Me manda Carmen un artículo sobre la mediocridad publicado supuestamente en El País y que circula por la red con atribución a Antonio Fraguas, Forges. Como pasa mucho en la nube, vete tú a saber de quién es. Yo no he encontrado el original por ninguna parte, pero todo el mundo cita la copia vírica como si fuera realmente el humorista quien le da autoridad al texto.

En cualquier caso, de él entresaco algunos párrafos para arrimar el ascua a mi sardina medioambiental. Si es finalmente Forges quien lo escribió, bien. Si fue Agamenón o fue su porquero, también bien. Como casi siempre que cito —citar es citarse, dicen que dijo alguien—, lo hago porque lo citado lo podría haber escrito yo o al menos lo suscribo.

Dice el artículo que España es un país de mediocres, pero que  «estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridadque hemos terminado por aceptarla como el estado  natural de las cosas. Sus excepciones, casi siempre, reducidas al deporte, nos sirven para negar la evidencia». Y de una relación de ocho mediocridades manifiestas que relaciona elijo estas tres que de un modo directo se refieren al medioambiente simbólico televisivo.  

«Mediocre—dice el primero— es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura». Completamente de acuerdo, pero añado dos cosas: una que es mal generalizado en nuestro mundo occidental donde el consumo de televisión ha crecido 20 minutos de media en los últimos diez años. Y sigue. La otra que lo escribiera quien lo escribiera lo hizo ya hace algún tiempo porque en febrero de este años hemos llegado a consumir 267 minutos— 4 horas y 27 minutos— por persona y día. Una cifra de una mediocridad descomunal, que, sin embargo, ha pasado completamente inadvertida como síntoma de ese «estado natural de las cosas» al que se aludía más arriba.

La otra es esta: «Es mediocre un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, […]». ¡Qué quieren que les diga…!: son ya ¿once?, ¿doce, las ediciones con la ratonera llena de ratones friquis, sí, pero mediocres hasta la médula?

Y esta última como colofón final  que repite  duramente y sin paliativos la misma idea inicial de que a todo se acostumbra uno y más fácilmente que nada a la mediocridad: «Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad».

La mediocridad: esa tierra de la tibieza, del “ni frío ni caliente”, de la ausencia de riesgo y de talento, de la infelicidad del estar bien,  del divertirse sin disfrutar, de la insoportable levedad del ser… Esa tierra de nadie de la que nadie se siente responsable.