Circuló por la red  hace unos meses un correo anónimo que hacía una referencia interesante a un cartel publicitario con una joven espectacular, en el escaparate de un gimnasio,  que decía así:

«Este verano, ¿qué quieres ser: sirena o ballena?»

Y el correo reflexionaba:

Las ballenas están siempre rodeadas de amigos (delfines, leones marinos, humanos curiosos) Tienen una vida sexual muy activa, se embarazan y tienen ballenatos de lo más tierno a los que amamantan. Se lo pasan bomba con los delfines poniéndose moradas de camarones. A menudo, están bajo la superficie, no se exhiben fácilmente. Juegan y nadan, surcando los mares, conociendo lugares tan maravillosos como La Patagonia, el mar de Barens o los arrecifes de coral de la Polinesia. Las ballenas cantan y muy bien y hasta graban CD’s. Son impresionantes y casi no tienen más depredador que los humanos. Son queridas, defendidas y admiradas por casi todo el mundo.  Viven y dejan vivir. Aunque a veces parezcan en peligro de extinción.
Las sirenas necesitan por de pronto definirse porque deben tener un grave problema de identidad: ¿mujeres o pescados? ¿personas o cosas?  Son bonitas, es verdad, pero solitarias y tristes. Nadan, cantan, se muestran, se peinan, se miran al espejo y, de tanto mirarse, se han convertido en un espejismo que difícilmente sabe mirar a otros ojos que no sean los suyos. No tienen vida sexual porque matan con sus cánticos a los hombres que se acercan a ellas así que tampoco pueden tener hijos, ni formar una familia. Y, además, y sobre todo, no existen.

Y tú, ¿qué quieres ser? ¿Sirena o tú mismo?

No se dejen llevar por cantos de sirena. Usen las pantallas, vean publicidad, pero no las consuman o serán consumidos por ellas.