«El espectador de hoy, de imágenes trepidantes, ¿puede pararse a ver un cuadro?» le preguntan a Lech Majewski, director de cine polaco, en religiónenlibertad.com.
– Pensemos en los jóvenes de hoy, con sus videojuegos. Les dan puntos por disparar y matar muy rápido, por actuar sin pensar. Les dicen: ¡dispara a todo lo que se mueva y si eres bueno te subimos un nivel! Los entrenan para no pensar. Pero para entender un cuadro hay que pararse, pensar, contemplarlo…
59 segundos es el tiempo para desarrollar un argumento sólido y profundo sobre cualquier tema en un programa de debate de ideas –es decir, de pensamiento ¿no?– en televisión.
10 minutos es la duración máxima de la mayoría de los vídeos que podemos ver en You tube.
28, 9 segundoses la duración media de un spot de televisión.
143 caracteres es el espacio disponible en Twitter donde se supone que «hay que estar» para dar razón de la actualidad personal, social, política o ciudadana. Píldoras neuronales en las que las noticias y las opiniones se comprimen hasta lo irrazonable.
La política pop, el slogan, el exabrupto y la andanada del talk show, el fast think, el surfing de la red, el saltamontes internáutico del enlace… el ritmo, el vértigo, el mareo.
El tiempo huye y el pensamiento que una vez tuvo peso y densidad, pasa de líquido –Bauman– a gaseoso y huye también con él.
Tempus fugit; perfecta veritas est.
A la pregunta de Pablo J Ginés, contextualizada para los espectadores trepidantizados de hoy, responde Lech Majewsky, sin declararlo, que NO. Que no le es posible a quien ha sido preparado para no pensar, entender un cuadro, y fija tres condiciones o requisitos para lograrlo: pararse, pensar, contemplarlo. Pero entender un cuadro exige al espectador estos actos, no sólo hoy sino en todo tiempo: presente, pasado y futuro. El tiempo preciso para entender (en algún grado) un cuadro no puede ser, a mi juicio, el disponible delante del mismo; se trata, más bien, del tiempo pretérito dedicado a la adquisición de una cultura humanista que haga posible «interlocutar» con la obra de arte que se contempla. Siendo así que, vg., los alumnos que no han recibido formación religiosa cristiana, es plausible que no conozcan el Evangelio y, en consecuencia, ninguna de sus escenas, difícil será que observando «El regreso del hijo pródigo» de Rembrandt, consiguan algo ni aproximado a entender lo que están viendo. No es el caso, por cierto, del ecritor Henri J M Houwen, quien necesitó escribir un libro, con el mismo título que el del cuadro citado, y subtitulado (Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt). Libro que no tengo reserva alguna en recomendar a los amantes de la pintura, en particular, y a nuestros lectores en general.
José Luis.
Vale mucho la pena visitar la obra fotográfica de Susana Girón (el enlace, aquí al ladito en nuestro «medioambiente fotográfico»). Tiene Susana una mirada simple y limpia (en la que no hay ni un solo objeto de distracción) que resulta altamente didáctica para quien quiera perfeccionar la suya.
José Luis
Me ha gustado mucho el encapsulado temporal en el que se producen nuestras vidas, planteado en tu post. Te invito a que siguas apuntando en servilletas, o dónde sea, nuevas cápsulas así te vengan al pensamiento y un día las recopiles y publiques con una nueva intención. De momento, ahí van algunas que he echado en falta:
5 minutos (aunque ya nos advierten que es un tiempo «orientativo») es lo que disponemos para contarle al médico del Centro de Salud lo malitos que estamos y ponernos en sus manos.
3 minutos de media es lo que dura una obra musical comercial. Las discográficas nos venden cápsulas-musicales de esa duración con el fin de vendernos entre 10 y 14 por soporte digital (así quepan el triple en ese mismo soporte). Esto ha impedido que la música esté compuesta, hoy día, con la necesaria libertad de los autores para desarrollar sin condicionantes sus ideas musicales; si esas ideas requieren más de tres minutos… pues «te las produces tú». Por eso, creo, los melómanos pata negra se vuelven hoy hacia discografías de hace tres o cuatro décadas, en las que se editaba respetando la duración de las obras según las había concebido el autor. Por idéntica razón, creo, está abriéndose paso en el mercado el jazz, el blues y hay un resurgir de la clásica, la ópera, etc. Una composición obligada a cumplir un estandar de tiempo comercial, pierde su propia lógica musical.
2 minutos es el tiempo de cepillado dental instaurado en su día por Profiden como correcto; desde entonces… ¡todos a cumplir!
Prometo que te iré enviando nuevas cápsulas que me vengan a la cabeza.
José Luis
¡Que tres comentarios antológicos, amigo!
No tengo más que decir Amén.
Y no dejes de recopilar cápsulas: haremos una entrada encapsulada.
Abrazos.