Después de una semana con Dans, resulta que aún me quedaba un post del tecnologista por comentar y es este: Privacidad.

Aborda el tema con la idea central de que no podemos perder nuestro derecho a la privacidad porque, de hecho,  ya lo hemos perdido en una sociedad cuyos gobiernos lo saben casi todo de nosotros a través de la documentación que certifica nuestra identidad ciudadana, laboral y sanitaria, los requerimientos judiciales de información a nuestros bancos o a Google o a las redes sociales, además de nuestras huellas en peajes, cámaras de seguridad o todo lo que está ya informatizado de manera estándar, que es muchísimo y que va dejando por ahí dispersa, pero asequible, gran parte de nuestra actividad cotidiana.

Bien está ser consciente de ello –cada vez más consciente–. Forma parte no del contrato social, como dice Dans, sino de la asunción de ventajas tecnológicas que, mucho antes de las redes sociales, han ido haciéndonos más transparentes y han fragilizado nuestra vida privada. El contrato social lo que establece es que todo dato que el gobierno solicite de nosotros y que no le hayamos dado voluntariamente, se obtendrá a través de una orden judicial, al menos en un estado de derecho como el nuestro –de los países en los que el derecho no existe, mejor no hablar, aunque hay que acordarse de ellos a la hora de hablar de la supuesta libertad en la red.

Las redes sociales, la huella digital de nuestras búsquedas en la red, las nuevas cámaras, que nos fotografían sin permiso, etc… aumentan exponencialmente esa fragilidad  y esa transparencia.  No sólo habrá que saberlo para adoptar frente a la tecnología la máxima prudencia en su uso y no lanzarse a la piscina del desnudo integral en la red, sino que también habrá que producir leyes que pongan puertas al campo e impidan que nuestros datos no puedan utilizarse sin nuestro consentimiento, en vez de resignarse a lo que está ocurriendo como si fuera inevitable.

De perdidos al río, pero sepámoslo al menos, y exijamos unos buenos salvavidas.