reyes y reinas del siglo XX.
Se trata de un espectáculo, de un negocio generado por el negocio del cine y de la fama cuidadosamente planificado, preparado, perfeccionado y producido y en el que hay una enorme cantidad de intereses en juego cifrados en millones de beneficios en consumo: de películas y de todos los productos finales que son capaces de generar las estrellas a partir de su imagen mitificada por la pantalla, los miles de flashes de los medios y las cámaras de vídeo que los catapultan a las miradas de todo el mundo.
Creadas en principio para promocionar películas, se han convertido en promociones de grandes marcas de moda que refuerzan su imagen y, a la vez, refuerzan la imagen mítica de los actores y actrices que se convierten en marcas de sí mismos que se exponen y se venden como productos de mercado. Para cualquier evento, todas las marcas se pelean porque los famosos lleven sus vestidos, zapatos o joyas, no sólo personalizando gratuitamente sus diseños para ellos, sino incluso pagando sumas escandalosas para aprovechar la publicidad que generan, mucho mayor que la que conseguirían en un desfile tradicional.
Y es que la gente se identifica más con las actrices que con las modelos. Estas pueden ser guapísimas, pero aquellas son mitos, es decir, reflejo de sus personajes, imágenes que suscitan sueños a través de las pantallas. En un proceso absolutamente irracional, ejemplo paradigmático de cómo funcionan las imágenes, el público se identifica con una actriz, la marca le paga para que lleve su ropa, los medios publican vídeos y fotos de la famosa mencionando la marca, la gente recuerda el nombre de la marca cuando va a comprar perfume, bolsos, zapatos, cinturones vaqueros o gafas… La admiración mítica y la identificación acaba en consumo; los fans se convierten en consumidores, las estrellas en productos. Las cámaras y las pantallas son su instrumento.
El dinero en juego es tan importante que la presencia en las alfombras rojas se ha convertido en un trabajo en sí mismo con sus contratos y sus normas estrictas; es más, hay actrices que ya no hacen películas, sólo cultivan, amplían y ordeñan su estrellato en las alfombras: Sharon Stone o Demi Moore llevan diez año sin hacer cine; ahora son famosas por ser famosas paseando su imagen por las alfombras. Scarlet Johanson dedica al menos un sesenta por ciento de su trabajo exclusivamente a profesionalizar su estrellato en relación con las marcas. Nicole Kidman llegó a cobrar 12 millones de dólares por su contrato con Channel y el rodaje de un spot con el director de «Mulin Rouge». Antes la mitificación era una de las consecuencias del estrellato; ahora, el estrellato y su mitificación -y mixtificación- consiguiente son un negocio en sí mismo, una profesión. Ambos se retroalimentan: la marca vampiriza a la estrella y, a la vez, la hace más estrella al exponerla una y otra vez a la mirada de los consumidores.
Revelador el testimonio de una estilista de Chanel hablando de sus esfuerzos para que nuestra Pé llevara uno de sus vestidos en la alfombra de los Oscar (vídeo 3). Impagable el montaje de una impertérrita Scarlett J. en una sesión de promoción ante las estúpidas preguntas de la periodista de turno (vídeo 4).
La superabundancia de alfombras, las desgasta y las va deslegitimando para el consumidor que empieza a aburrirse estragado de este flujo de imágenes, de este supermercado de famosas. El consumo acaba consumiendo al consumidor y al consumo mismo.
Y un testimonio final que cierra de manera muy elocuente el documental como una terrible firma de realismo entre tanto glamour: «Es algo adictivo… No sabes bien pro qué, pero lo cierto es que no quieres dejar de mirar. Es muy bonito. Muchas cosas bonitas en la pantalla. Brillos, brillos, brillos. Pero el problema es que es como la comida rápida… ¿cuánto dura? Por eso necesitamos repeticiones constantes de alfombras rojas. Creo que, sobre todo la generación de adolescentes de hoy en día, como mi hija que va a cumplir 19 años y se pasa el día durmiendo. Es muy joven, muy reflexiva y atenta, pero un día me dijo que no veía ninguna razón para estar vivo si no eres famoso. Es muy triste» (Daphne Merkin, columnista y ensayista del New York Times)
Y la voz en off del documental repite: «Es muy triste»
Y yo concluyo: sí, es muy, muy triste.
Un resumen pormenorizado de las ideas del documental en el blog actualización cultural: sociedad