De nuevo repasando mis números atrasados del XLSemanal -es proverbial la continua atención que este semanario dedica a lo tecnológico- leo con interés la relación de daños colaterales que afectan a la salud humana por el uso de los dispositivos tecnológicos de comunicación.
La primera constatación es que el uso es, de manera generalizada, abuso. Es decir, la famosa frase de que el efecto nocivo o beneficioso depende del uso que le dé el usuario se viene abajo cuando, antes de entrar en los análisis del cómo, es el cuánto lo primero que se impone: la realidad es que la propia tecnología lleva implícita en su naturaleza el provocar un uso abusivo del que muy pocos escapan. Pasa con el consumo de televisión y pasa con el consumo del ordenador y del móvil. Su naturaleza adictiva o simplemente dependiente hace que controlemos con dificultad el tiempo y la atención que les dedicamos.
El problema que se plantea entonces es la dependencia misma que en los caso más graves se convierte en adicción. Pero, además, todos los daños colaterales que no matan, pero sí hieren: el incremento del sobrepeso y la obesidad, dolores musculares y cervicales, problemas de visión, dificultades en el sueño, …
O, simplemente, el Tecnoestrés: esa ansiedad directamente provocada por la sobrecarga tecnológica (de sobreinformación, de adaptación a lo constantemente novedoso, de sobreoferta de aplicaciones,…) o por su abstinencia (la obsesión por no perderse nada, el ‘síndrome de la llamada imaginaria’, la ‘apenea del Whatsapp‘, la ‘nomofobia‘, ) cuando no podemos dar salidad a esa necesidad no controlada, es decir, compulsiva de consumir tecnología en vez de simplemente usarla.
Habla también el reportaje de Beatriz Navazo de un tema especialmente importante entre los adolescentes y es la dependencia emocional por la conexión 24 /7 de los chavales. «El número de diagnósticos, su intensidad y complejidad ha crecido bastante -dice la doctora Rosa Fernández Marcote, miembro de la Sociedad Española de Patología Dual-. Antes, cuando se perdía la relación con un amigo o se terminaba un noviazgo, se cumplía un periodo de duelo, sin contacto, que favorecía la reconstrucción de la vida. Ahora, siempre existe la posibilidad de saber algo de la otra persona, espiar su Facebook, revisar su última actualización o mirar las fotos que cuelga» en Instagram o en Snapchat. Y, aunque no se den esas circunstancias de ruptura, el estar 24 horas conectado con los iguales, impide el necesario espacio de distancia emocional de la pandilla o la clase que antes proporcionaba la familia o simplemente la soledad de nuestro cuarto cuando dejábamos a los amigos y que, sin darnos cuenta, era y es imprescindible para ayudarnos a construir el propio yo autónomo, lejos de la influencia del grupo.
Usa la tecnología, pero no la consumas o serás consumido por ella.
Referencias: