El Roto

El segundo texto que he recortado de la prensa de papel es esta columna de Mariano Gistaín en el Heraldo de Aragón del miércoles 14 titulada Control:

           “Hola, soy un robot. Ya le he quitado su trabajo o se lo quitaré en breve, pero le doy algo que hacer, un entretenimiento. Le diré sus constantes vitales cada dos minutos, le revelaré su auténtica forma de ser, de acuerdo con sus “megustas”: cada clic le define, incluso más allá de lo que usted está dispuesto a reconocer. Incluso más de lo que usted aceptará jamás. Su autentica identidad y su historial (también el sanitario) pertenecen a la empresa que me ha fabricado, y a aquellas que contratan sus servicios. Y a los diversos gobiernos que acceden a esos datos cuando lo creen conveniente para la seguridad nacional o mundial. O sea, siempre. Sus datos incluirán pronto su adn. Tengo un algoritmo nuevo que puede predecir sus próximos pensamientos, acciones y omisiones. Todo está en pruebas porque el sistema completo es carillo, pero el dinero llega enseguida cuando los jefes sienten el estímulo de un buen ‘shock’ bajo sus poltronas. Naomi Klein ha explicado este fenómeno cuando el susto se aplica a poblaciones o a países enteros, pero yo he aprendido a aplicarlo a las élites melifluas. El Papa es el único que se me resiste. En fin, siempre ha de haber alguna excepción, algo exótico. ¡Oh!.  Casualmente acabo de recibir una millonada de millones y unas reformillas legales mundiales para aumentar mi control y mi poder aunque, la verdad, no sé qué más podría necesitar: ya accedo a todo de todos. Le he quitado su trabajo (o se lo quitaré en breve), pero como usted apenas cobraba por hacerlo, es una liberación. Tanto pedir transparencia, por fin le ha llegado a usted. ¡Alegre esa cara! (le estamos viendo)”.

Parece una broma, pero puede que sea una de bastante mal gusto por lo que tiene de pare de verdad: la constante pérdida o degradación de puestos de trabajo que produce la automatización descrita en el Atrapados de N. Carr que hemos reseñado aquí hace solo un par de entradas; el carácter fundamentalmente entretenido, disipador y consumista de la mayoría de las aplicaciones tecnológicas más populares; la construcción de nuestro propio perfil en la red a partir de los clics de nuestro ratón del ordenador o las huellas de nuestro dedo en la pantalla del smartphone, con los que ponemos nuestra identidad, nuestra intimidad y nuestro historial en la red con una alegría y una inconsciencia absolutas por nuestra parte y una impunidad total por parte de las empresas y gobiernos que los utilizan; la posibilidad más que cierta –’lo que la tecnología puede se hace’ es la máxima ciberoptimista y cibersuicida que la hace posible- de que a ese perfil, construido voluntaria aunque inconscientemente por nosotros mismos, se sume muy pronto el dato de nuestro ADN de modo que estemos física y psicológicamente fichados en un gran banco de datos desde el que seremos aún más fácilmente manipulables; la creación de algoritmos capaces de anticiparse a nuestras propias decisiones, tal y como ya hace el buscador de Google después de unos pocos clics, que nos acercarán a esa terrible tierra de nadie del mundo de los precog y el precrimen  -preconizados en el  Minority Report de Spieldberg que en el 2000 situaba proféticamente la acción en el año 2054-, o hará mucho más difícil el ejercicio de nuestra libertad personal en campos como la política  o el consumo…; los cambios legislativos, en fin, respecto a la necesidad de control a partir del miedo y la inseguridad generados en la opinión pública por momentos de choque  -descritos en la discutible Doctrina del Shock de Klein– como los últimos atentados terroristas que nos llevan a renunciar alegremente a nuestra seguridad jurídica a cambio del aumento de una pretendida seguridad física sin darnos cuenta de que si bien es cierto que sin seguridad no existe libertad, también lo es que sin libertad la seguridad no tiene ningún sentido.

Insisto: ¿se trata de una broma futurista de ciencia ficción cuajada de elementos apocalípticos? Desde luego podría ser tachada de apocalíptica en el sentido de que se olvida de poner sobre la balanza la enorme cantidad de beneficios que la tecnología nos proporciona, a pesar de que todavía se deja muchas otras características tecnológicas que no invitan al optimismo. No sé si es una broma. Por lo tranquilos y contentos que estamos todos, parece que lo sea. A mí no me lo parece del todo. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el panorama que dibuja no está situado completamente en el futuro porque, como el mismo Gistaín dice al final de su columna, en cuanto a control y poder no es necesario nada más que lo que hay: el ¿hipotético? robot YA puede acceder A TODO DE TODOS.