Con vergüenza, haciendo un esfuerzo contra el pudor de entrar en la intimidad del ser humano que supone la muerte, contemplo esta imagen que supuestamente vale más que mil palabras y que es soporte de primera página de un diario nacional que la elige como noticia, es decir, como información, como narración de un suceso.
Las imágenes, al revés que las palabras que deben ser digeridas una detrás de otra, nos llegan en su totalidad. Son un mensaje simultáneo y no sucesivo. Nos golpean. De ahí su fuerza expresiva y también su poder paralizante.
Para desactivar su dinamismo paralizador, necesitan ser desentrañadas, es decir, leídas, pensadas, es decir, convertidas finalmente en palabras.
La primera lectura es dramática, pero a la vez vacía: en un frío plano cenital de lámpara de quirófano vemos cinco cadáveres infantiles amortajados sobre unas bandejas metálicas. El pie de foto contextualiza el drama: son niñas, hermanas, palestinas y muertas ― la palabra elegida dice, implicándose, «asesinadas»― en uno de los bombardeos israelíes de estos días en la franja de Gaza.
La cámara se ha introducido en un profundo drama humano familiar y lo ha hecho público: cinco niñas, hijas todas de los mismos padres, estaban vivas, tenían un futuro, eran cada una de ellas una esperanza…, ahora están muertas. El dolor no se ve, pero nosotros, que somos padres y hemos sido hijos, que tenemos hermanos y hermanas y que hemos conocido ya lo que es la ausencia de la muerte, lo ponemos en la imagen al mirarlas. Es un drama individual, local, insignificante en una dimensión global; inabarcable, insoportable, enorme para esos padres de los que nada sabemos y de los que todo lo imaginamos fuera de imagen.
Pero la imagen al contextualizarse en una portada o en un telediario, adquiere un valor simbólico que se aleja de su naturaleza: las niñas dejan de ser niñas, los cadáveres dejan de ser humanos y se convierten en objetos: puros soportes para la propaganda en el juego político de buenos y malos que tiene lugar en oriente próximo. De los malos que trituran con su poderío militar a la población inocente y desarmada. De los buenos que dicen matar en defensa propia porque viven rodeados del odio que los quiere triturar. De los buenos que luchan con piedras ―es otra imagen simbólica― contra tanques. De los malos que viven infiltrados entre civiles para utilizar sus cadáveres como pantalla y como pretexto ante las pantallas.
¿Una imagen vale más que mil palabras? Sólo cuando hemos sido capaces de decir mil palabras sobre ella. Aunque algunas, en su brutalidad, nos enmudezcan.
Vean televisión, miren las imágenes y las pantallas, pero no las consuman o serán consumidos por ellas.