Hoy el post es discurso puro y duro. Nutritivo discurso. Digiero la lectura cruzada de dos artículos que me han llegado próximos. Por una parte, el que me manda José Luis con el título La Moda en la Postmodernidad, de Montserrat Herrero . Por otro, un artículo de Carmen Pérez Lanzac y Reyes Rincón publicado en El País que me pasó mi buen amigo José Antonio Gabelas. Una digestión libre en la que me apropio del texto sin distinguir lo propio de lo ajeno. Sólo espero que no pierdan sustancia y que el lector pueda alimentarse de ellos como yo lo he hecho.

 En nuestro medioambiente, quizá por la hegemonía de la imagen y las telecomunicaciones en las que la palabra y el diálogo han sido sustituidos por la imagen y la moda, existe la necesidad imperiosa de generar artificialmente un espacio común en un mundo cada vez más amplio y más vacío en virtud de la incomunicación personal de fondo de los individuos que lo habitan. En este mundo, consideramos algo como real cuando aparece ante nuestros ojos ―imagen― y puede ser contemplado por todos al mismo tiempo y en el mismo sentido ―moda―.

 La gente se cuelga a sí misma en Internet o un reallity o en cualquier parte en la que pueda verla mucha otra gente. Los adolescentes se cuelgan en la red mostrando sus cuerpos y puntuando los de los demás en webs como www.amoratucuerpo.com o www.votamicuerpo.com. La gente se exhibe en la red, renunciando a su intimidad o inventando una nueva categoría que algunos expertos han dado en llamar extimidad, neologismo que, aunque inventado con otro objetivo por psicoanalista francés Jacques Lacan, rueda por la red con el éxito de las palabras que vienen a llenar el vacío producido por la existencia sin nombre de una situación nueva.

La extimidad es escribir o vivir la intimidad de cara a los demás, a sabiendas de que va a ser leída o vista por ellos. Una intimidad construida para los demás que no consiste exclusivamente en mostrar lo que está dentro, sino también en construirlo de otra forma. Los concursantes de Gran Hermano al saberse observados sienten y viven de forma distinta a la que lo harían si no fueran mirados. Al igual que en Gran Hermano, en las nuevas relaciones personales mediadas por el ordenador, las emociones se practican con otra lógica. Hay mayor premeditación, mayor grado de desapego respecto del contexto inmediato del individuo, mayor histrionismo, un carácter más autista al no estar entretejido en el diálogo emocional inmediato con el cara a cara con el otro… No es una impostura, sino una nueva realidad. El problema es que esta nueva forma de entender las emociones está sometida a la lógica consumista de las audiencias. Si yo tengo sensaciones emocionales fuertes seguramente venza en términos de audiencia a alguien más anodino. Si cuento en mi blog que estoy desesperado y mi única salida es la muerte me leerán más personas que si cuento mi cotidianeidad. Es la razón del éxito en la red de miles de testimonios que vuelcan su extimidad del mismo modo que venderían su cuerpo.

 La idea de que cada ser humano es una persona única e irrepetible en la que está basada la interioridad se disuelve en la extimidad. Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, por la necesidad natural de protegernos ante la posibilidad de ser considerados por los demás como un instrumento, como un objeto; ahora nos desnudamos en cuanto nos proporcionan una audiencia ante la que hacerlo inventándonos como personaje, es decir, como objeto de consumo para los demás. Y en esta situación de apariencia total, desaparecen las diferencias entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre uno mismo y los otros, e interioridad y exterioridad se resuelven en extimidad: una extroversión sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se convierte en empresario de su propia apariencia. En la era de la apariencia cada uno busca su look, su identidad de plástico. Se pasa del «existo; estoy aquí» al «soy visible, soy imagen, mira!».

Como extimidad no hay modo de diferenciar al cuerpo humano de los demás objetos. La sociedad es una pasarela en la que somos fundamentalmente cuerpos. Hasta el alma se muestra como cuerpo porque es nuestra realidad más fácil de mostrar. Margarita Rivière en Lo cursi y el poder de la moda (1992) describe la utilización masiva de instrumentos para la transformación del cuerpo como una verdadera religión en la que la práctica fundamental es el maquillaje del yo para adaptarlo a la identidad soñada, machacando al cuerpo en una especie de fundamentalismo laico que no pretende otra cosa que hacer del hombre un dios de la realidad nueva y esplendorosa que ese hombre trata de inventar. El único sacrificio posible en la era del anti esfuerzo es el necesario para adaptarse a la apariencia deseada en el culto de la figura cuyas diosas y dioses son las y los modelos. Nos miramos en la moda o en la opinión pública y, distorsionando con su enorme fuerza de espejo la natural inclinación a la imitación que reside en todo ser humano, acabamos siendo lo que son los otros, lo que está de moda.

En ese contexto, tanto exponernos a la mirada de los demás impide que nos miremos a nosotros mismos. Cuantos más ojos tienen los demás para con nosotros, menos capacidad de mirarnos desde nuestro interior nos queda. Los ojos de los demás hacen que finalmente no nos distingamos de nuestro disfraz.

 Acudimos a la moda como a un supermercado del yo y la creación de la identidad no es más que una tecnología del look que propicia el uso utilitarista de la propia personalidad. Antes el yo era una identidad racional, definida individualmente, subjetivizada al máximo, con un poder ilimitado sobre su entorno. Ahora es un yo infinitamente revisable y compatible con una multiplicidad de identidades incoherentes, un yo caleidoscópico, especular y puede adquirir en sociedad distintos roles intercambiables entre sí. Y la misma sociedad es un conjunto de yoes descentralizados que se consumen los unos a los otros.

 Decía Yves Saint-Lauren, que hoy «la gente ya no quiere ser elegante, sino que quiere seducir». La elegancia es conservar la distancia para no perturbar la intimidad del otro. La elegancia es sugerir sin desvelarse completamente, sin invadir visualmente a quienes me ven, evitando una violenta interferencia en su intimidad y en la mía. Pero hoy las relaciones humanas no se basan en la elegancia que presupone hondura, distancia, reflexión, pensamiento fuerte; sino en la seducción que es una forma de ejercer el poder. La seducción se impone, conduce generalmente a donde no se quiere ir, es un engaño. La seducción reduce así fácilmente las relaciones humanas al nivel de la inmediatez que se mueve fundamentalmente por impulsos, apetitos, impactos, emociones, sentimientos, comodidad.

 En ese contexto, la esperanza es sustituida por el deseo en el que sólo somos capaces de esperar la aparición de lo nuevo, para envejecerlo de inmediato y volver al deseo de una nueva novedad. En el consumo de unos y otros, de unos por los otros, la voluntad se ejerce ―está casi obligada a ejercerse― solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan al reposo, como la creación, la aceptación, la contemplación. Se produce así un ser humano excitado que vive una estética de la frivolidad y una moral de la frivolidad en las que lo aparente es lo real, en las que se da una ausencia de peso, de centralidad y en las que lo retórico prima sobre la verdadero importando mucho más lo que parece que lo que es, en un canibalismo consumista de extimidades, que no es sino un voyeurismo emocional siempre insatisfecho ya que, como las drogas, produce mucha tolerancia y necesita cada vez ir subiendo la dosis de consumo de cantidad y de contenido, para el que mira y por parte del que es mirado.

 Toda la población tiene acceso a la información y a las ideas. Todo el mundo se expone. El núcleo de la información y de las ideas ya no es lo objetivo, lo que sucede, sino que está constituido por lo que hace y dice todo el mundo. El emisor, el receptor y el mensaje son la misma cosa. De este modo se logra un consenso social basado en la indiferencia. Bajo la apariencia de una gran pluralidad de intimidades libres se genera la paradójica homogeneidad de una única y total extimidad.

 Think, before you post. I do it.